¡Despierta México!

La próxima crisis en México

2020-05-11

Esos negocios y empresas, que abarcan también a los restaurantes, los bares, las queridas...

Antonio Ortuño, El País

La pandemia provocada por el coronavirus, al menos sus aspectos médicos y las implicaciones sociales de su avance, concentran la atención y la mirada de la humanidad en este momento. Lo seguirán haciendo por meses. En muchos sentidos íntimos, personales, familiares, barriales, y así, de escala en escala y orden en orden, hasta llegar al nivel mundial, esta pandemia representará, para siempre, una terrible señal en el camino, como esas cruces de carretera que indican volcaduras, colisiones y muertes.

No sabemos cuándo volverá la vida a ser como solía, y ni siquiera si eso llegará a suceder. Sí: lo probable, es que como dijo con desdén hace unos días el novelista francés Michel Houellebecq, las aguas vuelvan a su curso y la realidad termine pareciéndose notablemente a la que fue. Pero muchos, en nuestro fuero interno, sabemos que nuestras vidas concretas y las de quienes nos rodean no volverán a ser iguales. Un amigo y su pareja, por ejemplo, deberían haberse casado el pasado fin de semana. El dineral desembolsado y que no saben si recobrarán, la postergación de lo que aquel día representaría para ellos, en fin: vaya situación cuesta arriba. Se quedaron en pausa, digamos: en unos desesperantes puntos suspensivos...

Ahondo: varios amigos más, que empujan pequeñas empresas, algunas de ellos tan importantes para la cultura de este país como las editoriales Sexto Piso, Almadía, ERA, Dharma Books, y un largo etcétera, enfrentan ahora mismo una situación casi desesperada (y, desde aquí, invito a adquirir sus libros en línea a quienes puedan hacerlo). Y más amigos y conocidos, que impulsan negocios menos vistosos que una editorial, pero no menos queridos y necesarios para ellos y para todos, se encuentran al borde de la quiebra o metidos en los trámites y filas para acercarse a los diminutos apoyos (en realidad, créditos) que el Gobierno ha ofrecido.

Cualquier estadística nacional sabe que justo esos pequeños negocios y empresas son los principales contribuyentes de la hacienda pública y, sin exagerar, el verdadero motor económico de México (ese que los grandes empresarios siempre reclaman ser). Esos negocios y empresas, que abarcan también a los restaurantes, los bares, las queridas taquerías, los pequeños y medianos proveedores de servicios, entre muchos más, se enfrentan directamente a la posibilidad de la desaparición. El golpe económico nos lo llevamos todos. Sencillamente por la devaluación de nuestra moneda, todos y cada uno de nosotros ya hemos perdido algo. Y sí, numerosos empleados, abierta o discretamente, han sufrido reducciones o retrasos en el pago de sus salarios o han sido despedidos. Pero insisto, son los pequeños y medianos negocios quienes se llevan, de largo, la peor parte. Porque si truena el negocio, no se cae solo el dueño, sino también todos sus trabajadores.

Con cierto cinismo, el presidente López Obrador dice que “quien tenga que quebrar, pues que quiebre”. Más allá de su comunicación personal, siempre desastrosa, quisiera pensar que aún queda en su entorno y su Gobierno alguien capaz de hacerlo despertar de ese letargo suicida. A menos que el presidente de verdad ya no entienda nada, no puede ser que confunda a todos los pequeños y medianos empresarios y comerciantes de este país con los avaros explotadores, de sombrero de copa y nariz de puerco, que pueblan esas pesadillas recurrentes suyas, propias de una persona que lee la realidad como un gran cartón político lleno de estereotipos.

¿Qué va a hacer su Gobierno para reactivar la economía? ¿Y, si llega a intentar algo, cómo evitar que sean las grandes empresas y corporativos, que cuentan con más voceros, más personeros y mayor capacidad de hacer lobby, quienes se lleven la mayor parte de los hipotéticos apoyos, en líquido o en beneficios fiscales, que se lleguen a ofrecer? Quienes trabajan por cuenta propia, los profesionistas, los comerciantes, y los tan mencionados pequeños emprendedores, están abandonados a su suerte. Y si el gobierno y las grandes empresas no comprenden que ellos son la base de la pirámide, esta crisis sanitaria, que ya es económica también, dará paso a algo peor: un colapso financiero, de empleo, de oportunidades y de liquidez.

Y si bien el Gobierno no tiene, ni quizá deba tener, el control absoluto de la economía, sí que le corresponde hacer todo lo que esté en sus alcances jurídicos y políticos para evitar la predecible sucesión de quiebras, bancarrotas, despidos, deudas impagables, pérdidas y mermas. Si los poderes públicos y privados creen, de verdad, que el caos se arreglará solo, y que ellos pueden volver a su agenda de obras faraónicas, de concentración de poder, y de Gobierno (y oposición) al estilo chingaquedito, están completamente errados. El México que importa está en otra parte.



JMRS
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