Internacional - Economía

Argentina sufre una nueva jornada negra

2019-08-28

Desde la dura derrota del Gobierno en las elecciones primarias, sin otro valor que el puramente...

Por ENRIC GONZÁLEZ | El País

Buenos Aires 28 AGO 2019 - 15:40    CDT La crisis política y económica de Argentina no deja de agravarse. El país vivió el miércoles una nueva jornada sombría, con la ciudad de Buenos Aires bloqueada por manifestaciones y con fuertes turbulencias en los mercados financieros. Con el dólar de nuevo en 60 pesos, el Banco Central se vio obligado a adoptar medidas de emergencia para frenar la depreciación de la moneda: restringió la financiación en pesos a las grandes empresas exportadoras, para forzarlas a vender divisas.

Desde la dura derrota del Gobierno en las elecciones primarias, sin otro valor que el puramente indicativo, se da por casi seguro que el próximo presidente será el peronista Alberto Fernández. Eso ha dejado a Mauricio Macri en una situación muy incómoda. No hay vacío de poder porque Macri sigue ahí, pero resulta muy perceptible la impotencia gubernamental ante una crisis de múltiples facetas. A la crispación de quienes sienten horror ante un retorno del kirchnerismo y a las dificultades generales de la ciudadanía, agobiada por una inflación galopante (de nuevo por encima del 50% anual) y un desempleo del 10%, se suman la falta de confianza de los inversores y la sensación, muy extendida, de que en el futuro próximo las cosas solo pueden empeorar.

Las organizaciones sociales forjadas durante el colapso de 2001 y 2002 tomaron Buenos Aires desde primera hora, con varias manifestaciones multitudinarias que cortaron los accesos a la ciudad y colapsaron el centro. Fue una demostración de fuerza con una exigencia central: que el Gobierno estableciera “medidas urgentes contra el hambre”, dado que un tercio de los argentinos viven en la pobreza. Las marchas también pudieron interpretarse como la respuesta del kirchnerismo a las grandes manifestaciones del sábado en apoyo a Macri.

El caos urbano fue como una metáfora de la situación general. En los mercados financieros cundió la convicción de que el Fondo Monetario Internacional, a la espera de conocer el rumbo de la economía argentina, no iba a desembolsar próximamente los 5,400 millones previstos para septiembre, parte del préstamo global de 57,000 millones concedido hace un año, y que eso pondría a la República en peligro de no poder afrontar sus próximos vencimientos de deuda en manos de acreedores privados, que suman unos 10,000 millones de dólares hasta fin de año. El riesgo-país (el sobreprecio que habría que pagar por un crédito si Argentina tuviera acceso a los mercados) subió hasta 2.102 puntos, un nivel parecido al que se registraba cuando el país comenzaba a emerger de la catástrofe de 2001 y 2002.

En plena incertidumbre, el dólar volvió a convertirse en refugio. Pese a que el Banco Central realizó cuatro subastas de dólares y adoptó una medida extraordinaria y más propia del intervencionismo peronista que del liberalismo macrista, la de estrangular la financiación en pesos a las grandes empresas exportadoras para obligarlas a conseguir liquidez con la venta de divisas, el peso perdió otro 2,5%. En lo que va de año, la depreciación alcanza ya el 53%. Eso se traduce en inflación y hace prohibitivas las importaciones.

Gobierno y oposición han roto la tregua de la pasada semana y se acusan mutuamente de fomentar el pánico. Ambos, probablemente, tienen su parte de razón. Si el candidato peronista a la presidencia, Alberto Fernández, realizó el martes duras declaraciones contra el programa de austeridad pactado entre el FMI y el gobierno, con efectos desestabilizadores, el candidato macrista a la vicepresidente, el peronista tránsfuga Miguel Pichetto, acusó el miércoles a colaboradores de Fernández (sin dar nombres ni pruebas) de pedir al FMI que interrumpiera el desembolso del préstamo, con efectos igualmente desestabilizadores. No existe debate político. Todo se reduce a descalificaciones.

Parece como si ambos bandos pensaran que cuanto peor, mejor. Macri, que quizá ya solo aspira a permanecer en el cargo hasta el 10 de diciembre y convertirse en el único presidente no peronista en cumplir la integridad de su mandato, podría preferir dejar a su sucesor una herencia de tierra quemada, para facilitar su futura tarea en la oposición. Fernández podría pensar que asumir en plena crisis desbocada le facilitaría la adopción de medidas duras e impopulares. Es imposible conocer la estrategia de Macri y Fernández, porque la fluidez de la situación les obliga a improvisar.



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