Comodín al Centro
El macho Camacho y el polvorín de América
Juan Luis Cebrián, El País
La toma de posesión del nuevo presidente argentino se producirá mañana en un entorno complejo para el futuro de América Latina. Los recientes disturbios en Ecuador, Chile y Colombia; la crisis boliviana; el enfrentamiento entre legislativo y ejecutivo en Perú; el estancamiento de la situación en Venezuela, la derrota del Frente Amplio en Uruguay y las tendencias neofascistas en Brasil, junto a la recesión económica en México, han puesto de relieve la inestabilidad endógena de los regímenes de la región. Se trata de un área vital para el futuro de nuestro país. Y aunque la actual crisis que afecta a todo el continente tenga características propias según sea su residencia concreta, se inscribe también en el malestar de la globalización, la revuelta de las clases medias y el trastorno de las democracias en el panorama mundial.
América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo y los esfuerzos por modernizar sus instituciones han chocado históricamente con el comportamiento de un capitalismo verdaderamente salvaje y el recurrente fracaso —desde el castrismo hasta la debacle bolivariana— de las revoluciones que prometieran en su día la recuperación de la dignidad y la libertad de sus pueblos. Entre las peculiaridades nacionales más evidentes está el peronismo, un movimiento que constituye una auténtica amalgama de ideologías e intereses en la que históricamente se han podido ver representadas desde posiciones más o menos fascistas hasta abiertos promotores del socialismo real. Educado como fui durante la dictadura, todavía resuenan en mis oídos las aleluyas franquistas a Evita, cuando la generosidad argentina ayudó a combatir la hambruna española. Tuve oportunidad de conocer y tratar a Perón durante su exilio en España, y participé del estupor de la oposición al franquismo cuando sus colegas de la izquierda simpatizaron con los seguidores de Héctor Cámpora. Tardamos un tiempo en comprender que el peronismo no solo tiene muchas caras y facetas sino también muchas vidas, y esta nueva que mañana comienza se debe al esfuerzo unificador de todas sus facciones que ha llevado a cabo el nuevo presidente.
Frente a los recelos que su figura suscita en lo que habitualmente se llama los mercados, sin duda por la figura de su vicepresidenta, el que fuera en su día jefe de Gobierno con el primero de los Kirchner es un hombre pragmático y un intelectual, condiciones ambas no tan frecuentes en nuestros mandatarios. Durante su visita a Madrid el pasado verano tuve oportunidad de asistir a un encuentro del todavía candidato con los principales presidentes de las empresas del Ibex 35. Fui testigo de la voluntad común de buscar puntos de encuentro que favorezcan a un tiempo el crecimiento económico del país, la redistribución de la renta y los intereses de los inversores. El comportamiento de las multinacionales españolas en la región no fue siempre ejemplar. Acusadas en ocasiones de corrupción y con frecuencia de políticas extractivas sin un compromiso real con los países en que operan, han sido víctimas también de la inseguridad jurídica, el proteccionismo y nacionalismo de los Gobiernos, así como de prejuicios ideológicos y agravios históricos muchas veces inconsistentes. Argentina, en cualquier caso, enfrenta hoy una situación de auténtica bancarrota y la tarea de Fernández, nada fácil, merece el apoyo de las autoridades y la sociedad civil españolas.
Otro caso que ha conmovido a los medios y la política de nuestro país es el de Bolivia. Todo el mundo está de acuerdo en que hubo un golpe de Estado, aunque continúan las discrepancias sobre quién lo dio. De lo que no cabe duda es de que el expresidente Morales organizó un pucherazo electoral de descomunales dimensiones, no solo durante los comicios, sino antes: se presentó como candidato pese a haber perdido el referéndum que convocó para consultar si podía hacerlo, frente al límite temporal impuesto por la Constitución. Es verdad que su dimisión fue propiciada por una sugerencia del jefe del ejército, pero este no ha tomado el poder y el Parlamento en pleno, con el voto del partido del propio Morales, se ha pronunciado a favor de la convocatoria de nuevas elecciones. Lo peculiar del caso es que tendrán lugar pero no se sabe cuándo. Una singularidad de Bolivia es su componente étnico, tal y como se encargó de poner de relieve en su día Íñigo Errejón, consultor del régimen durante varios años y ayudante en la redacción de la Constitución ahora violada por Evo. En aquella época Errejón era un seguidor entusiasta del marxismo, y tenía conexión privilegiada con el vicepresidente García Linera, el verdadero poder detrás del trono. Morales fue presidente aupado por el movimiento indigenista, y gobernó con algún acierto en la economía,pese a su alianza con el chavismo. Su derrota plausible en las urnas, que trató de evitar mediante el fraude, se debió a su desfachatez, que le llevó a invadir e instrumentalizar todas las instituciones del Estado —desde el Tribunal Constitucional hasta el Electoral—.
El corolario de la crisis es de todas maneras poco esperanzador. La emergencia de un líder populista de la extrema derecha como Luis Fernando Camacho, al que llaman con justicia el Bolsonaro boliviano, empaña las perspectivas de la democracia. El macho Camacho, apelativo que rememora el título de un libro del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, enarbola la Biblia como su programa electoral y el fundamentalismo cristiano, católico o evangélico, le apoya con fervor. Reverdece así la tendencia de las Iglesias a inmiscuirse en los asuntos temporales, demostrando que además de cuidar de la salud espiritual de los fieles se comportan como verdaderos centros de poder. No se puede descartar que el propio papa Francisco, que tuvo un papel esencial en el acercamiento a Cuba por parte de Obama, haya influido en la reunificación peronista, por muchos mentís que haga el Vaticano. También el obispo de Solsona, y casi toda la jerarquía católica de Cataluña o el País Vasco, están hartos de justificar y promover el separatismo en nombre de su pretendida cercanía al pueblo, aunque lo único que logran es propiciar la confrontación entre la ciudadanía. En el caso boliviano el Bolsonaro local constituye una amenaza equiparable a la de la ultraderecha europea, incluida Vox, y su radicalización provocará un mayor extremismo del MAS, el partido de Morales. La democracia puede perecer si los líderes de la moderación, conservadores o socialdemócratas, no logran implementar una política transversal, que incorpore las diferencias étnicas, pero también las regionales y las de clase, y vigorice unas instituciones destruidas por el clientelismo y la corrupción. Frente al MAS de Morales y la Biblia del macho los demócratas españoles deben apoyar a los bolivianos.
En medio de estos polvorines nos sorprendió el anuncio de que Telefónica tiene intención de abandonar las inversiones en el área, con excepción de Brasil. La decisión, en servicio a sus accionistas, no puede ser más lamentable. La presencia de la compañía en América, y la de otras multinacionales, fue impulsada por los Gobiernos de González, Aznar y Zapatero como una política de Estado. España ha funcionado y funciona de vínculo entre Europa y América Latina gracias entre otras cosas a que nuestro país es el segundo inversor directo en la región. Pero ni el Gobierno en funciones ni la supuesta alternativa han expresado que yo sepa preocupación alguna al respecto.
JMRS