Pan y Circo
Pedro Castillo y López Obrador: ¿Qué puede aprender un presidente mudo de uno que no para de hablar?
Diego Salazar | The Washington Post
Este viernes 17 el presidente peruano, Pedro Castillo, realizará su primer viaje al exterior como mandatario. Castillo llegará a México para participar de la Cumbre de Jefes y Jefas de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
México será solamente una breve parada —sé, de forma no oficial, que solo estará en México por poco más de 24 horas— camino de Estados Unidos, donde Castillo atenderá una reunión del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) el día 20, y luego intervendrá en el debate general de la 76º Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.
Intenté averiguar cuál será la agenda de Castillo en México, pero fue imposible. Tanto la Cancillería como Palacio de Gobierno se niegan a decir más de lo indicado el 9 de setiembre, cuando el Congreso autorizó el viaje, y de lo señalado en un comunicado escueto de ese mismo día que indicaba que el presidente “reafirmará el compromiso del Perú con la democracia y los derechos humanos ante la comunidad internacional”. Uno de los funcionarios cercanos al presidente con quien hablé me dijo, en un intercambio de mensajes, que “faltan detalles” por afinar y pronto se informará más al respecto.
Este secretismo o falta de transparencia, lastimosamente, se ha vuelto lo habitual en todo lo relacionado con el presidente Castillo. Desde los primeros días de su mandato, cuando despachó en un domicilio privado fuera de Palacio de Gobierno, sin que la agenda oficial registrara con quién se reunió, hasta el prolongado silencio ante la prensa que sigue manteniendo.
La última entrevista que dio Castillo fue como candidato, casi un mes antes de la segunda vuelta. No ha concedido ninguna desde que asumió la presidencia, hace más de un mes y medio. Ni siquiera a TV Perú, la cadena estatal. Su silencio se ha visto interrumpido únicamente por esporádicas declaraciones y arengas en eventos públicos, así como por un breve mensaje a la nación el 6 de setiembre. Ni la muerte del excabecilla del grupo terrorista Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, el fin de semana pasado, mereció una declaración expresa del presidente, tan solo un tuit tres horas después de que se hiciera público lo ocurrido.
La parquedad mediática de Castillo no solo contrasta con la verborragia de Vladimir Cerrón, su principal socio y líder del partido oficialista, Perú Libre, sino también con la de su anfitrión este fin de semana: el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, conocido mundialmente por sus excesos retóricos y afición a los micrófonos.
Aunque, de forma similar a Castillo, López Obrador ha dado pocas entrevistas a medios de prensa desde que asumió el gobierno, da conferencias matutinas a diario. La mañanera, como se le conoce coloquialmente, suele durar dos horas pero en ocasiones se extiende hasta tres, tiempo que aprovecha para sacar pecho por los logros de su gobierno a la vez que condena una y otra vez la herencia del “periodo neoliberal”, mientras ataca con saña a su principal enemigo: la prensa. La mañanera es el principal instrumento de la campaña eterna en que vive López Obrador y ha servido, como ninguna otra herramienta a su disposición, para acrecentar la polarización del país, un ambiente donde el presidente se siente más que cómodo.
Si bien el oficialismo mexicano considera estas conferencias “un ejercicio de transparencia y rendición de cuentas único en el mundo”, los datos indican algo distinto. Según un informe reciente de la consultora SPIN, entre el 3 de diciembre de 2019 y el 31 de agosto de 2021, el presidente mexicano ha realizado 61,079 afirmaciones no verdaderas, a un promedio de 89 por conferencia.
Esta tendencia a exagerar o directamente mentir se ha convertido, junto al ataque diario a periodistas y medios, en la característica más llamativa del discurso de López Obrador. Al punto que, como señalaba hace poco la analista Viri Ríos, el presidente ha empezado a “mezclar realidad con sueños”. El México que habita imaginariamente López Obrador, dice Ríos, es “un país de legalidad, una democracia consumada, una nación con transparencia plena y derecho a la información”, un México “maravilloso, que no existe, donde ya no se violan los derechos humanos y en el que él ha cumplido casi a cabalidad su misión”.
A diferencia de los otros dos representantes de la izquierda democrática latinoamericana en el poder, el presidente argentino, Alberto Fernández, y el presidente boliviano, Luis Arce, López Obrador no estuvo presente en la toma de mando de Castillo el 28 de julio pasado. El presidente mexicano solo ha realizado un viaje al extranjero desde que asumió el gobierno, pero envió a Lima en su representación al canciller, Marcelo Ebrard. Días antes, López Obrador había celebrado la victoria de Castillo al destacar que a Perú y México “es mucho lo que nos une”. Agregó: “Nos da muchísimo gusto este triunfo”.
Lastimosamente, más allá de las expresiones de buena voluntad, no sabemos bien qué podemos esperar del encuentro entre el nuevo patriarca de la izquierda democrática latinoamericana, un político con décadas de experiencia, que busca sustituir a la OEA con un organismo que no sea “lacayo de nadie” y conocido por su incontinencia verbal, y el presidente peruano, un político en buena medida inexperto, que parece tener todavía que construir su propio estilo de gobierno y que rehuye con esmero al escrutinio y enfrentamiento con los medios. De hecho, no sabemos siquiera si habrá algún encuentro en el que puedan conversar de tú a tú. Por ahora, nadie lo ha confirmado.
Espero, eso sí, que si Pedro Castillo llega a aprender algo de López Obrador durante su corta estancia mexicana, no sea a agudizar la polarización gracias a repetir falsedades, lanzar ataques a sus rivales desde el podio más alto del país y elevar la confrontación con los medios. La precaria democracia peruana, tan golpeada luego de una enconadísima campaña electoral, no lo soportaría.
aranza
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