Ecología
Langostas, la octava plaga
LUIS ESTEBAN G. MANRIQUE | Política Exterior
“Y cubrió la langosta la superficie de Egipto y se oscureció la tierra;
y no quedó nada verde en los árboles ni hierbas en los campos…”.
Éxodo, 10, 15
Las plagas de langostas existen en el continente africano desde la Antigüedad. En el libro del Éxodo es la octava de las 10 (×××ת ×צר××) que sufrió el Egipto faraónico. La epidemia del coronavirus, que está creciendo en países como Suráfrica a tasas exponenciales similares a las de Italia en sus primeras fases, sin embargo, ha sacado de los titulares la actual, la peor en casi 70 años, que está haciendo estragos en el Cuerno de África, donde la agricultura genera casi un tercio de su producción económica.
En Yibuti, Eritrea, Etiopía, Kenia y Somalia más de 13 millones de personas sufren de inseguridad alimenticia crónica. En esos países otras 20 millones pueden perder este año sus cultivos y ganado si no se contiene la actual plaga, que devora ente el 80-100% de los cosechas en las áreas que invade.
Un enjambre relativamente pequeño, de unos 80 millones de insectos adultos por kilómetro cuadrado, puede devorar en una jornada comida suficiente para alimentar a unas 35,000 personas. Uno mediano puede tener hasta 150 millones por kilómetro cuadrado. Los actuales, del tamaño de grandes ciudades, se asemejan a nubes que oscurecen el cielo y tapan el sol en una plaga que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha calificado de “extremadamente alarmante”. No exagera. En enero en Kenia, Save the Childen detectó un enjambre que cubría un área de 2,400 kilómetros cuadrados, tres veces la superficie de París, con unos 192,000 millones de insectos que consumieron unas 8,700 toneladas métricas de vegetación, pastos para ganado y cultivos en un solo día.
Las langostas se alimentan de cultivos –maíz, sorgo, trigo, mijo, algodón…–, pero también de todo los que encuentren a su paso –pastos, hierba, hojas de árboles–, ingiriendo en cuestión de horas una cantidad de comida equivalente a su propio peso, unos dos gramos. Y aún no ha comenzado lo peor. Según la FAO, la plaga podría multiplicarse por 500 de aquí al verano, por lo que su contención se ha convertido en una carrera contra el tiempo. Las langostas prosperan en ambientes con una humedad ambiente del 50-70% y temperaturas de entre 30 y 40 grados centígrados. La última gran plaga (2003-04) golpeó a 23 países africanos y tomó dos años en controlarla. La mayor de la que se tengan registros fiables, en 1974, llegó a afectar a 60 países.
El peor momento posible
Las precarias condiciones económicas de varios países subsaharianos ha exacerbado el impacto de la plaga, que según Bukar Tijani, director asistente de la FAO, va a ser especialmente devastadora en Kenia, Somalia, Etiopía y Eritrea, en los que desde 2016 se han sucedido varias sequías e inundaciones. En Sudán del Sur más de la mitad de la población ya enfrenta escasez de alimentos.
Algunos epidemiólogos habían esperado que un clima cálido y húmedo y una población más joven que la europea –solo 65 de los 1,300 millones de africanos tienen más de 65 años, frente a los 143 de los 750 millones de europeos– detendrían la diseminación del Covid-19. La región tiene además una larga experiencia en la lucha contra enfermedades infecciosas como el ébola y la malaria. Sin embargo, según David Heymann, experto de la London School of Hygiene & Tropical Medicine, nada indica que la crisis vaya a ser muy distinta que en otras regiones del mundo, pese a que los 54 países donde se han detectado brotes del virus los gobiernos se apresuraron a cerrar fronteras y colegios, confinar a la población y prohibir grandes concentraciones de gente.
El mayor problema es que África tiene un doctor por cada 5,000 habitantes, frente a uno por cada 300 en la Unión Europea. Por otra parte, una de cada tres muertes en el continente se debe a infecciones víricas o parasitarias, en comparación a una de cada 50 en Europa. Unos 400 millones de subsaharianos viven con menos de 1,90 dólares diarios. Entre 2010 y 2018, la deuda pública media aumentó del 40% al 59% del PIB, la mayor subida en el mundo en desarrollo. Debido a la informalidad laboral, el 85% de sus habitantes no recibe salarios regulares.
Más del 80% de sus exportaciones, la mayor parte materias primas, se dirige a otros continentes. En 13 países las remesas del exterior, que se están contrayendo aceleradamente, suponen una media del 5% del PIB.
Emergencia climática
El cambio climático ha empeorado aún más las cosas, generando las condiciones ideales para que aumente el número de las langostas migratorias del desierto (Schistocerca gregaria), que con vientos favorables pueden viajar hasta 150 kilómetros en un día.
Unas 20 de las 7,000 variedades de saltamontes y grillos –normalmente solitarios– que existen en el planeta pueden adquirir un genotipo gregario, lo que las convierte en una especie de macro-organismo colectivo capaz de socializarse en enormes enjambres en los que sus miembros cambian de color y desarrollan músculos más fuertes en sus alas, justamente los medios que necesitan para atravesar grandes masas de agua y grandes extensiones de desierto para emigrar en busca de comida.
Su explosiva proliferación actual se debe a la subida de las temperaturas en la superficie del océano Índico, que desde 2018 ha provocado más ciclones y lluvias torrenciales en la península Arábiga, despertando a los huevos inactivos que yacían enterrados bajo la arena. En el Mar de Arabia pueden pasar años sin que se forme un solo ciclón. Pero en 2018 y 2019 el norte del océano Índico batió varios récords en la magnitud de sus tormentas, número de días de huracanes y energía ciclónica acumulada. Desde 1976 no se producían ocho ciclones en el mismo año, como sucedió en 2019, probablemente debido al impacto añadido de los incendios forestales en Australia.
Según Nathaniel Matthews, analista del Global Resilience Partnership de Estocolmo, entre octubre y diciembre del año pasado el cambio de los patrones pluviales en el Índico provocó la estación más lluviosa en casi cinco décadas en la región. Paradójicamente, las mismas lluvias que propiciaron las excelentes cosechas de 2018 en África oriental supusieron una maldición en 2019.
En mayo de 2018, el ciclón Mekunu creó grandes lagos efímeros de agua estancada entre las gigantescas dunas de los desiertos de Omán y Arabia Saudí, por lo general casi inaccesibles por su extrema aridez y ausencia de carreteras, convirtiendo su suelo húmedo y arenoso en el caldo de cultivo ideal para la incubación de las larvas. Así, uno de los ecosistemas más inhóspitos del mundo se transformó en un polvorín biológico al potenciar todavía más los ya formidables mecanismos de supervivencia de la langosta del desierto, capaz de sobrevivir un mes sin agua en medio de temperaturas que serían letales para cualquier otra especie.
Insectos de destrucción masiva
Debido a su fisiología, el calentamiento atmosférico y la creciente desertización en varias regiones del mundo han convertido a la langosta del desierto en una especie particularmente dotada para multiplicarse incluso en zonas geográficas muy alejadas de sus hábitats naturales.
La langosta gregaria vive unos tres meses. Después de que madura una generación, las hembras adultas depositan unos 80 huevos en la arena que eclosionan en dos semanas. En las condiciones adecuadas pueden incubar una nueva generación 20 veces mayor que la anterior, por lo que su población puede multiplicarse 400 veces cada seis meses. Habitualmente, los desiertos de la península Arábiga se secan rápidamente, lo que las hace desaparecer pronto.
El problema es que en octubre de 2018 un nuevo ciclón en el Índico provocó nuevas lluvias en el desierto, aumentando la vegetación que alimentó a las langostas y les permitió reproducirse a tasas sin precedentes y multiplicar su población por un factor de 8,000 hacia marzo de 2019. En diciembre del año pasado, otro ciclón reforzó ese efecto al aumentar las precipitaciones entre un 120 y un 400% por encima de los niveles normales.
Durante el pasado verano, las langostas comenzaron a cruzar el Mar Rojo hacia el Cuerno de África. Según Keith Cressman, el mayor experto de la FAO en ese tipo de plagas, la de la langosta es similar a un incendio forestal. Si el fuego se detecta pronto es fácil de extinguir, pero cuando se descontrola, muchas veces la única forma de que se detenga es cuando ya no tiene nada que devorar.
Cañones contra langostas
Las nubes de langostas han llegado ahora a las fértiles tierras del Gran Valle del Rift en Etiopía, a las tierras altas y las llanuras costeras de Eritrea y al litoral sudanés. En Kenia y las regiones somalíes de Afar, Tigray y Amhara han devastado pastizales y los cultivos de forrajes, frutas y tef, un grano que forma parte de la dieta básica de la zona, y khat, un arbusto de hojas levemente narcóticas del que depende el sustento de millones de familias campesinas.
Los saltamontes, las langostas jóvenes que se desplazan por tierra, han cubierto en algún caso hasta 430 kilómetros cuadrados, devorando 1,3 millones de toneladas métricas de vegetación en apenas dos meses en la región etíope-somalí, donde 70,000 hectáreas de cultivos fueron infestadas por la plaga.
Y eso es solo el principio. Cuando comienzan a volar, el zumbido que crea el batir simultáneo de sus millones de alas aterra a los agricultores, que saben perfectamente lo que anticipa. Somalia y Yemen, devastados por la guerra civil, no pueden siquiera garantizar la seguridad de los equipos de fumigación. En Somalia, fruto de la desesperación, las tropas de la Unión Africana y los yihadistas de Al Shabbab han disparado armas antiaéreas contra los enjambres para evitar que interrumpan la siembra de la temporada de lluvias.
Etiopía, que solo dispone de cuatro aviones para la fumigación, necesita 500,000 litros de pesticidas para la temporada de este año. La FAO está ayudando al gobierno a conseguir aviones, vehículos y pulverizadores, pero nada parece suficiente para frenar la plaga. En algunos casos, los enjambres son tan densos que obligan a desviarse a los aviones. Un vuelo de Ethiopian Airlines que cubría la ruta entre Dire Dawa y Yibuti tuvo que aterrizar de emergencia en Adis Abeba porque el parabrisas de la cabina de los pilotos fue completamente cubierto por las langostas.
Daños colaterales
La FAO estima que contener la plaga costará al menos 138 millones de dólares, pero hasta marzo los donantes solo habían entregado 52 millones, una fracción de lo que ha gastado Arabia Saudí en la guerra de Yemen contra los rebeldes huzíes. Cressman calcula que los enjambres más grandes pueden comer en un solo día la cantidad de alimento que consume diariamente la población conjunta de los estados de California y Nueva York.
Las langostas han llegado ya a Irán, India y Pakistán, que no habían visto al insecto desde hacía más de medio siglo. En Pakistán han devastado las cosechas de algodón y trigo. El gobierno de Islamabad declaró la emergencia nacional el 31 de enero. Mientras, la FAO ha rastreado su presencia hasta en 15 países en África, incluidos Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Uganda y Tanzania. Para alejar los enjambres, los campesinos etíopes están quemando neumáticos y basura con la esperanza de que el humo las ahuyente. Kenia está usando la inteligencia artificial para diseñar programas informáticos capaces de predecir dónde pueden ubicarse los caldos de cultivo de las larvas, con datos de grados de humedad y densidad vegetal.
La FAO advierte de que esta puede ser la primera de muchas plagas similares si sigue aumentando el número de ciclones en el Índico. Aún se está tiempo. Después de que cae el sol, las langostas no se mueven porque no vuelan de noche, lo que da cierto margen a los equipos de fumigación.
Algunos pesticidas utilizan elementos químicos como el clorpirifós, que la administración de Barack Obama prohibió exportar en 2015 debido a sus perniciosos efectos en la salud humana, una decisión anulada por su sucesor, Donald Trump. El problema es que biopesticidas como el Metarhizium son más caros y deben usarse en mayores cantidades, unas cuatro toneladas por cada 80,000 hectáreas.
Una vez que una zona ha sido fumigada, hay que esperar varios días a que sus componentes químicos se degraden por la acción de la luz solar. Si la fumigación no se hace con la precisión necesaria, suele contaminar ríos, lagos y otras reservorios de agua para consumo humano y la agricultura, con lo que el medio ambiente se convierte en un daño colateral de la plaga.
Además, si no se detiene la plaga las langostas no tardarán en desertizar grandes zonas, amenazando a grandes herbívoros como elefantes, jirafas y ñus y otras especies que viven en las reservas naturales, uno de los mayores atractivos turísticos de la región.
regina