Editorial

Defendiendo a López Obrador de sí mismo

2020-07-22

Por desgracia las redes sociales y la conversación pública no distinguen entre lo...

Por JORGE ZEPEDA PATTERSON | El País

En materia de golpes mediáticos el presidente mexicano es un imán irresistible, sea para citar incorrectamente a Mario Puzo y su novela El Padrino, como para anunciar una reforma al sistema de pensiones que cambiará la calidad de la vejez de millones de personas. Un día inventa adversarios donde no los tenía para escándalo de muchos que no conciben a un presidente que parece disfrutar la polarización de los mexicanos, al día siguiente firma un tratado histórico con Estados Unidos gracias a un enorme esfuerzo de contención y madurez. Hoy minimiza el uso del tapabocas, para consternación de todos, mañana se lanza a una gira en la que cicatriza divisiones con gobernadores de oposición recalcitrantes. En suma, cuando creemos que definitivamente ya lo hemos perdido en la burbuja optimista en la que vive, entre relatos patrióticos del siglo XIX, ataques fulminantes a sus críticos y abrazos a los sicarios, el presidente regresa con un planteamiento histórico para modificar favorablemente la vida de los ciudadanos.

Por desgracia las redes sociales y la conversación pública no distinguen entre lo trascendente y lo frívolo, entre lo chusco y aquello que tiene posibilidades de modificar la historia. La “viralización” de la información sigue códigos perversos: obedece al potencial que una noticia tiene para provocar reacciones de humor y morbo y desatar emociones, particularmente las negativas. Probablemente se hablará más de un tuit polémico de Beatriz Gutiérrez Müller, la esposa del presidente, que del cambio en el sistema de pensiones para incluir a millones que antes eran ignorados. Es lamentable, porque el juicio que muchas personas hacen del gobierno se origina en los deslices y traspiés del mandatario, y no en el verdadero alcance de sus políticas públicas, que es lo que en realidad afecta a las personas.

Lo que no resulta tan explicable es que el presidente caiga también en esa lógica. Al pararse ante un micrófono suele incurrir en la misma desproporción entre lo coyuntural y lo trascendente. A la mayoría de los mexicanos nos tiene sin cuidado la manera en que tituló una noticia el diario Reforma o el contenido de una columna política que el mandatario considera injusta, entre las 200 que se publicaron ese día. Y sin embargo, pasa del anuncio de una reforma de Estado que mueve océanos, por así decirlo, a la foto de portada de un diario que será archivo dentro de tres días: con una diferencia, lo de la foto le merecerá una reacción emocional que hará las delicias del gran público, mientras que el proyecto que hará historia será despachado con cifras y frases de bronce que pocos consultarán. Al día siguiente el presidente hará una sentido reclamo al Reforma por haber destacado el chisme en primera página y minimizado la nota trascendente en páginas interiores, sin percibir de que él está haciendo justo lo mismo al hacer el señalamiento. El presidente hace una mención histórica de Benito Juárez y acto seguido le habla a la Nación de un tal Pablo Hiriart, un columnista al que él detesta, sin percatarse de la desproporción de su narrativa.

La justificación del presidente para actuar así es que no desea dejar sin respuesta distorsiones de mala fe o críticas infundadas. No parece darse cuenta de que al mencionarlos obsesivamente en la máxima tribuna de la Nación, como él diría, los convierte en celebridades. El Reforma ha renacido, gracias al presidente, como el espacio para aglutinar a todos los sectores que se le oponen. Ninguna campaña de publicidad podría haber sido más efectiva. Y Pablo Hiriart hoy es alguien para muchos millones de mexicanos que ignoraban su existencia. El presidente no parece darse cuenta de que al subir al ring a un actor social, le otorga una dimensión nacional e histórica.

Pero no reside allí el problema más allá del efecto contraproducente que supone agigantar artificialmente a sus adversarios. El problema es que son estos desahogos los que ocuparán los espacios y ahogarán la atención a los aspectos trascendentes de su sexenio. Me recuerda al profesor de Yoga de la televisión que se exhibe semidesnudo para mostrar su físico impresionante y luego se queja de que no se ha prestado atención al mensaje espiritual que entraña la disciplina milenaria que él difunde.

Pero a diferencia del yogui en cuestión, el presidente tiene un fondo más allá del ruido que él mismo genera y termina por desdibujarlo. En ese sentido habría que recuperar al López Obrador que está cambiando aspectos fundamentales del país, del Lopez Obrador pendenciero de las mañaneras. 

En dos años las reformas y las políticas públicas puestas en marcha por la 4T están provocando transformaciones importantes en beneficio del país. No todos estarán de acuerdo, desde luego, pero es este el criterio de evaluación contra el que tendríamos que medirlo. El propio AMLO no merece ser juzgado por exabruptos como calificar la pandemia de algo que nos viene “como anillo al dedo”, por más que haya sido mal interpretado.

Lo importante está sucediendo en otro lado, gracias a AMLO y a pesar de lo que él diga. Y lo que está sucediendo es un notable proceso de transformación en la dirección que el país necesitaba. Lo confirma el anuncio dado a conocer estos días del proyecto de reforma de pensiones, que ofrecerá a millones de trabajadores del sector informal una jubilación que no tenían y la rectificación del leonino trato que recibirían los que van a jubilarse a partir del 2023 al estar subordinados al infame régimen de 1997.   

Una reforma que subsana una injusticia y se suma a muchas otras que benefician a los más necesitados. El mejoramiento de 30% en el salario mínimo, la transferencia de recursos masivos a los sectores desprotegidos, la reorientación del gasto a regiones geográficas desdeñadas, el combate al dispendio de la clase política, la reestructuración del sistema de salud y de la compra de medicinas, el enfrentamiento al robo de combustibles, la fundación de una estructura territorial para enfrentar el crimen organizado, el saneamiento de las finanzas públicas y el combate a la evasión fiscal, la disciplina espartana ante el endeudamiento, la ausencia de represión, la eliminación de las partidas sucias a la prensa y los periodistas, la designación de consejeros electorales al margen de las cuotas partidarias a las que nos habían acostumbrado el PAN y el PRI.

Insisto, aunque podría hacerlo mejor, pero en las cosas que importan la 4T no lo está haciendo mal. Es notable lo realizado en apenas 18 meses, aun cuando López Obrador no siempre nos permita verlo.



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