Internacional - Población

Los nacimientos en China alcanzan el nivel más bajo de su historia

2020-01-17

En 2019 la tasa de natalidad ha descendido por tercer año consecutivo y se ha colocado en su...

Macarena Vidal Liy | El País

Pekín.- Cuando los líderes chinos piensan en el futuro del país, su mayor preocupación no es la posición que ocupará para entonces en el mundo o si habrá una guerra entre potencias. Es el envejecimiento de su población, el más rápido del mundo. Y las cifras que la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) ha hecho públicas este viernes alimentan el desasosiego: en 2019 la tasa de natalidad ha descendido por tercer año consecutivo y se ha colocado en su nivel más bajo desde la fundación de la República Popular de China hace siete décadas, pese a que ya hace tres años que se eliminó la política del hijo único.

Según los datos de la ONE, en 2019 nacieron en China 14,6 millones de bebés, medio millón menos que el año anterior y 1,5 millones menos que en 2017. No nacían tan pocos desde 1961, en plena hambruna de los años del Gran Salto Adelante. La tasa de natalidad queda en 10,48 por mil habitantes, más alta que la de Japón (7,39 por mil) o Corea del Sur, pero más baja que la de Estados Unidos (11,97 por mil) y muy por debajo de la media mundial, de 18,65 en 2017.

Las cifras son preocupantes para el país más poblado del mundo, con 1,400 millones de habitantes, pero que afronta un veloz ritmo de envejecimiento. Si en 2010 apenas el 8% de la población sobrepasaba los 60 años, para 2030 serán uno de cada cuatro residentes. En 2050, uno de cada tres: casi 490 millones de personas, o más que toda la Unión Europea tras el Brexit. Un proceso generado en parte por el alargamiento de la esperanza de vida —76 años— gracias a una mayor prosperidad, y en parte por la política del hijo único impuesta en 1979.

Conscientes del problema, las autoridades chinas han tratado de poner en marcha medidas para estimular la natalidad. La principal de ellas, la eliminación en 2016 de la política del hijo único. Desde entonces, todas las parejas casadas pueden tener dos niños y los rumores han sido constantes sobre la posibilidad de eliminar definitivamente todas las restricciones para que las familias puedan tener tantos hijos como deseen.

El problema es que ya no lo desean. La misma prosperidad que ha alargado la esperanza de vida ha cambiado las actitudes de las parejas jóvenes, en un proceso similar al de otras economías desarrolladas. Aumenta la proporción de divorcios y disminuye el número de bodas: la tasa de matrimonios en 2018 fue de 7,8 por mil habitantes, la más baja desde 2013, según el Ministerio de Asuntos Civiles. Los que se casan lo hacen cada vez más tarde.

Quienes sí se casan —solo las parejas que lo están reciben el permiso oficial para tener descendencia— tampoco se muestran, en general, muy entusiasmados por tener más de un hijo. Citan, entre otros problemas, el alto coste de la sanidad y de una educación que permita a sus hijos competir con ventaja en la segunda economía del mundo. O la falta de tiempo para dedicar a la crianza ante unos exigentes horarios laborales.

Aunque la natalidad sí repuntó inmediatamente después del fin de la política del hijo único, no lo hizo en las cantidades que habían esperado los funcionarios chinos. Las proyecciones de 20 millones de nacimientos no se alcanzaron nunca; en 2017, el año después de la abolición de la política y el de mayor natalidad de la historia reciente, nacieron 17,23 millones de bebés, muchos de ellos segundos hijos. Pero desde entonces, según los expertos, la demanda de otros hijos además del primogénito ya se ha visto saciada para la mayoría de familias.

En parte, el problema es que no se han puesto en marcha otras medidas complementarias para estimular a las parejas jóvenes que tengan más hijos, apuntan los expertos. Entre ellas, sugieren deducciones fiscales para el segundo hijo, facilidades para que las familias con más niños puedan comprar viviendas de mayor tamaño o un mayor número de guarderías públicas.

“Un hijo ya es suficiente para nosotros”, explica Xiaosong, un funcionario de 37 años y padre de un niño de siete. “Mis padres son demasiado mayores para ayudarnos a cuidar a un segundo, y los de mi esposa viven fuera de Pekín. No tendríamos con quién dejarle. También tendríamos que repartir entre dos hermanos los recursos que dedicamos a la educación del que ya tenemos, y entonces quizá ninguno de los dos recibiera una lo suficientemente buena”, agrega.



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