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Nadal aplaca a Schwartzman en dirección a las semifinales

2021-06-09

El balear responde a la afrenta con una embestida brutal y el viernes disputará sus...

Alejandro Ciriza | El País

París - La inquietud deriva felizmente en una extraordinaria reacción, porque Rafael Nadal siempre se levanta a tiempo. El español aprieta los dientes, acude al centro de la pista y celebra en forma de cruz, brazos en alto. Pero antes ha sorteado un buen sofoco. Diego Schwartzman, viejo conocido, le ha conducido hacia la primera situación comprometida en este Roland Garros, plácido hasta que el argentino, un tipo sin miedo, ha formado un buen enredo y le ha arañado un set. Hay fuego, pero no incendio. El balear responde a la afrenta con una embestida brutal y el viernes disputará sus decimocuartas semifinales en el grande francés, contra Novak Djokovic o Matteo Berretini (citados a las 20.00).

La Chatrier recupera la alegría; incompleta, pero alegría al fin y al cabo. Tras la desértica edición del año pasado y las cinco primeras rondas silenciosas de esta, la grada de la central se ocupa parcialmente –de los 1,000 espectadores autorizados hasta ahora, se pasa este miércoles a 5,000 por la moderación de las restricciones sanitarias en París– y el alboroto vuelve a colorear el inhóspito paisaje de los días previos. Vuelve el ruido, el barullo, el griterío. Hay runrún, la pista es otra historia. “¡Diego, Diego, Diego!”, le jalean a Schwartzman, que cuenta hoy con el favor de los parisinos por eso de aportar pimienta e intentar compensar un poco la historia. Aún lejos de aquellos tiempos volcánicos, los sonidos caen como agua bendita en la Chatrier.

Sea cual sea la circunstancia, tristón el último mes para Schwartzman porque los tropiezos han sido una constante durante la gira de tierra, el argentino jamás se arruga. Esté más o menos fino, siempre propone y arriesga, encara de frente los partidos y compite sin especular, con una transparencia que en ocasiones no termina de ayudarle. Se le ve venir. Y Nadal, astuto como ninguno en el territorio de la interpretación, lee entre líneas cuál es la apuesta del Peque: acelerones y frenadas, cambios de altura, del vértigo a la pausa para ver si así puede enredarle al gigante. Este, sin embargo, se las sabe todas y en cuanto al rival se le queda una pelota corta, arma el brazo y descarga con todo para ir hormigonando la victoria. Hay amistad, que no perdón.

Así añade el español al casillero los dos primeros breaks y se hace con el primer set, luciendo muñeca y guantazo a guantazo. Resuelve el brete del arranque en el segundo, del 0-3 al 3-3, imperial como tantas y tantas veces. Ocurre que Schwartzman, un diablillo que juega al tenis como los ángeles y pelotea con un aguijón en la raqueta, obliga a jugar varios partidos dentro de un partido. Independientemente de cómo esté o de qué ranking ocupe, exige permanentemente pensar. El bonaerense es un sudoku. En la previa se refería al sol –”la bola pica más alto, y eso le beneficia a Rafa”– y cuando a este le da por esconderse detrás de las nubes que pasean sobre el cielo de la Chatrier, el mallorquín sufre un bache considerable y el adversario crece y crece.

“¡Diego, Diego, Diego!”, celebra la central, con ganas de marcha y más tenis. “En muchos lugares del mundo quieren mucho a los argentinos”, razona él, apreciado aquí y allá, muy respetado en tanto que su figura (1,68 de estatura) y su propuesta (cerebral) representan una absoluta excepción en un deporte en el que mandan las torres y los bombarderos, con muy poquitos versos libres ya. El Peque es uno de ellos, y por eso Nadal siempre se expresa desde la admiración, calificándolo como uno de los mejores del mundo. Lo es.

No es fácil verle pasar al balear un mal rato así. No en París. Schwartzman le aprieta y le exprime, adjudicándose el segundo parcial tras una caña de Nadal en el momento más inoportuno. El contador, entonces, se detiene: son 36 sets consecutivos entre el que cediera en la final de 2019, contra Dominic Thiem, y este que le arrebata el argentino. El récord siguen siendo 38, pues. Se dirige a la silla cabreado por algunas bolas dudosas que no han caído de su lado y se las tiene con el juez, Damien Dumuosos; está nervioso y empapado, se cambia la equipación mientras masculla y el exceso de ímpetu hace que el logo de la badana quede alineado correctamente. Raro en Nadal.

Durante un buen rato, el duelo transita sobre un fino hilo. Piensan, no pocos, en ese encuentro de hace tres años, en los cuartos, cuando Schwartzman ya le birló una manga y la lluvia interrumpió decisivamente ese episodio. Salió entonces airoso Nadal, y vuelve a hacerlo porque poco a poco se repone, entona el saque y su golpe natural hace retroceder varios metros al adversario; desde ahí, tan lejos de la red y tan cerca del muro, cambia por completo el panorama. Schwartzman (28 años) se transforma en toda una amenaza y resiste hasta que con el 4-3, por delante en el tercer set, el mallorquín (35) dice basta y reacciona en forma de huracán. Nadal ha vuelto, Nadal abre las alas. Enseña su serrucho. Llega la liberación.

Rompe para 5-4 y propone una andanada bestial de nueve juegos seguidos sin mirar atrás, pisando a fondo el acelerador. La resistencia de Schwartzman se deshilacha con cada crochet y salta finalmente por los aires. El desenlace se convierte en un recital. En los instantes de mayor incertidumbre, cuando la soga más aprieta y la ocasión lo demanda, Nadal se redimensiona y emerge. Siempre ha sido así. Así sucede otra vez ante el encomiable El Peque. Por si había alguna duda.



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