Tras Bambalinas
China y los talibanes intensifican su luna de miel
Macarena Vidal Liy | El País
La aparente —y cautelosa— luna de miel entre los talibanes y China continúa y se hace más intensa. Un día después de que la milicia diera a conocer la composición de su Gobierno en Afganistán, en el que solo participarán miembros del grupo y en el que no hay mujeres, Pekín ha dado su bendición a lo que ha calificado de un “paso necesario” para poner fin a “tres semanas de anarquía” y comenzar la restauración del orden y la reconstrucción. También ha confirmado que está dispuesto a mantener comunicación con los nuevos líderes del país centroasiático.
El ministro chino de Exteriores, Wang Yi, ha avanzado por su parte el envío de ayuda humanitaria de urgencia hacia Afganistán, al que China expedirá un cargamento con grano, equipamiento de invierno, vacunas y medicinas por valor de unos 26 millones de euros. Ambos países comparten una pequeña frontera, de unos 70 kilómetros.
Los contactos entre Pekín y los talibanes, y con otros países vecinos con intereses en Afganistán, se han desarrollado a un intenso nivel en las últimas semanas, desde que el ministro chino de Exteriores se reunió en la ciudad de Tianjin con una representación del grupo integrista a finales de julio. Wang hablaba este miércoles durante una reunión por videoconferencia con representantes diplomáticos de seis naciones limítrofes: Pakistán, China, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán e Irán. La semana pasada era su viceministro Wu Jianghao quien conversaba con el entonces director adjunto de la oficina política de los talibanes en Qatar, Abdul Salam Hanafi, hoy viceprimer ministro en Kabul. La semana próxima se celebrará en Dushanbé una cumbre regional sobre seguridad en la que se abordará la situación afgana y a la que podría asistir el propio presidente chino, Xi Jinping.
El tanteo entre los nuevos líderes afganos y China es mutuo: ambos esperan verse beneficiados de la relación, pero quieren recibir pruebas de que podrán fiarse el uno del otro. El Gobierno de Xi Jinping se ha mostrado dispuesto a colaborar con la milicia y asistir en el proceso de reconstrucción tras la retirada de Estados Unidos y sus aliados después de 20 años de guerra; a largo plazo, y si el país consigue estabilizarse, le interesan las riquezas mineras que puedan existir en el subsuelo afgano, cuya extracción se ha visto imposibilitada por una geografía complicada y las décadas de constante conflicto.
A cambio de su ayuda, Pekín exige garantías de que los talibanes no permitirán el uso de su territorio para posibles ataques terroristas contra su región de Xinjiang, limítrofe con Afganistán y hogar de la minoría musulmana uigur, donde en el pasado se perpetraron atentados que Pekín atribuye a grupos radicales de esa etnia.
“China sabe que tiene que ser más activa, diplomática y políticamente, y lo está siendo. Sabe también que tendrá que gestionar la situación en buena parte a través de Pakistán —el gran aliado de los talibanes—. Y tiene estas reservas sobre lo que las garantías de los talibanes significan, y hasta qué punto Pakistán puede presionar sobre ellos”, apunta Andrew Small, del German Marshall Fund.
Los intercambios de mensajes en este sentido se suceden. Si el viernes Hanafi insistía a Wu en que su grupo “nunca permitirá que nadie utilice el suelo de Afganistán para amenazar los intereses de China”, este miércoles Wang Yi exigía a la milicia que rompa con los grupos extremistas y tome medidas contra ellos. “Todas las partes deben intensificar el intercambio de datos de inteligencia y la cooperación en el control de fronteras, para atrapar y eliminar a grupos terroristas que se hayan infiltrado desde Afganistán”, indicó el ministro chino.
Pekín, matiza Small, “no quiere la filtración de militantes o un ambiente permisivo para ellos, para ningún grupo que pueda causar problemas a China o a sus vecinos. Y eso incluye un amplio espectro de formaciones, incluidos los grupos talibanes paquistaníes”. En opinión de este experto, al Gobierno de Xi también le preocupa, más que la frontera común —muy estrecha y en unas condiciones geográficas que hacen muy difícil su cruce—, la vulnerabilidad de “objetivos chinos en países vecinos y, en algunos casos, la estabilidad de los propios Estados vecinos, como Pakistán. Tampoco quiere un Estado paria que opere bajo sanciones internacionales, así que quiere asegurarse de que emerge un Gobierno aceptable”. Y, en cualquier caso, “China no quiere verse arrastrada a una intervención activa, desde luego no militar, pero tampoco en otras maneras. Demasiada influencia política puede convertirla en un objetivo demasiado visible”.
Por su parte, los talibanes esperan que Pekín les proporcione una asistencia que necesitan desesperadamente para poner en marcha el país, y un apoyo diplomático que evite el aislamiento que vivió el grupo durante su primera etapa a los mandos de Afganistán, entre 1996 y 2001. En una entrevista concedida al periódico italiano La Repubblica la semana pasada, el portavoz del grupo Zabihullah Mujahid calificaba a Pekín de “nuestro socio más importante” y “una extraordinaria oportunidad para nosotros, porque está dispuesto a invertir y reconstruir nuestro país”.
“Hay ricas minas de cobre en el país que, gracias a los chinos, podrán volver a la actividad y modernizarse. Además, China es nuestro billete de entrada a los mercados de todo el mundo”, aseguraba el portavoz.
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