Vidas Ejemplares
Tras las huellas de san Antonio de Padua
Por Fr. Fabián Martínez Araque
“¡Oh corazón, más dichoso que todo bienaventurado, más feliz que cualquier feliz, tú que tienes a Dios en ti! ¿Qué te falta? ¿Qué más puedes tener? Lo tienes todo, porque tienes al que lo hizo todo, que te llena Él solo, sin el cual todo lo que existe es nada.”
(San Antonio de Padua, Sermón de Pentecostés, 15)
El 13 de junio de 1231, a la edad de 36 años, cerca de la ciudad de Padua (Italia) y, con el rostro radiante de alegría, murmurando las palabras "Veo a mi Señor", san Antonio terminaba la peregrinación por este mundo y entraba a morar para siempre en la casa del Padre Dios, Aquel a quien tanto buscó en la tierra, a quien tanto amó con todo su corazón y a quien tantas veces predicó en sus Sermones y a través de su testimonio de caridad evangélica.
Siguiendo las huellas del santo patrono de las causas perdidas, quienes deseen, podrán unirse alrededor del mundo “9 días para encontrar lo que se ha perdido con San Antonio de Padua”, una propuesta de meditación en audio guiada por nueve frailes franciscanos en la red social de oración Hozana, del 13 al 21 de junio.
Siempre he pensado que las figuras de santidad en la Iglesia son como esos vitrales de las grandes catedrales a través de los cuales traspasa la luz del día e iluminan el lugar donde éstos han sido puestos.
De esa misma forma, los santos a lo largo de la historia, en los lugares donde Dios los ha suscitado, han iluminado, no con luz propia sino con la Luz de la divinidad, la realidad que el mundo y la Iglesia han tenido que afrontar en el devenir histórico de la humanidad. San Antonio de Padua (1191-1231) nació en Lisboa (Portugal). Desde muy temprana edad entró en el monasterio de San Vicente, de los canónigos regulares de san Agustín, para adherirse más al proyecto de consagración a Dios que había ido madurando. Allí impulsado por su fuerte deseo del conocimiento de Dios, se preparó asiduamente en el estudio de la Sagrada Teología y en la formación concerniente al ministerio sacerdotal.
Antonio de Padua, abierto y dócil al “Espíritu del Señor y su santa operación” como solía expresarlo su maestro y padre en el seguimiento de Cristo, Francisco de Asís, descubre que Dios le llama a emprender la misión de ser portador y paladín del Evangelio, para llevar la Verdad a tantos hombres y mujeres confundidos por la herejía y ser instrumento de caridad para con aquellos que la sociedad misma, mantenía bajo sus yugos y esclavitudes. Es así como en el año 1220 ingresa a la Orden Franciscana y, desde ese momento, recorre con pasión y celo apostólico los caminos del norte de Italia y del sur de Francia, para animar con su predicación del Evangelio a todo el pueblo cristiano sediento de la presencia de una Iglesia cercana, acogedora y comprometida con el pobre.
Todo el acontecer pastoral de san Antonio de Padua tuvo como finalidad, iluminar la existencia de todos los que se encontrara en el camino de su vida itinerante. Como buen hijo y discípulo de san Francisco de Asís sabía que antes de socorrer cualquier necesidad material, es importante sembrar primero en el corazón del cristiano, la Palabra de Dios, que todo esclarece y todo hace nuevo. En uno de sus sermones dominicales afirma:
“Como el hombre exterior vive del pan material, así el hombre interior vive del pan celestial, que es la Palabra de Dios”. Es allí donde toda acción y toda situación de la vida, encuentra fortaleza y seguridad para avanzar con esperanza por el camino de nuestra existencia humana.
San Antonio de Padua en su ardua labor apostólica salió al encuentro de todos aquellos, que por estructuras de poder y de esclavitud, sentían que habían perdido todo motivo para seguir creyendo y esperando en Dios. Desde la dignidad misma del ser humano, ultrajada por los ávaros usureros de la ciudad de Padua, hasta la propia experiencia de fe cristiana, deformada por el incremento de la herejía albigense, encontraron en el “doctor evangélico” (como lo llamó el papa Pío XII en 1946), una esperanza y un consuelo, donde la presencia de Cristo Salvador se hizo notar con fuerza y contundencia.
Que el ejemplo de santidad de este fraile franciscano santo siga iluminando la vida de tantos cristianos en la actualidad que han perdido su fe en el Señor y sus motivaciones para tener una vida gozosa aquí en la tierra. El santo de las multitudes y de la predicación incansable del Evangelio, nos enseñe con su testimonio que, sin el cultivo de la vida interior, sin la pasión por Jesucristo y su Palabra, no tiene eficacia ningún esfuerzo humano y ningún apostolado. Pues como él mismo nos enseña en sus sermones: “Si el predicador no expresa lo que cultiva en su corazón no convence a nadie, se trasmitirá a sí mismo y no a Dios”.
aranza