Turismo
Barrio baja los delitos y se abre al turismo en Venezuela
Por JUAN PABLO ARRÁEZ y ARIANA CUBILLOS
CARACAS (AP) — Amanece en Caracas y decenas de turistas se concentran en las inmediaciones de uno de los teatros más modernos y grandes de Latinoamérica a la espera del autobús que los llevará a hacer un recorrido por un barrio de la ciudad, que visitarlo resulta inusual para la mayoría de los venezolanos.
Miguel Espinoza, así como otros turistas nacionales y extranjeros, mostró su entusiasmo de visitar una barriada pobre, otrora una de las tres más peligrosas de la capital venezolana que si bien no ofrece un paisaje natural de ensueño, ni mucho menos hay museos o monumentos afamados que suelen ser el foco del turismo tradicional en cualquier parte del mundo, les permite adentrarse en un lugar que está muy lejos de ser el sitio aterrador que muchos imaginaban.
“Lo especial es que nunca pensé que yo podía venir para acá”, dijo Espinoza, un jubilado 77 años, que vive en Chuao, una próspera urbanización del este de Caracas. Cuando le contaron sobre el llamado “San Agustín Cumbe Tour” en principio “no lo creía, pero me convencieron y vine. Realmente es muy bueno”.
“Estoy disfrutando un panorama” de Venezuela “que pocos conocen y vale la pena venir. Nos tratan bien y se come muy sabroso”, agregó Espinoza, quien relató que al cruzar por la autopista veía con curiosidad desde lejos las góndolas del funicular, que a diario transporta a casi 200,000 personas. Nunca pensó que se subiría en una de ellas.
El funicular fue inaugurado en el 2010 para que los vecinos pudiesen transportarse de manera rápida y segura, una alternativa a laberínticas escaleras que condenaban al aislamiento y dificultaban el traslado de personas con problema de movilidad.
En el Barrio de San Agustín, cerca del centro de Caracas y donde antaño reinaba la basura y por doquier deambulaban jóvenes armados que habían hecho del delito su fuente de ingresos, ahora reina la esperanza y la convicción de que el arte y la cultura son capaces de transformar incluso al peor de los delincuentes.
Por décadas sus habitantes se han esforzado en demostrar que su modo de vida sencillo, donde prolifera el arte callejero, la buena comida y la música bailable como la salsa y el son cubano, no sólo son fuentes de alegría en medio de la adversidad, sino que sirven como atractivos para visitantes nacionales y extranjeros, así como una vía para brindar mejores oportunidades a sus hijos y de paso ayudar a reducir la criminalidad.
Ellos han convertido su pequeña parroquia, de apenas 1,7 kilómetros cuadrados, en un destino turístico con grandes potencialidades.
El tour “me parece una buenísima experiencia”, dijo a The Associated Press Yaritza Vegas, una caricaturista de 46 años que completa el presupuesto familiar vendiendo pasteles de maíz rellenos de carne con ensalada en el barrio.
El “Cumbe Tour” —un nombre que alude a un término de origen africano que significa cerro, altura, monte y que en tiempos de la colonia servía de refugio a los esclavos fugitivos que buscaban ser libres-- “es la ruta de turismo cultural”, refirió Reinaldo Mijares, un residente de 54 años, que preside la fundación 100% San Agustín y director del teatro Alameda de la comunidad.
“Cuando vienes a esta ruta te podrás (encontrar) con la gastronomía del barrio”, signada en particular por la cultura culinaria de Barlovento, una región frente a las costas del Caribe y donde por siglos se ha cultivado uno de los granos más preciados de la industria chocolatera mundial y donde la prosperidad de las haciendas de cacao logró combinar lo mejor de la gastronomía y música española con sus equivalentes africanas y la fuerza trabajadora en las plantaciones.
Sus guisos conquistaron los más exigentes paladares en esta nación sudamericana y suele degustarse en el barrio con el acompañamiento de los tambores, que invitan al baile y dejan en el olvido las diferencias sociales.
“San Agustín tiene de especial que es una mezcla, que genera una gran diversidad en su conformación histórica”, acotó Mijares. El barrio se formó a partir de las migraciones internas que se dieron en Venezuela con el desarrollo de las ciudades por la explotación del petróleo desde principio del siglo XX, y particularmente en las décadas de 1950 y 1960, cuando llegaron al sector personas procedentes del centro, oriente y occidente del país, “sobre todo llegó mucha gente de Barlovento con su música” y tradiciones de raíz africana.
Por ser una de las parroquias más pequeñas de Caracas, todos los lugareños se conocen y eso ha facilitado la integración, resaltan.
El tour permite demostrar que la barriada está llena de gente talentosa y trabajadora, que ha mejorado sus condiciones de vida mediante la promoción de la actividad cultural y musical, según Mijares.
La gente de San Agustín entiende que el arte y la cultura son “una herramienta que ha marcado la vida de este barrio. Es desde allí que hemos logrado bajar los niveles de violencia criminal”, agregó con orgullo.
Antiguos delincuentes que azotaban la parroquia en la década de 1990 --cuando San Agustín figuraba entre las tres parroquias más peligros del país-- lograron transformarse en promotores del arte, el deporte y los valores familiares.
Una de esas bandas ahora es un club deportivo de “gente que está trabajando por los niños” y desde su “conocimiento del territorio, ha logrado cambiar su realidad propia y la de todo su sector”, añadió Mijares, quien destacó que eso se logró por la toma de “conciencia” de esos jóvenes, sin necesidad de acuerdos, treguas o sangrientos enfrentamientos con la policía.
En contraste, no muy lejos de San Agustín, en una barriada conocida como a la Cota 905 —una zona montañosa semejante y tamizada de casuchas construidas en su mayoría con materiales de desechos— operaba hasta el mes pasado una de las mayores bandas delictivas del país que mantenía azotados a sus vecinos y otras comunidades de la capital venezolana.
Por años la Cota 905 estuvo bajo control de la banda de “El Koki”, que fue desarticulada entre el 7 y 9 de julio tras un sangriento enfrentamiento entre delincuentes y más de 2,400 funcionarios de seguridad, que fueron desplegados para someter a criminales que a diario hacían uso de armas de guerra como granadas, fúsiles y hasta bazucas para cometer sus fechorías.
Visitar un barrio como San Agustín para algunos es una oportunidad única para conocer a personas separadas por el muro invisible de la inseguridad y descubrir que mientras en sectores acaudalados muchos temen caminar en los alrededores de su casa, la gente en este barrio pobre se reúnen en las calles y los niños juegan alegremente en cualquier esquina.
“Me encanta el hacer turismo en un barrio porque es una cultura que uno realmente no conoce, uno siempre está metido en Caracas como en una burbuja y queríamos conocer un poco cómo es su gente y cómo es su arte”, dijo Elena Rodríguez, una profesora de historia del arte, de 61 años, que hizo el recorrido junto a varias amigas.
Jamileth
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