Como Anillo al Dedo
Cuando un nazi llegó a mi sala de urgencias, supe valorar su vida, aunque él no valorara la mía
Taylor Nichols, The Washington Post
Llegó en una ambulancia, casi sin aliento. Ya los paramédicos le habían comenzado a administrar oxígeno. Aun así, era evidente que estaba teniendo muchos problemas para siquiera respirar. Se veía enfermo. Incómodo. Asustado. Cuando lo llevamos a la camilla y le quitamos la camisa para ponerle una bata de hospital, hubo algo que todos notamos: sus tatuajes nazis.
La esvástica destacaba con descaro en su pecho. Tatuajes de las SS y otras insignias nazis corrían por sus brazos. El hombre tenía una constitución sólida. Era más viejo que nosotros. Su consumo de metanfetamina a lo largo de los años había cobrado su precio habitual, y sus dientes habían prácticamente desaparecido.
“No me deje morir, doctor”, me dijo casi sin aliento mientras lo colocábamos en nuestra máquina respiratoria CPAP. Le aseguré que todos íbamos a trabajar duro para cuidarlo y mantenerlo con vida.
Y por “todos” me refería a un equipo que incluía a un médico judío, un enfermero negro y un terapeuta respiratorio asiático. Todos lo vimos. Los símbolos de odio en su cuerpo anunciaban abiertamente y con orgullo sus puntos de vista. Todos sabíamos lo que pensaba de nosotros y cómo valoraba nuestras vidas.
Pero nuestro trabajo consistía en valorar la suya. Así que ahí estábamos, trabajando en equipo para asegurarnos de darle la mejor posibilidad de sobrevivir. Todo eso mientras usábamos cubrebocas, batas, protectores faciales y guantes. Este momento capturó a la perfección lo que hemos estado viviendo como trabajadores de la salud mientras esta pandemia sigue acelerándose.
Existimos en medio de ciclos de miedo y aislamiento. Miedo de enfermarnos en el frente de batalla. Miedo de llevar el virus a casa y exponer a nuestras familias. Miedo de perder a nuestros colegas. Miedo a la oleada de pacientes en desarrollo y a no tener lo necesario para atenderlos.
Aislamiento porque no queremos ser responsables de la propagación del virus, sabiendo que estamos rodeados por él a diario. Aislamiento porque nadie más puede en realidad comprender este sentimiento, estos miedos, el costo de este trabajo. Pero seguimos adelante.
Una parte demasiado grande de la sociedad se ha mostrado reacia a escuchar a la ciencia o a nuestras súplicas. Le rogamos a las personas a que se tomen este virus en serio, que se queden en sus casas, que utilicen un cubreboca, que sean la ruptura de la cadena de transmisión.
En vez de eso, la gente ha calificado a la pandemia de “engaño”. Nos han llamado mentirosos y corruptos, nos han dicho que estamos siendo demasiado políticos al preocuparnos por la muerte de los pacientes e intentar salvar vidas. Han sugerido que estamos tratando de sacar provecho económico de la pandemia. Han dejado de preocuparse por nuestras vidas, nuestras familias, nuestros miedos.
En la sala de emergencias, nuestro paciente ya estaba con soporte respiratorio alto y todavía le costaba respirar, así que le pregunté si quería que lo intubáramos. Yo sabía que la intubación era casi inevitable, y quería saber su respuesta antes de que la hipoxia lo confundiera más.
El hombre dijo que si un tubo de respiración era la única forma en que podía sobrevivir, quería que hiciéramos todo lo posible. Así que eso tendríamos que hacer. En este punto ya no teníamos otras opciones, así que nos preparamos.
Me he enfrentado a esta situación innumerables veces desde la escuela de medicina. No me refiero a la intubación, que a estas alturas se ha convertido en rutina para mí y mi equipo. Me refiero a las esvásticas. A los pacientes racistas. Cada vez que me encuentro con esta situación, siento una pequeña conmoción. Y todas las veces he podido superar esas emociones de manera fluida y rápida.
Entré en este trabajo queriendo salvar vidas. “Llegaron aquí necesitando un médico, y Taylor, tú eres un médico”, es un mantra que me he repetido cuando siento que mi empatía decae.
Cuando salí de la habitación a prepararme para un procedimiento de alto riesgo, revisé mi equipo de protección personal. Tenía mi mascarilla N95, protector facial, bata y guantes. ¿Estaba a salvo? ¿Estaba mi equipo a salvo? Hice una pausa para asegurarme de que tenía todo mi equipo y algunas reservas adicionales por si las necesitábamos.
Repasé el plan con el enfermero y el terapeuta respiratorio. Hice una pausa. Vi el tatuaje de las SS y me pregunté qué pensaría el hombre de que un médico judío lo estuviera atendiendo ahora, o cuánto le importaría salvar mi vida si nuestros roles se invirtieran.
Y por primera vez en mi carrera, reconozco que dudé por tener sentimientos ambivalentes. La pandemia me ha desgastado; mi mantra sobre preocuparme por la salud de todos no estaba teniendo el mismo impacto en ese momento. Me di cuenta de que quizás no estaba bien.
Después de que el paciente fue intubado y estabilizado, nunca más volví a verlo. Pero me enseñó una lección que sé que es una experiencia compartida entre los trabajadores de la salud: esta pandemia, de manera simultánea, está poniendo a prueba y fortaleciendo las profundidades de nuestra compasión.
Nos apoyamos mutuamente para garantizar que podamos seguir brindándote nuestra mejor atención. Nuestras puertas siempre estarán abiertas, sin importar quién seas, para que puedas buscar atención médica cuando la necesites.
Jamileth