Religión

La Navidad nos invita a reflexionar sobre la dramaticidad de la historia: Papa Francisco

2020-12-23

 Y este don de gracia: esto es pura gracia, sin mérito nuestro. Hay un Santo Padre que dice:...

Por Gabriel Sales Triguero

(Zenit – 23 dic. 2020).- En la audiencia general, el Papa Francisco ha ofrecido algunos “puntos de reflexión en preparación a la celebración de la Navidad”, cuya liturgia nocturna dará a conocer “el anuncio del ángel a los pastores” de que “ha nacido el Salvador, que es Cristo el Señor”.

La audiencia general de hoy, 23 de diciembre de 2020, ha sido emitida desde la biblioteca del Palacio Apostólico vaticano, sin fieles, en prevención frente a la COVID-19. A lo largo de la misma, el Santo Padre ha interrumpido el ciclo de catequesis sobre la oración para centrarse en el tema de la Navidad (Lectura: Lc. 2, 4-7).

Verdadero sentido

Recordando que “también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén” como los pastores, el Papa describe la Navidad como una “fiesta universal” que del mismo modo despierta “fascinación” en los que no creen y resulta “un evento decisivo, un fuego perenne” para los cristianos. Igualmente ha denunciado que la Navidad se confunda con “cosas efímeras” o se reduzca a algo “sentimental o consumista”, abundante en regalos pero “pobre de fe cristiana y también pobre de humanidad”, problema del que ya habló anteriormente. Es necesario, añade, “frenar” esta incapacidad de “captar el núcleo incandescente de nuestra fe” que es Dios hecho hombre.

Reflexión

Por otro lado, el Pontífice ha llamado a una reflexión sobre la “dramaticidad de la historia en la cual los hombres” pecadores buscan la verdad, la misericordia y la redención, y también sobre la “bondad de Dios” que nos comunica la “Verdad que salva” y nos hace partícipes “de su amistad y de su vida”, todo sin “mérito nuestro” sino por pura gracia.

Asimismo, ha explicado que Dios no nos mira “desde arriba” ni siente “asco por nuestra miseria”, sino que ha “asumido plenamente nuestra naturaleza”, sin dejar nada fuera “excepto el pecado”. Toda la humanidad, continúa, “está en Él” y esto es “esencial para comprender la fe cristiana”.

La Navidad es como la “fiesta del Amor encarnado” y “nacido por nosotros en Jesucristo”, que es la “luz de los hombres que resplandece en las tinieblas” y da sentido a la “existencia humana y a la historia entera”.

Catequesis del pesebre

El Obispo de Roma insiste en otro modo de prepararse para esta fiesta litúrgica: “meditar un poco en silencio delante del pesebre”, que es “una catequesis de esta realidad”, siguiendo la enseñanza de san Francisco de Asís y contemplar la escena como un niño, dejándonos invadir por la “forma maravillosa en la que Dios ha querido venir al mundo”.

Después de pedir la gracia de este misterio, Francisco ha rememorado una conversación que tuvo con unos científicos que le hablaban de los grandes avances de la robótica, tecnología programada para solucionar cualquier situación, menos una: “estos robots no podrán” tener ternura, algo que Dios “nos trae” y de lo que “tenemos mucha necesidad”.

Si la pandemia “nos ha obligado a estar más distantes”, concluye, “Jesús, en el pesebre, nos muestra el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanos”.

Catequesis

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta catequesis, en los días previos a la Navidad, quisiera ofrecer algunos puntos de reflexión en preparación a la celebración de la Navidad. En la Liturgia de la Noche resonará el anuncio del ángel a los pastores: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,10-12).

Imitando a los pastores, también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén, donde María ha dado a luz al Niño en un establo,  “porque —dice San Lucas— no tenían sitio en el alojamiento” (2,7). La Navidad se ha convertido en una fiesta universal, y también quien no cree percibe la fascinación de esta festividad. El cristiano, sin embargo, sabe que la Navidad es un evento decisivo, un fuego perenne que Dios ha encendido en el mundo, y no puede ser confundido con las cosas efímeras. Es importante que no se reduzca a fiesta solamente sentimental o consumista. El domingo pasado llamé la atención sobre este problema, subrayando que el consumismo nos ha secuestrado la Navidad. No: la Navidad no debe reducirse a fiesta solamente sentimental o consumista, rica de regalos y de felicitaciones pero pobre de fe cristiana, y también pobre de humanidad. Por tanto, es necesario frenar una cierta mentalidad mundana, incapaz de captar el núcleo incandescente de nuestra fe, que es este: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Y esto es el núcleo de la Navidad, es más: es la verdad de la Navidad; no hay otra.

La Navidad nos invita a reflexionar, por una parte, sobre la dramaticidad de la historia, en la cual los hombres, heridos por el pecado, van incesantemente a la búsqueda de verdad, a la búsqueda de misericordia, a la búsqueda de redención; y, por otro lado, sobre la bondad de Dios, que ha venido a nuestro encuentro para comunicarnos la Verdad que salva y hacernos partícipes de su amistad y de su vida. Y este don de gracia: esto es pura gracia, sin mérito nuestro. Hay un Santo Padre que dice: “Pero mirad de este lado, del otro, por allí: buscad el mérito y no encontraréis otra cosa que gracia”. Todo es gracia, un don de gracia. Y este don de gracia lo recibimos a través de la sencillez y la humanidad de la Navidad, y puede quitar de nuestros corazones y de nuestras mentes el pesimismo, que hoy se ha difundido todavía más por la pandemia. Podemos superar ese sentido de pérdida inquietante, no dejarnos abrumar por las derrotas y los fracasos, en la conciencia redescubierta de que ese Niño humilde y pobre, escondido e indefenso, es Dios mismo, hecho hombre por nosotros. El Concilio Vaticano II, en un célebre pasaje de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, nos dice que este evento nos concierne a cada uno de nosotros: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Const. past. Gaudium et spes, 22). Pero Jesús nació hace dos mil años, ¿y me concierne a mí? — Sí, te concierne a ti y a mí, a cada uno de nosotros. Jesús es uno de nosotros: Dios, en Jesús, es uno de nosotros.
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Esta realidad nos dona tanta alegría y tanta valentía. Dios no nos ha mirado desde arriba, desde lejos, no ha pasado de largo, no ha sentido asco por nuestra miseria, no se ha revestido con un cuerpo aparente, sino que ha asumido plenamente nuestra naturaleza y nuestra condición humana. No ha dejado nada fuera, excepto el pecado: lo único que Él no tiene. Toda la humanidad está en Él. Él ha tomado todo lo que somos, así como somos. Esto es esencial para comprender la fe cristiana. San Agustín, reflexionando sobre su camino de conversión, escribe en sus Confesiones: “Todavía no tenía tanta humildad para poseer a mi Dios, al humilde Jesús, ni conocía las enseñanzas de su debilidad” (Confesiones VII, 8). ¿Y cuál es la debilidad de Jesús? ¡La “debilidad” de Jesús es una “enseñanza”! Porque nos revela el amor de Dios. La Navidad es la fiesta del Amor encarnado, del amor nacido por nosotros en Jesucristo. Jesucristo es la luz de los hombres que resplandece en las tinieblas, que da sentido a la existencia humana y a la historia entera.

Queridos hermanos y hermanas, que estas breves reflexiones nos ayuden a celebrar la Navidad con mayor conciencia. Pero hay otro modo de prepararse, que quiero recordaros a vosotros y a mí, que está al alcance de todos: meditar un poco en silencio delante del pesebre. El pesebre es una catequesis de esta realidad, de lo que se hizo ese año, ese día, que hemos escuchado en el Evangelio. Para esto, el año pasado escribí una Carta, que nos hará bien retomar. Se titula Admirabile signum, “Signo admirable”. Siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, nos podemos convertir un poco en niños y permanecer contemplando la escena de la Natividad, y dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma “maravillosa” en la que Dios ha querido venir al mundo. Pidamos la gracia del estupor: delante de este misterio, de esta realidad tan tierna, tan bella, tan cerca de nuestros corazones, el Señor nos dé la gracia del estupor, para encontrarlo, para acercarnos a Él, para acercarnos a todos nosotros.

Esto hará renacer en nosotros la ternura. El otro día, hablando con algunos científicos, se hablaba de inteligencia artificial y de los robots… Hay robots programados para todos y para todo, y esto va adelante. Y yo les dije: “¿pero qué es eso que los robots no podrán hacer nunca?”. Ellos han pensado, han hecho propuestas, pero al final quedaron de acuerdo en una cosa: la ternura. Esto los robots no podrán hacerlo. Y esto es lo que nos trae Dios, hoy: una forma maravillosa en la que Dios ha querido venir al mundo, y esto hace renacer en nosotros la ternura, la ternura humana que está cerca a la de Dios. ¡Y hoy necesitamos mucho la ternura, tenemos mucha necesidad de caricias humanas, frente a tantas miserias! Si la pandemia nos ha obligado a estar más distantes, Jesús, en el pesebre, nos muestra el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanos. Sigamos este camino. ¡Feliz Navidad!



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