Internacional - Política
¿Qué nos dice la mentalidad de las masas sobre el asalto al Capitolio?
Por Benedict Carey | The New York Times
El 24 de febrero de 1848, el reinado de Luis Felipe, el último rey de Francia, llegó a un final ignominioso y abrupto después de días de manifestaciones cada vez más violentas en París y de meses de un creciente malestar con las políticas gubernamentales.
Al principio, los manifestantes que aparecieron por toda la ciudad se comportaban de manera convencional: estudiantes que gritaban consignas, mujeres y hombres bien vestidos que caminaban con calma, alborotadores que rompían aparadores y saqueaban establecimientos. Pero la noche del 23 de febrero, las cosas se pusieron sombrías. Los soldados dispararon contra la multitud cerca del Hôtel des Capucines y dejaron a muchas personas con heridas graves. A unas cuadras de distancia, un periodista se quedó “perplejo por la actitud de un hombre que, sin su sombrero, corrió desesperado en medio de la calle y comenzó a arengar a los transeúntes. ‘¡A tomar las armas!’, gritaba. ‘Nos traicionan’”.
“El efecto fue estremecedor”, escribió después el periodista. “Todos los vecinos se pusieron de acuerdo y por doquier se dio la orden de que todo el sistema debía caer”.
Varias décadas después, en 1895, esos acontecimientos motivaron uno de los primeros intentos académicos importantes para entender la mentalidad de las masas: La muchedumbre. Un estudio de la mente popular, de Gustave Le Bon. Desde entonces, los científicos sociales han tratado de describir la dinámica de los seres humanos dentro de las muchedumbres. Más allá de las provocaciones de la policía, ¿qué es lo que hace que un grupo aparentemente pacífico de personas se torne violento? ¿Cuán congruentes son las multitudes en su propósito? ¿Cómo es que una muchedumbre se convierte en una turba y por qué?
La marcha y el ataque de la semana pasada al Capitolio, cuyo resultado fueron al menos cinco muertes y muchas escaramuzas con la policía, ha vuelto a plantear estas y muchas otras preguntas. Los reportes de los medios noticiosos se han visto en francos problemas para encontrar las palabras adecuadas. ¿Fue una muchedumbre enardecida, una marcha caótica, una manifestación que se volvió fea, una insurrección deliberada… o una combinación de todo eso?
Debido a la falta de crónicas neutrales, tal vez nunca tengamos un relato completo de este episodio (la historia desde adentro contada por los que la conocen). Pero hay muchas imágenes en video, tal vez más que de ninguna otra marcha multitudinaria: los especialistas ya comenzaron a ver y a analizar las imágenes en el contexto de los amplios conocimientos sobre la dinámica de las multitudes y es probable que los acontecimientos del 6 de enero sean estudiados y mencionados durante años.
Si las escenas del Capitolio dan a conocer algo, es la variedad. Había personas con equipo militar que llevaban armas, esposas de plástico flexible y mapas de los pasillos del recinto; personas con sombreros del Tío Sam y disfraces de pieles de animales; otras llevaban sogas, plantaban artefactos explosivos, rompían ventanas, atacaban a los periodistas; y cientos más estaban afuera, confundidas, solo dando vueltas con pancartas de apoyo a Trump, conviviendo como si estuvieran en un asado en su jardín. Quizás para ser más concisos, los autores de los titulares han optado por usar el término “turba”, pero esa palabra difícilmente capta la totalidad de los acontecimientos, mucho menos lo que los investigadores han aprendido acerca del comportamiento de las multitudes en el último siglo y medio.
“Las muchedumbres no actúan con una mentalidad irracional”, señaló James Jasper, sociólogo de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y autor de The Emotions of Protest (las emociones involucradas en las protestas). “Hay muchos grupos que hacen cosas diferentes, por razones distintas. Eso es crucial para comprender cómo se comportan en última instancia”.
‘Nosotros no somos una multitud’
Le Bon, un intelectual y escritor francés, ni siquiera había cumplido los 7 años durante la rebelión de 1848 en París y muy probablemente no fue testigo de sus días más sangrientos. Pero es evidente que los relatos de la rebelión lo conmovieron y sintió repugnancia por lo que la propició: la “muchedumbre escandalosa y andrajosa moviéndose como enjambre”, escribió en 1895. A partir de ahí, elaboró la teoría de la psicología de las masas, la cual en realidad nunca ha dejado de estar vigente.
“Un conjunto de personas presenta características nuevas muy diferentes a las de los individuos que lo componen”, concluyó Le Bon. “Los sentimientos y las ideas de todas las personas en una multitud toman una misma dirección única y su personalidad consciente desaparece. Se forma una mente colectiva”.
(En el relato de un testigo ocular de la “muchedumbre ordinaria” que se rebeló contra un emperador bizantino en el siglo XI aparece una sensación parecida: “Fue como si toda la multitud fuera parte de alguna motivación sobrehumana. Parecían distintos de sus yo anteriores. Había más vehemencia en su correr, más fuerza en sus manos; el brillo de sus ojos estaba encendido e inspirado, los músculos de su cuerpo eran más fuertes”).
La noción de una mente grupal fue influyente entre los científicos sociales durante décadas y todavía tiene un gran atractivo público. Pero comenzó a desmoronarse durante los movimientos de protesta de mediados del siglo XX, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Por un lado, muchos científicos sociales ya no veían esas demostraciones desde un lugar apartado, en la televisión o en la literatura; sino que eran participantes activos. ¿Eran realmente ovejas sin sentido, ebrias de una mentalidad de multitud que abrumaba su juicio individual, como Le Bon y la élite sostenían? Eso no era lo que experimentaba el observador que se encontraba entre la multitud.
“Una multitud es como un paciente para un médico, el hipnotizado para el hipnotizador”, escribió Bill Buford en Among the Thugs, su libro de 1990 en el que parodia esas presunciones y que relata su tiempo en compañía de hooligans del fútbol inglés. “Una multitud es una chusma: hay que manipular, controlar, despertar. Nosotros no somos una multitud”.
A mediados del siglo pasado, se produjo un cambio importante en la reflexión acerca del comportamiento de las multitudes, el cual integraba dos principios contrapuestos. Uno es que, bajo condiciones específicas, los manifestantes pacíficos pueden reaccionar mal, por ejemplo, cuando otras personas rompen una barricada o cuando la policía derriba a alguien que está cerca. “Con mucha frecuencia, estos incidentes son iniciados por la policía”, señaló Jasper. “Pero desde luego que también pueden ser producto de la dinámica de las multitudes”.
Al mismo tiempo, por lo general es menos probable que la violencia impulsiva surja en multitudes que tienen alguna estructura social y organización interna. Ya desde la década de 1950, las manifestaciones del movimiento por la defensa de los derechos civiles eran tácticas y organizadas. También lo eran muchos plantones en las décadas de 1960 y 1970 contra la energía atómica y la guerra de Vietnam. Hubo vitrinas rotas y enfrentamientos con la policía, pero los disturbios espontáneos no eran la regla.
“En esa época tuvimos el tiroteo de la Universidad Estatal de Kent, los disturbios urbanos, las marchas por los derechos civiles”, señaló Calvin Morrill, profesor de Derecho y Sociología en la Universidad de California, campus Berkeley. “Y la idea de la mente colectiva no les ofrece a los científicos sociales la posibilidad de explicar los diferentes niveles de organización que hay detrás de todas esas manifestaciones y lo que significaron. Desde entonces, las manifestaciones, violentas o no, han incluido táctica, estrategia —y entrenamiento— precisamente para garantizar que la multitud no pierda de vista su objetivo”.
Martin Luther King Jr. entrenó personalmente a muchos grupos de los Viajeros de la Libertad y les explicaba con detalle cómo responder a las provocaciones de la policía y qué decir (o no) si eran arrestados. Esas lecciones tuvieron repercusiones. Muchos manifestantes en la central nuclear de Seabrook en Nueva Hampshire, en 1977, y en la Central Nuclear Diablo Canyon en California, a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, habían aprendido a dejarse llevar para evitar los golpes de la policía y a usar botas y no tenis. (Los tenis se salen cuando te arrastran).
Esa formación no es exclusiva de los grupos comprometidos con la no violencia, por supuesto, e incluye roles específicos para personas con habilidades especiales y una especie de nivel de gestión media. Los grupos de protesta inclinados a la provocación, ya sea de izquierda o de derecha, a menudo incluyen a los llamados expertos en violencia: hombres jóvenes dispuestos a cometer algunas acciones para cumplir los objetivos.
“Por supuesto que están entrenados, entrenados para ir directamente al frente, mezclarse y luego retroceder”, dijo Morrill. “Existe una larga tradición de esas tácticas”.
Dependiendo de la protesta, y de sus objetivos, las manifestaciones organizadas también pueden incluir alguaciles o guías que ayuden a transportar a la gente y los llamados grupos de afinidad, escuadrones que asumen cierta responsabilidad de liderazgo a medida que evoluciona la protesta. En su manifestación de Tampa, Florida, el verano pasado, el movimiento Black Lives Matter supuestamente tenía casi 100 alguaciles con chalecos fluorescentes patrullando entre la multitud, así como médicos, todos comunicándose con radios y entrenados en tácticas de desescalamiento.
“Se trata de grupos de cuatro a diez personas que participan en la protesta, a menudo amigos que vienen de otra ciudad o pueblo para cuidar a las personas que están heridas o enloquecidas”, dijo Alex Vitale, profesor de sociología en Brooklyn College, sobre los grupos de afinidad. “Y esos grupos se coordinarán entre sí, y si la multitud es asaltada o la dispersan, podrán decidir qué deben hacer”.
Controlando la masa crítica
Por supuesto que las acciones masivas no suceden en el vacío, son interacciones prolongadas con la policía y otros agentes de seguridad.
Así como la comprensión de la dinámica de masas ha cambiado de manera significativa en el último medio siglo, también lo han hecho las tácticas policiales y la evaluación de amenazas. Durante las protestas contra la guerra y los derechos civiles que terminaron en violencia en las décadas de 1960 y 1970 como la marcha de Selma a Montgomery en 1965, la protesta estudiantil de Kent State y la protesta pacifista de 1971 en Washington, D. C. el enfoque fue mostrar una fuerza abrumadora, seguida de arrestos masivos. Ahora, la estrategia inicial suele ser la contención. La policía o los funcionarios de seguridad suelen emitir permisos de protesta, bloqueando las áreas donde se permite la presencia de los manifestantes y que, por extensión, están prohibidas.
Los cuerpos de seguridad están entrenados para no hacer caso a los insultos que gritan ni a los pequeños actos de hostilidad, como los empujones y los lanzamientos de botellas de agua. Además, están entrenados para amortiguar los arrebatos de la multitud, desplazar a la gente con la mayor delicadeza posible, así como responder con rapidez a los focos de violencia y aislar a los agitadores, afirmó Ed Maguire, criminólogo de la Universidad Estatal de Arizona. Si una multitud es una bomba en potencia, el trabajo de los cuerpos de seguridad es desactivarla constantemente.
“Montan las llamadas líneas de escaramuza para intentar mantener a los manifestantes alejados de ellos”, señaló Maguire. La idea es negociar más que confrontar, afirmó.
Pese a todos los progresos en esas tácticas, la semana pasada, la muchedumbre del Capitolio fue un recordatorio de cuánto nos falta por aprender. Según Maguire y otros especialistas, las imágenes del asalto no dicen mucho acerca de las estrategias de la multitud o de la policía, si es que pusieron alguna en marcha. Para la Policía del Capitolio eso ha sido un motivo de cierta vergüenza, al menos una renuncia, y cuestionamientos sobre la influencia política y el trato desigual según la raza de los manifestantes.
“Solo parecía una mezcolanza de tácticas y confusión, como dijo un periodista después de la manifestación de Ferguson”, comentó Maguire. “No había ninguna estructura definida en la multitud y un caos total en el lado de la policía: ninguna idea clara sobre el manejo de incidentes que fuera confiable, sobre el uso del equipo adecuado, sobre las armas adecuadas. Parecía que faltaba todo eso”.
Si se trata de reconocer patrones, los académicos tienen un arsenal de herramientas nuevas para estudiarlos. Por ejemplo, los informáticos ahora pueden hacer modelos del comportamiento de las muchedumbres al “poblar” digitalmente una calle o un parque con una multitud, programar la cantidad probable de provocadores y simular todo el acontecimiento con base en diferentes tácticas policiacas.
Pero siempre habrá sorpresas, humanas, y la única manera de recopilar información sobre ellas es oír lo que le dicen los participantes a un entrevistador confiable. Las imágenes de video del miércoles muestran que, cuando la multitud irrumpió en el Capitolio, muchos de los invasores no sabían muy bien qué hacer después.
“La gente estaba sorprendida de haber entrado”, comentó Jasper. “Hay muy buenas tomas del salón de las estatuas, donde los manifestantes se quedaron dentro de los cordones de seguridad, como si fueran turistas, mirando maravillados a su alrededor”.
Sin una estructura o estrategia aparente, la multitud no tenía un objetivo compartido ni un plan común. La misma cualidad fortuita que había permitido que surgieran focos de violencia probablemente fue lo que finalmente la desactivó.
“Parecía que, al final, solo era una cuestión de desgaste”, dijo Jasper. “La gente quería buscar un baño, un pub o un lugar para dormir”.
Jamileth
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