Diagnóstico Económico
Los peligros del desacople
DARON ACEMOGLU | Política Exterior
Occidente no debe dejarse arrastrar por China a una nueva guerra fría, donde dos grandes mundos separados competían ferozmente entre sí. Hoy el desafío es llegar a un modelo de coexistencia pacífica donde visiones del mundo incompatibles no impidan la cooperación en cuestiones geopolíticas y climáticas.
Las sanciones del gobierno chino a Alibaba el año pasado y a la empresa de alquiler de autos con chofer Didi este mes han generado una acalorada especulación sobre el futuro de la industria tecnológica china. Para algunos, las recientes intervenciones de las autoridades de China son parte de una tendencia justificable, similar al creciente escrutinio de sus homólogas estadounidenses sobre las grandes tecnológicas. Otros las ven como una competencia por el control de datos que de otro modo serían explotados por países occidentales. Y una tercera explicación, más creíble, es que son una advertencia a las grandes empresas chinas para que no olviden que el Partido Comunista Chino (PCCh) todavía es el que manda.
Pero en un nivel más trascendental, las acciones del gobierno chino son parte de un intento más amplio de desacoplarse de Estados Unidos, un hecho que puede tener graves consecuencias para el mundo. A pesar del deterioro sostenido de la relación económica y estratégica entre ambos países, pocos creían que la rivalidad pudiera convertirse en una confrontación geopolítica al estilo de la guerra fría. Tras un período de excesiva dependencia estadounidense de China y de un entrelazamiento demasiado estrecho entre ambas economías, es posible que ahora estemos yendo hacia un equilibrio del todo diferente.
La guerra fría se definió por tres dinámicas interrelacionadas. La primera, y tal vez la más importante, fue la rivalidad ideológica. El bloque occidental, liderado por EU, y la Unión Soviética tenían ideas diferentes respecto de cómo debía organizarse el mundo, y ambas partes intentaban difundir la visión propia (a veces, por medios inicuos). También había una dimensión militar, de la que el ejemplo más notorio es la carrera armamentística nuclear. Y ambos bloques procuraban estar en la vanguardia del progreso científico, tecnológico y económico, porque sabían que era esencial para asegurar el predominio ideológico y militar.
Aunque al final los soviéticos no consiguieron impulsar el crecimiento económico tan bien como EU, al principio se anotaron algunas victorias en el plano tecnológico-militar. El exitoso lanzamiento del satélite Sputnik fue un toque de atención para EU.
La intensidad de la rivalidad durante la guerra fría fue posible en gran medida porque EU y la URSS estaban desacoplados. A diferencia de lo ocurrido con China en las últimas décadas, las inversiones de EU y sus avances tecnológicos no fluían automáticamente hacia la URSS (salvo, a veces, por la vía del espionaje). Pero ahora, las hostilidades sinoestadounidenses (exacerbadas por la diplomacia incoherente de Donald Trump) han creado análogos modernos de las rivalidades de la guerra fría. Hoy hay una fractura ideológica bien definida, que era imposible hace apenas 20 años, en la que Occidente ensalza las virtudes de la democracia (sin negar sus imperfecciones) y China promueve su modelo autoritario con total confianza por todo el mundo (sobre todo en Asia y África).
«La intensidad de la rivalidad durante la guerra fría fue posible en gran medida porque EU y la URSS estaban desacoplados»
Mientras tanto, China ha abierto nuevos frentes militares, entre los que se destacan el mar de China Meridional y en el estrecho de Taiwán. Y por supuesto, durante la última década ha habido una escalada de la rivalidad económica y tecnológica, y ambas partes han concluido que disputan una carrera existencial por el dominio en inteligencia artificial (IA). Aunque este énfasis en la IA puede ser errado, nadie duda de que la superioridad en tecnologías digitales, biociencia, electrónica avanzada y semiconductores es de enorme importancia.
Para algunos observadores, la nueva rivalidad es oportuna, ya que dará a Occidente un sentido de propósito común bien definido. Al fin y al cabo, el “momento Sputnik” sirvió al gobierno estadounidense de estímulo para invertir en infraestructura, educación y nuevas tecnologías. Hoy una misión similar para las políticas públicas puede redundar en grandes beneficios; de hecho, la administración de Joe Biden ya ha comenzado a situar las prioridades de inversión de EU en el marco de la rivalidad sinoestadounidense.
Es verdad que muchos de los triunfos de Occidente durante la guerra fría dependieron del hecho de tener en frente a la URSS. El modelo socialdemócrata de Europa occidental se veía como una alternativa aceptable al socialismo autoritario de estilo soviético. Asimismo, el crecimiento económico de libre mercado en Corea del Sur y Taiwán fue en gran medida resultado de la amenaza del comunismo, que obligó a gobiernos autocráticos a evitar políticas abiertamente represivas, encarar reformas agrarias e invertir en educación.
Y sin embargo, es probable que los beneficios potenciales de un nuevo momento Sputnik sean muy inferiores a los costos de un desacople. En un mundo interdependiente como el actual, la cooperación internacional es fundamental. La rivalidad con China, aunque esencial para la defensa de la democracia en todo el mundo, no es la única prioridad de Occidente. El cambio climático, que también es un riesgo para la civilización, exige una estrecha colaboración entre China y EU.
«Es probable que los beneficios potenciales de un nuevo momento Sputnik, en materia de estímulo para el progreso en Occidente, sean muy inferiores a los costos del desacople de China»
Además, los analistas actuales tienden a subestimar los tremendos costos de la guerra fría. Si hoy Occidente carece de credibilidad cuando defiende los derechos humanos y la democracia (Hong Kong y China incluidos) no es solo resultado de una generación de intervenciones militares desastrosas en Oriente Próximo. En los años en que EU consideró que libraba una batalla existencial con la URSS, derribó gobiernos democráticos en Irán (1953) y Guatemala (1954) y dio apoyo a feroces dictadores como Joseph Mobutu en República Democrática del Congo y Augusto Pinochet en Chile.
Otro error igualmente grave es pensar que la guerra fría fomentó la estabilidad internacional. Por el contrario, la carrera armamentística nuclear y las conductas temerarias de ambas partes crearon condiciones propicias para la guerra. La crisis de los misiles cubanos no fue la única vez en que EU y la URSS estuvieron cerca de un conflicto abierto (y de la “destrucción mutua asegurada”). También hubo flirteos con el peligro, entre otros casos, en 1973 (durante la Guerra de Yom Kippur) y en 1983, cuando los sistemas soviéticos de alerta temprana lanzaron una falsa alarma de lanzamiento de un misil balístico intercontinental estadounidense.
Hoy el desafío es llegar a un modelo de coexistencia pacífica que permita la competencia entre visiones del mundo incompatibles y la cooperación en cuestiones geopolíticas y climáticas. Eso no implica que Occidente deba aceptar las violaciones chinas a los derechos humanos o abandonar a sus aliados en Asia; pero tampoco debe dejarse arrastrar a una trampa al estilo de la guerra fría. Todavía hay espacio para una política exterior basada en principios, sobre todo si los gobiernos occidentales dejan a la sociedad civil encabezar el escrutinio de los abusos chinos dentro y fuera del país.
Jamileth