Muy Oportuno

El trabajo del hombre y la mujer

2020-03-05

El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra.

Enrique Cases y Antoni Carol 

Ante todo conviene aclarar qué se entiende por trabajo, pues no se puede reducir dicha actividad a la del contrato laboral externo. Entendemos por trabajo esencial toda actividad humana que cambia el entorno de un modo libre e inteligente. Tan trabajo es el del empresario y del propietario como el del asalariado; el del poeta como el del tornero; el del estudioso sabio como el del barrendero. Trabajar es participar en el acto creador de Dios y, para un cristiano, es participar en el acto redentor de Cristo. Pero el fin del hombre es amar a Dios y darle gloria, cosa que hace de un modo sobresaliente a través del trabajo ordenado. Cuando la actividad humana pervierte el objetivo se desnaturaliza a ella misma. El trabajo puede ser alienante si no responde a su identidad natural y a su fin sobrenatural. La dignidad del trabajo es que refleje el amor a Dios y a toda la creación. Sin ello deshumaniza.

"Vuestra vocación humana es parte, y parte importante, de vuestra vocación divina. Esta es la razón por la cual os tenéis que santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la santificación de los demás, de vuestros iguales, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro ambiente: esa profesión u oficio que llena vuestros días, que da fisonomía peculiar a vuestra personalidad humana, que es vuestra manera de estar en el mundo; ese hogar, esa familia vuestra; y esa nación, en la que habéis nacido y a la que amáis.

El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. Con él aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio: manifestaciones del dolor y de la lucha que forman parte de nuestra existencia humana actual, y que son signos de la realidad del pecado y de la necesidad de la redención. Pero el trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa.

Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su domino sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad.

Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios, que, al crear al hombre, lo bendijo diciéndole: Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la tierra. Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora.

Conviene no olvidar, por tanto, que esta dignidad del trabajo está fundada en el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. Y puede amar a Dios, que nos abre las puertas del cielo, que nos constituye miembros de su familia, que nos autoriza a hablarle también de tú a Tú, cara a cara.

Por eso el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por el, herederos de sus promesas. Es justo que se nos diga: ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios" .

El trabajo externo a la familia.

Siempre se ha dado en hombres y mujeres un trabajo externo a la familia, tanto para mantenerla, como para realizar las propias capacidades lo más ampliamente posible. Sin embargo, los últimos tiempos marcan un giro notable tanto en el trabajo masculino, como, más aún, en el femenino. Conviene una atención antropológica para que permanezca centrado y humanizante.

El trabajo del varón.

Ya vimos en la primera parte la importancia que tiene para el varón el trabajo como dominio de la creación. La competitividad es un reto para una mejora. Racionalidad, idealismo y fuerza favorecen esta actividad externa. Sin embargo, conviene tener en cuenta algunos factores que pueden distorsionarlo. Uno de ellos es el exceso de trabajo saltando las barreras de un correcto descanso y una atención a la vida familiar. Los motivos pueden ser una carrera competitiva que puede dejar exhausto. Pero puede ser también una incorrecta organización del modo de trabajo por los empleadores. Entran también cuestiones internas como el fin de autogloria en la realización profesional. Este exceso despersonaliza por abuso y se rectifica con el centramiento en el fin del trabajo y en la necesidad de un correcto descanso.

También está en su extremo opuesto los problemas derivados del paro, a los cuales prestan atención especial los economistas teóricos y los Estados. Es un problema grave. Desde el punto de vista teológico se puede salvar con la solidaridad que palia las carencias económicas y la actividad personal, aunque no sea dentro de un contrato laboral. Todo hombre debe trabajar, descansar, y realizarse en el trabajo según sus posibilidades reales.

El trabajo de la mujer.

Más complejo es el tema del trabajo de la mujer. Los cambios sociales son grandes en los últimos tiempos y llevan a cambios de conducta notables morales y psicológicos. Es necesaria una mayor creatividad para solucionar el problema sin que se incurran en ataques a la identidad femenina.

Si no existiese la maternidad el problema sería real, pero menor. Existirían tendencias diversas en varón y mujer, más bien pequeñas. También se tendría que estudiar la incidencia de la competitividad en la mujer. Pero no son problemas de gran relevancia. El problema es cómo compaginar la atención a los hijos y el trabajo profesional fuera del hogar. Veamos el estado de la cuestión pues hay un problema de identidad y de autorrealización al que debe prestársele atención y solución. No bastan los sistemas de organización pensados para varones solamente.

Influye en el tema un cambio social notable como el gran desarrollo del sector servicios, el aumento de expectativas y consumo en las familias, la posibilidad de controlar la propia fertilidad, el relativismo moral, el aumento de instrucción sin un armoniosa educación integral de la persona.

La consecuencias de la conjunción de estos factores han sido variados en el trabajo femenino. La incorporación de la mujer al mercado del trabajo ha sido masiva, va acompañado por un aumento de la escolaridad y formación importante, a ello se une el sentimiento de valoración y autoestima derivados de la independencia económica y un modo de autorealizarse nuevo, aunque lleve problemas escondidos no despreciables. A todo esto se une que no se ha descuidado el trabajo doméstico y el cuidado familiar en el que tiene poco acceso el varón.

Se suele decir que es importante que en este sector el paro femenino sea el doble que el masculino. Una causa es que el trabajo del varón sea suficiente para liberar a la mujer de tareas familiares. Otra es la resistencia de la empresa al trabajo de la mujer por las ausencias por maternidad y enfermedades familiares con soluciones nada fáciles.

Veamos algunos datos generales sobre el mercado laboral.

La incorporación de las mujeres a la población activa en las dos últimas décadas (1977-1997) ha alcanzado casi el 50% del total de mujeres en edad de trabajar. Este porcentaje se incrementa al 58% cuando se trata de mujeres en edades entre 25 y 54 años. El aumento de la población activa en los últimos 20 años en España se debe en un 77,1% a la incorporación de las mujeres.

La tasa de actividad femenina entre 25 y 29 años alcanza al 70% de la población de esa edad, casi igual a la tasa de actividad masculina. Al contrario que en épocas anteriores, las mujeres jóvenes no abandonan su trabajo al casarse o al nacer los hijos. La retirada femenina a partir de los 30 años se ha reducido de tal forma que las tasas de actividad son a partir de esa edad y hasta los 50, prácticamente el doble de altas que lo eran en 1984. En este sentido, la curva de empleo femenino se asemeja cada vez más a la de los varones.

De la población femenina que está ocupada, un 73,4% de las activas, el 80% lo hace como asalariada, el 12% como autónomas o miembros cooperativas, el 4,8% como ayuda familiar y el 3,1% como empresarias empleadoras.

El 35% de las mujeres que trabajan legalmente lo hacen con contrato temporal. El trabajo a tiempo parcial se extiende entre la población femenina, tanto por propia elección como por el tipo de trabajo (hostelería, comercio, servicio de limpieza etc). El 80% de la población femenina ocupada se encontraba a finales de 1998 en el sector servicios y el 13,8% en la industria y la construcción. El resto trabaja en la agricultura.

Las mujeres con responsabilidades familiares dedican entre 4 y 5 horas diarias a éstas, además de su jornada laboral. Es un dato no despreciable la feminización de la pobreza debido al aumento de las separaciones matrimoniales y a la tasa de paro femenino, así como a las diferencias salariales con los varones.

La legislación laboral tiene en cuenta la situación de la mujer. En caso de maternidad tiene derecho a un descanso de 16 semanas por parto, que se extiende a 18 si el parto es múltiple. El derecho a permiso remunerado para la realización de exámenes prenatales y técnicas de preparación al parto y el derecho a interrumpir la jornada a fines de lactancia. También se extienden estos derechos a los casos de adopción, y reducción de jornada por cuidado a algún menor de 6 años o un disminuido psíquico sin límite de edad. El varón también tiene algunos derechos relacionados con estos casos.

Se añade a esto el derecho a prestación económica en caso de maternidad y en el de adopción de un menor. También se tiene derecho a excedencia no retribuida de tres años para el cuidado de los hijos con derecho a la reserva del mismo puesto de trabajo.

Es fácil ver la buena voluntad de estas soluciones legales y su insuficiencia, sobre todo si se tiene en cuenta la relación de los hijos con la madre no es sustituible plenamente por nada.

Una solución actual, pero que desaparecerá en gran parte para la próxima generación, es el cuidado de los niños por parte de las abuelas, especialmente en caso de enfermedad cuando las guarderías y parvularios no cubren la necesidad, o en las vacaciones escolares. Todo esto sin tener en cuenta las relaciones afectivas no cuantificables.

Posiblemente este problema sea uno de los principales para explicar el descenso de la tasa de natalidad. La anticoncepción intenta solucionar un problema, usando medios inmorales, y crea otro mayor: la frustración de la mujer en su función maternal y la desmoralización de la familia. Ante ello conviene pensar soluciones que satisfagan tanto la identidad básica de la mujer como su acceso al mundo laboral.

Soluciones

a) Empleo a tiempo parcial.

Este sistema favorece que después de la educación de los hijos no estén desconectadas de la situación laboral, además de percibir unos ingresos, estar menos indefensa ante las posibles separaciones y realizar un aspecto de la personalidad.

Es mucho mayor la tasa de mujeres que la de varones que trabajan a tiempo parcial. En algunos países como Holanda llega al 57% respecto al trabajo total, mientras que en los varones la tasa es de 10%. En la UE las tasas son de 31,3% en mujeres y 9,8% en varones. En España la relación es de 16,6% en las mujeres y 3% en los varones.

El recurso al tiempo parcial facilita la atención a los hijos, aunque tiene el inconveniente de disminuir las expectativas de triunfo personal en el trabajo. La valoración de dichas alternativas dependen tanto del valor moral de la persona como de la conciencia de la propia identidad como persona y como cristiana.

El salario familiar.

Es una solución clásica de la doctrina social de la Iglesia que dice que el cabeza de familia pueda sostener con su trabajo a toda la familia. Esto lleva a tener en cuenta la familia en los contratos laborales como se tiene en cuenta la higiene y la seguridad en el trabajo.

El salario maternal.

No es una solución para todas las mujeres, pero sí para muchas. Se trata que el Estado considere efectivamente la maternidad como un bien social. No sólo por los cuidados que necesitan los hijos por parte de su madre, sino por los mismos beneficios económicos que traerán a la sociedad los nuevos ciudadanos. Estos beneficios son también cuantificables como mucho más grandes que las inversiones que se hagan en ellos.

Cada mujer recibiría una ayuda especial por cada hijo durante una serie de años, además de ayudas para su educación. Se la incluye en la seguridad social y se considera su labor como un verdadero trabajo profesional. En España no es infrecuente el trabajo de empleadas de hogar que suplen la acción de los padres, otros países consideran este trabajo como un lujo aunque se lo puedan pagar. La madre, y en su defecto el padre, podrán realizar mejor este indispensable quehacer.

Los modos de realizarlo serían las ayudas por hijo con cantidades asimilables al salario mínimo como en algunos países europeos que han conseguido paliar la caída demográfica. Esto unido a otras ventajas sociales como seguros de vejez y otros como si estuviese asalariada en una empresa o en el Estado.

A ello se une una campaña de dignificación del trabajo del hogar, y cursos para realizar mejor esa labor. Muchas madres, especialmente las que tengan menor calificación profesional se acogerían con gusto a este sistema que es una verdadera consecución del bien común de la sociedad en la familia.

c) Implantación de nuevas tecnologías.

El uso del ordenador, del Internet y otras tecnologías favorece trabajar y cuidar del hogar, pues el trabajo se puede realizar en la propia casa con libertad de horarios y eficacia en ambos ámbitos.

d) Creatividad en la organización empresarial.

La nueva situación requiere soluciones creativas y no sólo formas antiguas de funcionar. Un ejemplo es el horario flexible de entrada y salida que facilita la entrada y salida de los colegios. La posibilidad de acumular horas extras o contabilización anual de horas. Prever en los contratos horas para llevar a los hijos al médico. Estudiar soluciones por trabajo hecho más que el sistema de horas, más bien pensado para los trabajos industriales mecánicos. La temporalidad de los contratos, pero no como medio de explotación, sino como manera de ayuda bien protegida socialmente. Este sistema, que en un principio parece contrario a los intereses del trabajador, ha permitido en algún país muy desarrollado que el paro sea casi inexistente. También tener en cuenta montar guarderías en las grandes empresas es una solución que tranquiliza a las madres. Es de prever que en los próximos años se dé un avalancha de ofertas de trabajo en el cuidado de niños, ancianos y enfermos, que facilitan las soluciones anteriores y se debe tener en cuenta.

e) Campañas de prestigio sobre todas las soluciones anteriores de modo que la sensación cultural no sea de desprestigio de trabajo del hogar y su compatibilidad con otras actividades.

f) Atención del Estado.

Para una mujer sana de mente y cuerpo que sea generosa en la generación su actividad abarca toda una vida, desde la juventud hasta que, como abuela, colabora en el cuidado de los nietos. Estas vidas deben ser tenidas en cuenta por la sociedad y por el Estado.

g) Superación del igualitarismo por la armonía que es más difícil, pero es más adaptada a las necesidades reales y genera satisfacción social e individual. 



regina
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