Atrocidades
Este es un nuevo capítulo del despojo a los palestinos por parte de Israel
Rashid Khalidi, The Washington Post
No es una coincidencia que el episodio más reciente de la guerra de más de 100 años contra Palestina haya emergido sobre los problemas de Jerusalén y los refugiados. Ambos están ligados con el historial de esfuerzos de Israel por despojar y desplazar al pueblo palestino. En las últimas semanas, las brutales acciones de Israel en la mezquita de Al-Aqsa de Jerusalén y sus alrededores, y sus intentos por desplazar por la fuerza a los palestinos en el vecindario aledaño de Sheij Jarrah fueron detonantes de otra confrontación violenta y asimétrica (evidenciada por una disparidad mayor de 10 a uno en el número de víctimas). Ambos problemas van a la raíz de esta lucha unilateral contra el despojo, y ambos han sido diligentemente ignorados por los legisladores estadounidenses encargados de ponerle fin.
Estos no son “disturbios” o una “disputa inmobiliaria”, como repiten sin cesar los israelíes. El contexto de estos eventos en Jerusalén, en Gaza y en otras partes de Palestina e Israel está resumido en las palabras del teniente de alcalde israelí de Jerusalén, Aryeh King, quien recientemente declaró que los desalojos de Sheij Jarrah eran “sin duda” parte del plan de Israel para colocar “capas de judíos” en la mitad oriental de la ciudad. El objetivo, dijo, era “asegurar el futuro de Jerusalén como una capital judía para el pueblo judío”.
Este proceso de “judaización” (término oficial israelí), basado en la lógica inexorable del colonialismo de asentamientos, ha operado por medio de la confiscación de hogares y terrenos, y el desplazamiento de sus propietarios palestinos dentro de Israel desde 1948, y desde 1967 en Jerusalén Este, Cisjordania y los Altos del Golán.
Esta es la lógica detrás de las marchas de colonos nacionalistas religiosos judíos fuertemente armados a través de los vecindarios árabes de Jerusalén, que son protegidos por las fuerzas de seguridad israelíes mientras atacan e intimidan a los residentes. Es la lógica que utiliza la Policía israelí cuando impide a la fuerza que los palestinos disfruten de las noches de Ramadán en la plaza de la Puerta de Damasco, una de las pocas áreas abiertas alrededor de la ciudad vieja. Es la lógica detrás de los ataques de los soldados a los feligreses en el complejo de la mezquita de Al-Aqsa noche tras noche durante los últimos días del Ramadán, que han incluido disparos de granadas de aturdimiento y bombas lacrimógenas al interior de la tercera mezquita más sagrada del mundo islámico. ¿Cuál sería la reacción mundial ante un ataque similar contra devotos dentro de una iglesia o sinagoga importante en una festividad religiosa?
Lo que está en marcha aquí es la lógica de la ley de 2018 que elevó un postulado central del sionismo político al nivel de un principio constitucional: que solo el pueblo judío tiene el derecho a la autodeterminación en la Tierra de Israel. Desde 1967, Israel ha ido extendiendo su soberanía sobre la totalidad del antiguo mandato británico de Palestina, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, en un inexorable proceso de anexión progresiva. La ley de 2018, que estableció al “asentamiento judío como un valor nacional”, deja implícito que el pueblo palestino no tiene derechos nacionales en su tierra ancestral, y que su despojo es una tarea israelí legítima y necesaria.
Esta lógica discriminatoria explica por qué el Estado israelí pone su poderoso aparato represivo a disposición de los extremistas religiosos cuando expulsan a residentes palestinos de sus casas mientras reclaman propiedad previa en Sheij Jarrah. Al mismo tiempo, impide la consideración de los reclamos de propiedad realizados por estos mismos residentes sobre sus viviendas confiscadas tras haber sido expulsados de sus hogares en Haifa, Jaffa y Jerusalén Oeste en 1948.
Esta crisis ha desinflado un mito importante: el de que los palestinos están divididos, desanimados y desmoralizados, y deberían rendirse ante cualquier término que Israel les ofrezca. Los palestinos podrán estar divididos políticamente, pero ya sea en Cisjordania, Jerusalén, Gaza, dentro de Israel o viviendo en la diáspora, están sujetos a los mismos procesos férreos de despojo y discriminación legalizada que siempre fueron inherentes a un proyecto para crear un Estado de mayoría judía en lo que fue, y una vez más es o pronto será, un país de mayoría árabe. La unidad de su resistencia al despojo y la supresión absoluta ha quedado en evidencia por las protestas en todos los rincones del país, ya sea en Jerusalén, en las ciudades mixtas de Lod, Ramla, Acre o Haifa, o en la Franja de Gaza.
Mientras Estados Unidos ignore el principio fundamental de igualdad absoluta en Palestina/Israel —que nunca ha defendido— seguirá siendo parte del problema en lugar de parte de la solución. Los representantes estadounidenses hablan del derecho de Israel a la autodefensa. ¿Qué hay del derecho de los palestinos a resistir a sus más de 70 años de despojos?
Una solución sostenible, ya sea basada en dos Estados o en uno, debe consagrar la igualdad absoluta de derechos para ambos pueblos, incluidos los derechos colectivos, nacionales y políticos, así como los derechos religiosos, de propiedad y civiles. Hasta que Estados Unidos acepte este principio y actúe para hacer cumplir las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas por las que votó, ya sea en Jerusalén o la colonización israelí; hasta que no haga cumplir de forma enérgica sus leyes sobre el uso estrictamente defensivo de armas estadounidenses y las referentes al estatus “caritativo” de las organizaciones estadounidenses 501(c)(3) que financian actividades de asentamiento en violación directa del derecho internacional, no será un actor neutral: seguirá siendo parte activa, junto a Israel, del despojo al pueblo palestino.
Jamileth
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