Nacional - Seguridad y Justicia

Padre de estudiante de Ayotzinapa se hace escuchar en Nueva York

2020-01-29

Más de 100 inmigrantes, en su mayoría mexicanos, lucen camisetas verdes...

Por CLAUDIA TORRENS

NUEVA YORK (AP) — Corría solo.Así era como Antonio Tizapa, padre de uno de los 43 estudiantes desaparecidos en México en 2014, lidiaba con su dolor en un parque de Brooklyn.

Se enfundaba en una camiseta con las palabras “Ayotzinapa”, nombre de la localidad donde estudiaban los jóvenes, y sudaba la frustración que sentía al vivir a más de 3,000 kilómetros de México, sin poder abrazar a su esposa tras la desaparición de su hijo Jorge Antonio.

Los estudiantes desaparecieron la madrugada del 26 septiembre mientras viajaban en autobús del sureño estado de Guerrero hacia la capital para participar en una marcha conmemorativa por la masacre de Tlatelolco, ocurrida en 1968.

Las autoridades dijeron inicialmente que los muchachos habían caído en manos del crimen organizado y, tras haber sido asesinados e incinerados, se arrojaron sus restos a un río. Sin embargo, denuncias de irregularidades de los padres de éstos y expertos independientes descartaron esa explicación y el actual presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha hecho del esclarecimiento del caso una de sus principales promesas.

Cinco años después, decenas de inmigrantes se han unido a Antonio en carreras, maratones o simplemente protestando en las calles de la ciudad estadounidense, uniéndose a sus huelgas de hambre frente al consulado de México o marchando para pedir justicia en el corazón de Manhattan.

“¡No estás solo!”, le gritaron algunos en pleno Times Square después de que el hombre se emocionara cuando intentó hablar a los manifestantes en una protesta en 2015.

Más de 100 inmigrantes, en su mayoría mexicanos, lucen camisetas verdes diseñadas por Antonio con las palabras “Running for Ayotzinapa 43” cuando entrenan en pequeños grupos en los parques de Nueva York y cuando participan en carreras en Boston, Chicago, Filadelfia, Texas, Miami o Washington.

“Se me ocurrió usar el atletismo como medida difusiva, pero nunca creí estar donde estamos ahora”, dice Antonio. “Yo simplemente quería correr, llevar este mensaje, con mis piernas y el corazón en la mano. Y ahí está el resultado. He logrado que más personas sean conscientes de la realidad de México”.

Antonio, de 52 años, lleva más de dos décadas en Nueva York, tras cruzar la frontera en 1999.

En Tixla, Guerrero, era agente de ventas de libros hasta que decidió emigrar a Estados Unidos para ofrecer una mejor vida a su esposa y tres hijos, incluido Jorge Antonio. Cruzó la frontera, se unió a su hermano en Brooklyn y empezó a trabajar como plomero.

En 2010 empezó a correr para bajar de peso.

Cuatro años después, tras el ataque a los estudiantes, la administración del expresidente mexicano Enrique Peña Nieto, dio a conocer la supuesta “verdad histórica” sobre su desaparición.

Los tribunales mexicanos ordenaron en junio de 2018 reponer toda la investigación por las numerosas irregularidades encontradas, entre ellas, que varios de los testimonios fueron obtenidos con tortura. Estas deficiencias en el proceso conllevaron que más de 70 de los 143 detenidos vinculados con el caso están ya en libertad, incluidos los principales sospechosos. Nadie ha sido condenado.

La CIDH ha solicitado a México que el grupo de expertos internacionales pueda regresar a investigar sobre el terreno como lo hizo en 2015. Con la llegada al poder de López Obrador hace más de un año, se instaló la Comisión para la Verdad y el Acceso a la Justicia del caso Ayotzinapa y se reactivaron las búsquedas, pero los resultados siguen sin llegar.

“No hay avances. Tenemos ya un año y no se ha podido determinar el paradero de nuestros hijos”, dijo Antonio un martes reciente, con un café en la mano y la ropa aún llena de polvo tras arreglar una fuga de gas en el sótano de un edificio en Queens. “El pueblo tiene una gran responsabilidad de no quedarse callado”.

El 26 de cada mes, el mexicano se planta frente al consulado con varios letreros, incluido uno que dice “Nos faltan 43”.

La distancia ha sido un obstáculo al que ha tenido que resignarse.

La última vez que vio a Jorge Antonio en persona éste tenía cinco años. Se comunicaron por teléfono desde entonces.

“Te das cuenta de que tu hijo va creciendo”, dice el inmigrante. “Cuando era niño esperaba a Santa Claus o el día de Reyes. Y me decía ‘me trajo tal cosa o la otra’. Luego, de grande, yo le decía que cuidara a su mamá, a sus hermanos. Que, si tenía novia, se portara bien”

Antonio logró a ver su esposa Hilda en 2015 cuando ésta visitó Filadelfia y Nueva York junto a un grupo de madres de los estudiantes llevadas a Estados Unidos para ver al papa Francisco. Estuvieron juntos casi una semana.

“Faltó tiempo para terminar de hablar de todo lo que teníamos que hablar”, dice Antonio.

Ese año Amado Tlatempa, un cocinero mexicano de 39 años en Nueva York, primo de dos de los estudiantes desaparecidos, se unió al grupo de corredores. En noviembre corrió el maratón de Nueva York con la camiseta verde.

“No queremos que (Ayotzinapa) quede en el olvido. Mucha gente ya nos identifica”, dice el cocinero, quien lleva más de una década en la Gran Manzana.

La fiebre por correr y dar visibilidad a esta lucha también ha contagiado a algunos en el país natal de Antonio, sobre todo en el Estado de México, donde se han formado pequeños grupos de corredores que usan las mismas camisetas verdes, enviadas regularmente por el mexicano por correo.

Marcos Casimiro pidió y recibió una y se la pone para participar en carreras como el maratón de Ciudad de México, que corrió el año pasado.

“Hay mucho apoyo de la gente en la calle. Mucha gente nos grita”, dijo el mexicano de 60 años, ya jubilado y exempleado de una fábrica de tornillos de acero.

Antonio coloca fotos y transmite en vivo muchas de las carreras del grupo en Nueva York a través de la página de Facebook de “Running for Ayotzinapa 43”.

En diciembre el grupo organizó una carrera en Brooklyn a la que acudieron casi 400 corredores.

“No voy a callarme”, asegura Antonio. “No tengo por qué agachar la cabeza”.



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