Internacional - Política

Biden afirma que está en “el camino de la victoria”, pero recuerda que ningún candidato puede declararse ganador

2020-11-04

“Ni Trump ni yo podemos declarar quién es el ganador de estas elecciones. Paciencia,...

María Antonia Sánchez-Vallejo | El País

Wilmington (Delaware) - De “brutal intento de arrebatar los derechos democráticos a los ciudadanos estadounidenses" ha calificado la directora de la campaña de Joe Biden la acusación de fraude del presidente Donald Trump, y su intento de impugnar el escrutinio. “Es inaceptable, el conteo no se detendrá”, ha subrayado Jen O’Malley Dillon, en nombre del candidato demócrata, cuya única aparición pública se limitó, pasada la medianoche, hora local, a un breve y cauto mensaje de optimismo a sus seguidores, concentrados en el aparcamiento de un centro de convenciones de Wilmington (Delaware). Allí, el demócrata Joe Biden tenía previsto cerrar un círculo, el de sus repetidos intentos de llegar a la Casa Blanca, pues, ganara o no las elecciones ―una incógnita en vista de la pelea por el escrutinio―, lo único seguro es que por edad (cumplirá 78 años este mes) no volverá a presentarse. “Ni Trump ni yo podemos declarar quién es el ganador de estas elecciones. Paciencia, no lo sabremos hasta por la mañana o puede que más tarde. Estoy satisfecho de lo que hemos logrado, creo que estamos en el camino de la victoria”, dijo en una alocución que no pasó del minuto.

A medida que avanzaba la noche, y la madrugada, menguaba el margen de ventaja sobre el republicano. Su victoria como triunfo de la cordura sobre los excesos; de lo previsible, hasta aburrido a juicio de sus críticos, tras cuatro años de sobresaltos e improvisación desde el Despacho Oval, parecía cada vez menos probable. Biden, o la imagen de la serenidad, el bálsamo que reclamaba buena parte de la nación para aliviar la fractura política y social que ha dejado como principal legado Donald Trump, se quedaba a las puertas de la gloria porque el veredicto de las urnas le era esquivo.

Nadie se atreve a pronosticar quién tomará posesión el próximo 20 de enero, ni siquiera si el traspaso de poder descarrila por el intento de Trump de judicializar los sufragios en unos comicios reñidos como pocos, y celebrados en unas circunstancias inimaginables, las de la pandemia, que han perfilado tanto la campaña como el programa de Biden. De ahí que la presunta celebración electoral se quedara en agua de borrajas, aunque el recuento de votos electorales siga favoreciendo, por una diferencia cada vez menor, al que fuera vicepresidente de Barack Obama entre 2009 y 2017. El día con el que soñaba desde que empezó a pensar en la presidencia en los primeros años ochenta, y sus fallidos intentos de concurrir a ella en 1988 y 2008, se quedó en nada, pese a los 224 votos electorales que el demócrata arañaba esta madrugada, ante un rival que cada vez le comía más terreno, solo 11 compromisarios por detrás.

“Va a haber una transición pacífica”, repetía Biden, que cumplirá 78 años este mes, poco antes del cierre de las urnas en la Costa Este del país, para tranquilidad de sus vecinos, que en el apacible y recoleto Wilmington temían las provocaciones de simpatizantes trumpistas. Tal vez, por eso el centro de la ciudad aparecía desierto a media tarde. Pese a los inquietantes amagos de Trump de judicializar la votación hasta el último minuto, el demócrata se mostraba confiado en que la propia inercia de la estructura presidencial, los mecanismos internos del poder ―tan bien engrasados en la democracia más dinámica del mundo―, evitarían una tormentosa transición. Sus llamamientos a la unidad y la concordia llegaron en forma de tuit a media tarde: “El amor es más poderoso que el odio; la esperanza, más poderosa que el miedo; la luz, más poderosa que la oscuridad”.

Llamada a la calma

El triunfo de Biden, senador durante casi cuatro décadas, suponía también para sus votantes una apuesta por la acreditada experiencia de un político profesional, que además conoce bien los resortes de la Casa Blanca, frente a los palos de ciego de un advenedizo. Pero el ambiguo lenguaje de las urnas aún daba margen de madrugada al mal perdedor que es Trump; él, que hizo del adjetivo loser (perdedor) la descalificación favorita de sus rivales ―el primero de ellos, Biden―, se saltaba todas las barreras, recurriendo a la grave acusación de fraude para con la voluntad popular.

Joseph R. Biden Jr., católico, natural de Scranton (Pensilvania) y padre doliente ―ha perdido a dos de sus hijos―, aparecía como la gran esperanza blanca de un país desgarrado por la polarización y la desconfianza; como un hombre honorable y compasivo. El de ayer fue un día luminoso y cálido en Delaware, donde reside, y en Pensilvania, su otro Estado, y el cielo parecía enviar una señal del autógrafo que dejó por la mañana en la casa donde nació, en una localidad obrera del noreste de Pensilvania: “Desde este hogar a la Casa Blanca por la gracia de Dios”. Más tarde visitó con su esposa, Jill, y sus dos nietas la tumba de su hijo Beau, que murió de un cáncer cerebral a los 46 años y que animó a su padre a dar el paso de presentarse a la presidencia. Nada a lo largo del día dejaba presagiar los nubarrones de la madrugada.

Pero Wilmington no modificó sus costumbres, ni su somnolienta atmósfera, y solo un abundante puñado de periodistas y cámaras de televisión rompieron la ordenada placidez del lugar, tan parecido a Biden, y viceversa, casi una ósmosis. A medida que transcurría la noche, y se complicaba el escrutinio, decenas de automóviles acudían al aparcamiento del centro de convenciones donde Biden tenía previsto hablar para, en vez de celebrar una victoria casi cantada por los sondeos, apoyar al candidato en estas horas difíciles.

En los alrededores del recinto acordonado por la policía, bien avanzada la madrugada eran muchos más los sets de unidades móviles de televisión que los ciudadanos de Wilmington deseosos de arropar a su candidato. Se cortaba con cuchillo el aliento, mientras se congelaba toda esperanza.



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