Pura Demagogia
Una posible clasificación de los nacionalismos
Yásnaya Elena Aguilar, The Washington Post
La nación y el Estado son entidades que pueden existir como categorías separadas. Esto ya lo había planteado en un ensayo previo. A partir de ahí, podemos caracterizar el nacionalismo como la serie de ideas y prácticas que se implementan desde el poder para naturalizar e inocular en la población la idea de que un Estado es también una nación.
En este sentido conviene también hacer otras distinciones necesarias. Para ciertas posturas, todas las manifestaciones de orgullo por la pertenencia a cualquier nación son caracterizadas como nacionalismo pero, ciertamente, no se trata del mismo fenómeno. Las Semanas de Vida y Lengua Mixes son un encuentro anual en el que personas de diversas comunidades de la Región Mixe nos reunimos para tomar talleres de lecto-escritura en nuestra lengua, participar en mesas de discusión y conferencias sobre nuestro idioma, cultura e historia.
En las diversas ceremonias asociadas se halla presente la bandera del pueblo mixe, se entona el himno de nuestra nación y se reflexiona sobre el significado de nuestros símbolos; aunque estos símbolos son, en formato, semejantes a las banderas, himnos y escudos de los países del mundo, el fondo no podría ser más distinto: estos símbolos se utilizan como elementos de integración que recuerdan que no somos grupos étnicos sino naciones en resistencia en contra de las prácticas integracionistas y violentas del Estado mexicano. No hay una elaboración de superioridad ni estos símbolos sirven para justificar el control de nuestras fronteras, la creación de un gobierno mixe centralizado o la imposición de nuestra lengua y formas de vida a otras naciones.
Detrás de las ceremonias de la bandera mixe no existe la voluntad de equiparar Estado con nación borrando otras identidades, otras lenguas y otras culturas; es más, detrás de estas prácticas, no existe lo que la politóloga k’iche’ Gladys Tzul ha llamado el “deseo de Estado”. Las pretensiones del movimiento mixe no implican crear un Estado independiente, porque el problema es precisamente la creación de un mundo dividido en Estados nacionales. Las narraciones y las prácticas simbólicas de la nación mixe no son en modo alguno equiparables al nacionalismo mexicano, un nacionalismo de Estado que se ha articulado sobre la eliminación de nacionalidades que cuestionan su legitimidad, que pretende hacer creer a golpe de ideología que el Estado mexicano es también una nación “única e indivisible", como reza el artículo segundo de la Constitución.
Por otra parte, podemos encontrar naciones que sí han expresado más claramente el “deseo de Estado” como sucede con Cataluña, encapsulada actualmente dentro del Estado español. Sus prácticas y discursos nacionalistas se hallan estrechamente ligadas con el deseo de convertirse en un Estado independiente, una república distinta.
Estas prácticas, desde ciertos puntos de vista, son severamente condenadas desde los círculos de poder de los Estados mientras que su nacionalismo está casi siempre normalizado. Lo que para el Estado es simplemente un valor positivo, esto mismo se convierte en una amenaza terrible cuando el nacionalismo no es suyo, sino de las naciones que ha encapsulado; el Estado teme el secesionismo como el peor de los males y combate toda práctica nacionalista que no sea la suya.
¿Qué tipo de nacionalismo condenamos? Mientras que el nacionalismo que despliegan los Estados-nación se hallan disfrazados dentro de la narrativa del amor —sí, el “amor a la patria”—, otras manifestaciones simbólicas de naciones que no son Estados son estrictamente descalificadas. El nacionalismo que preocupa es el de naciones sin Estado, mientras que el del Estado, tan violento, ha sido totalmente normalizado e incluso calificado como deseable.
Distintos analistas y políticos mexicanos han expresado que los reclamos de autonomía y libre determinación de las naciones indígenas son una amenaza a la unidad nacional y describen los peligros de una balcanización. Estas alarmas evidencian que, mientras que el nacionalismo mexicano ha justificado las violencias y despojos de las naciones que habitan este territorio, lo verdaderamente preocupante para el modelo del Estado liberal es la existencia de otras colectividades que tienen otras prácticas, otras culturas, otras historias y otras lenguas en territorios que preexisten al Estado mexicano.
Podríamos aventurar entonces la siguiente clasificación: el nacionalismo de los Estados que pretenden forzar la equivalencia Estado=nación, como el mexicano; el nacionalismo de las naciones que pretenden convertirse en Estados independientes, como el caso de Cataluña; y las prácticas simbólicas colectivas de naciones sin Estado y sin “deseos de Estado”, a las que incluso no llamaría nacionalismo, como el caso de la nación mixe o de la nación kurda, la cual antes buscaba crear un Estado pero ahora propone más bien una confederación basada en una idea muy distinta del Estado-nación.
No todas las prácticas simbólicas de las naciones del mundo son nacionalismo, pero el que está respaldado por un Ejército, como el de los Estados-nación actuales, son los más peligrosos y violentos, y han sido tan normalizados que incluso han pasado por un proceso de romantización que las ha revestido de valores y de amor.
Mientras que el nacionalismo de naciones sin Estado que desean convertirse en uno, y las prácticas simbólicas de naciones sin deseos de Estado son utilizadas para ejemplificar los peligros del nacionalismo, el nacionalismo de Estado se ha inoculado tanto que parece normal e incluso imperceptible, algo dado e incuestionable. Pero no es así: están siendo permanentes recreados desde el poder.
Los sentimientos nacionalistas mexicanos, por mencionar un ejemplo, no surgen espontáneamente en la socialización cultural de las personas que quedaron encapsuladas dentro de los límites geográficos del Estado mexicano: necesitan de la coacción desde el poder. Para inocular la idea de que el Estado mexicano es una sola nación, es necesario desplegar una serie de prácticas y narrativas que han hallado un nicho privilegiado en el proceso de escolarización y en los medios de comunicación. En una serie de entrevistas (no publicadas aún) con personas de pueblos indígenas que no habían sufrido el proceso de escolarización, me di cuenta de que el sentimiento nacionalista mexicano era bastante débil y, en algunos caso, inexistente. Su primera pertenencia se planteaba en términos sustentados en compartir una lengua y un territorio en común. ¿Seríamos nacionalistas si el gobierno por medio de la escuela, de los medios de comunicación y de sus rituales oficiales no nos hubieran inoculado ideología convertida después en sentimientos como el amor por México? Desde el nacionalismo parece natural sentir amor por un Estado-nación, por más absurdo que suene, y desarticular el nacionalismo se convierte en algo muy complejo cuando se interpreta que se descalifica un sentimiento y no una ideología.
El nacionalismo no debe confundirse, entonces, con simples deseos y anhelos de pertenencia colectiva o pertenencia geográfica o regional, la pertenencia colectiva se articula en otros símbolos y alianzas. Podemos celebrar y reproducir símbolos colectivos sin necesidad de nacionalismo ni de exclusiones sistemáticas. El nacionalismo es una operación ideológica del Estado, o desde el “deseo de Estado”, que convierte la ideología en sentimientos y sirve para naturalizar el despojo, la discriminación de las miles de naciones en el mundo que no formaron Estados ni tienen deseos de hacerlo.
Jamileth