Incapacidad e Incompetencia
El saldo criminal del farsante López-Gatell
Carlos Loret de Mola A., The Washington Post
El viernes 11 el gobierno de México declaró simbólicamente el fin de la emergencia por la pandemia: suspendió las conferencias de prensa nocturnas que durante 451 días ofreció con su equipo el zar para el COVID-19, el polémico subsecretario de Salud Hugo López-Gatell.
Sus apariciones públicas fueron siempre un desplante de soberbia y arrogancia que hubiera sido perdonable de no ser porque México se volvió referencia internacional de cómo no debía manejarse la pandemia: es el cuarto país del mundo con más muertes, el segundo en letalidad por contagios y de los primeros en personal médico que ha fallecido por la enfermedad.
Nada de esto perturbó jamás el aire de suficiencia de López-Gatell. El viernes celebró con mariachis y flores el fin de “la nocturna”, como se apodó a esa rueda de prensa. Una fiesta mexicana con al menos 242,689 muertos a cuestas hasta el 12 de junio. Estudios como el del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington señalan que la cifra real de personas muertas por COVID-19 en México ronda las 600,000 personas.
Sus conferencias fueron perdiendo el interés de la población y de los medios ante la enorme distancia entre sus dichos y la realidad. Estas exhibieron a un hombre que se fue quedando sin argumentos y que divagaba, tropezaba con los números y optaba por atacar a los periodistas que cuestionaban su triunfalismo.
El doctor Hugo López-Gatell completó la difícil tarea de fallar en todo. De inicio, minimizó la peligrosidad de la pandemia. El 28 de enero de 2020, dijo: “El nuevo coronavirus se comporta como un virus de agresividad leve comparado con la influenza estacional (…) Si hoy ustedes se quedan con la sensación que decimos ‘no pasa nada’, es porque la evidencia lo muestra”.
El 11 de febrero de 2020 declaró: “El que está asintomático no necesita cuarentena alguna”. También que “no se necesitan hospitales especializados (…) Hay mucha mitología en lo que hemos escuchado en la prensa internacional, de que se necesitan construir hospitales especiales o tener centros exclusivamente para el coronavirus. No”.
El 4 de mayo pronosticó que el COVID-19 no dejaría más de 6,000 personas muertas en México. El 4 de junio, con la misma suficiencia, explicó que el escenario “muy catastrófico” serían 60,000 muertes. La realidad ha sido diez veces más grave que ese escenario.
Después, López-Gatell despreció las recomendaciones internacionales, como el uso del cubrebocas. “No sirven para protegernos”, diagnosticó el 2 de marzo de 2020. El 27 de abril lo volvió a desdeñar: “El usar cubrebocas tiene una pobre utilidad, o incluso tiene nula utilidad”.
Rechazó permanentemente la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de hacer más pruebas diagnósticas. El 16 de marzo de 2020 dijo: “Esta idea de que hay que hacernos todos la prueba parte de una visión completamente fuera de lugar”. La población no tuvo acceso a pruebas masivas, pero su jefe, el presidente Andrés Manuel López Obrador, dijo en octubre que se hacía una prueba semanal.
López-Gatell argumentó para no hacer más pruebas que México contaba con su propio sistema de detección de epidemias, el modelo de Vigilancia Centinela. Después de hablar a diario del modelo, y usarlo como escudo ante los cuestionamientos por la falta de pruebas diagnósticas, el 3 de mayo de 2020 lo arrojó a la basura: “Olvídense de la Vigilancia Centinela, seguirá operando ahí en el fondo, pero ya no es procedente”.
Para tratar de evitar la saturación de hospitales, el llamado inicial de las autoridades fue a no ir a ellos, salvo que el paciente se sintiera muy mal. Miles murieron en sus hogares o llegaron demasiado tarde al hospital.
El funcionario nunca fue capaz de informar cuándo se esperaba el pico de la pandemia. El primer pico lo vaticinó para inicios de mayo de 2020 y sucedió al final de junio. El problema es que a mitad de mayo empezó a relajar el confinamiento y a hablar de una “Nueva Normalidad”. Dijo que iniciaría por 300 “municipios de la esperanza”. ¿El resultado? La pandemia se desbordó.
Un informe encargado por la OMS concluyó que 190,000 muertes pudieron haberse evitado en México si la pandemia se hubiera manejado con los estándares promedio internacionales, con la realización de pruebas y promoción del uso de cubrebocas.
En diciembre del año pasado, cuando el país estaba en el segundo pico de la pandemia y se pedía a la población no salir de viaje, López-Gatell se fue de vacaciones a Oaxaca. Cuando tuvo COVID-19 y aún era contagioso, se le captó paseando en la calle sin cubrebocas.
Al último día de “La nocturna” había en el país una cifra acumulada de dos millones 448, 820 personas contagiadas. El mismo viernes, la Secretaría de Salud publicó la Encuesta Nacional de Salud: detectó que 25% de la población ya estuvo en contacto con el COVID-19 y generó anticuerpos. Es decir, 32 millones de personas.
La conferencia nocturna ya terminó, ya se desmantelan hospitales COVID-19, ya festejan con mariachis, pero la pandemia no ha terminado y solo 12% de la población está completamente vacunada.
En abril de 2020, cuando López-Gatell era el personaje favorito de la arena pública mexicana y lo consideraban un gran científico, un superhéroe y futuro candidato presidenciable, advertí en Post Opinión que era un farsante. Un hombre que ya había enfrentado hace una década la pandemia de influenza A(H1N1) y que, por su pésimo desempeño, había sido relegado en el gobierno de entonces.
Esta vez fue encumbrado. El presidente López Obrador no quiso corregir. Así que mantuvo, defendió y tendió sobre el zar de la pandemia un manto de impunidad. A cambio, López Gatell le consintió todo, hasta llegar al punto de decir: “La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”. No recomendó el cubrebocas porque a López Obrador no le gustaba. Acompañó el triunfalismo del presidente quien, desde el 26 de abril de 2020, dijo que en México “se ha podido domar la pandemia”.
La estrategia fundamental del gobierno ha sido política, no científica. La prioridad fue salvar al gobierno y no a los ciudadanos. Del saldo criminal, López Obrador y López-Gatell son corresponsables.
aranza