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La grieta política parte en dos Ecuador
Federico Rivas Molina | El País
Quito - “Que ya viene Guillermo, que ya viene Guillermo”, grita un joven tras el volante de una gigantesca todoterreno. Sonia y Cristina Velázquez, madre e hija, ondean una bandera azul y blanca. Acaba de caer un chaparrón y las mujeres apenas han logrado refugiarse bajo la marquesina de una tienda. Llevan una hora en ese esquina del casco histórico de Quito, a dos calles del Palacio de Carondelet, la sede del Gobierno de Ecuador, y a cuatro del bar que abrieron hace diez años en ese barrio de oficinistas. Este miércoles han cerrado un poco antes que de costumbre. Escucharon en la radio que la caravana del candidato presidencial Guillermo Lasso pasaría por allí para despedirse de la capital antes de cerrar la campaña en Guayaquil. El domingo, el candidato conservador disputará la presidencia en segunda vuelta con Andrés Arauz, el hombre del correísmo. “Arauz es la copia de Rafael Correa”; “Arauz quiere terminar con la dolarización y volver al sucre”; “Arauz hará fraude”; “Arauz nos convertirá en Venezuela”. Sonia y Cristina repiten como un mantra lo mismo que la decena de seguidores de Lasso que esperan en esa esquina el paso del candidato conservador.
A pocas cuadras de allí, en la plaza frente a Carondelet, un grupo de simpatizantes de Arauz viste remeras naranjas y reparte panfletos y banderas. Un volante a todo color anticipa en letras azules: “Correa vuelve”. “Allí vive el traidor”, dice Luis Kaiza, un mecánico jubilado de 80 años que trabajó toda su vida en el Ministerio de Obras Públicas. Y señala la sede del Gobierno, para que quede claro se que se refiere a Lenín Moreno, el actual presidente, delfín político de Correa y luego enemigo. A su lado, María Quirsimba, un ama de casa de 60 años, dice que votará por Arauz “porque Lasso es el del feriado bancario”, como llaman a aquel día de marzo de 1999 en el que cientos de miles de ecuatorianos perdieron todos sus ahorros. Lasso asumió como ministro de Economía en agosto, cuatro meses después del feriado, y su nombre ha quedado asociado para siempre a aquel acontecimiento fatídico.
“Que ya viene Guillermo”, vuelven a gritar desde otra todoterreno. Y esta vez es cierto. A lo lejos se ven banderas azules y se escucha música de trompetas. “Viene en un Chivas Quito”, celebra Sonia, la dueña del bar que ha cerrado antes de hora. Las chivas quiteñas son camiones con la caja abierta a los lados que pasean gente por la ciudad al ritmo de música atronadora. Lasso se asoma enfundado en un pocho rojo y saluda con una mano. Alba Vázquez tiene 74 años y una trenza que llega hasta la cintura. Hasta la cuarentena contra el coronavirus vendía caramelos en la calle. “El 26 de marzo de 2020 mis hijos me prohibieron volver al trabajo”, dice, con buena memoria. Ha burlado el encierro y se ha acercado a la esquina del casco histórico para saludar a Lasso. “Queremos que gane para que no haya más corrupción, se robaron todo”, dice, en referencia a los diez años de Gobierno de Rafael Correa. Desde una camioneta le arrojan un tapabocas azul, regalo de su candidato.
La caravana de Lasso avanza entre vendedores ambulantes y comercios que promocionan sus productos con parlantes montados en la vereda. Dos mujeres indígenas, la más joven con un niño en la espalda, observan apoyadas contra la pared el paso de las banderas azules. Venden manzanas y aguacates a un dólar la bolsa. Están serias. ¿Votarán a Arauz? “El voto es secreto”, responden cortantes. “Pero mire, ni un barbijo [cubrebocas] nos han dado, nada de nada”, se indigna la madre del niño.
En la plaza frente a Carondelet la cosa se ha animado. Lasso ya ha pasado y la zona queda en manos de los correístas. Los sondeos anticipan un empate técnico entre Araúz y Lasso, pero en ese punto naranja de la plaza nadie duda de quien será el triunfo. “Araúz será un buen presidente, porque hará obras”, dice Marcos Picuasi, de 47 años. Ofrece tapabocas por un dólar, sin mucho éxito.
Son las cinco de la tarde y en una hora el imponente centro colonial de Quito quedará vacío. Los pocos que aún trabajan en el centro deberán llegar a sus casas antes de las ocho de la noche, cuando empezará el toque de queda. Kaiza, el mecánico jubilado, se quedará allí todo lo que le permita la policía porque, asegura, esa plaza es su segundo hogar. “Si habremos escapado aquí de las balas”, dice. Y enseguida se pierde en anécdotas de golpes de Estado y revoluciones. Y cuenta la historia del presidente que en 1875 murió a machetazos en ese mismo sitio víctima del soldado al que había robado la mujer. Y de la barbería que funciona “de toda la vida” en el frente del Palacio de Carondelet .”Allí se afeitó Richard Nixon”, asegura. Y de la alfombra roja que ponían para las visitas oficiales, entre la casa de Gobierno y el hotel Savoy, un edificio bicentenario reconvertido en oficinas. “Ya no quedan políticos”, se lamenta enseguida. “Ahora todos roban, pero Correa era una buena persona, yo lo conocí en el ministerio”. El domingo, Kaiza votará a Arauz “para que vuelva Correa”.
Jamileth