Salud
Los últimos de los últimos: la vacunación de rezagados en Ciudad de México
ELÍAS CAMHAJI, El País
Las autoridades mexicanas se fijaron la meta de vacunar a todos los adultos contra la covid-19 antes de que terminara octubre. A finales de mes vino el anuncio oficial: se había concluido la campaña nacional al aplicar por lo menos una dosis a ocho de cada 10 habitantes mayores de 18 años. “Informamos con mucho gusto de la conclusión de esta importante etapa y el cumplimiento de la meta a la que nos comprometimos”, celebró Hugo López-Gatell, el encargado de la gestión de la pandemia, en la rueda de prensa presidencial. Poco más de dos semanas después, casi 12,4 millones de personas aún esperan recibir el esquema completo, en un país donde las noticias sobre nuevos embarques de las farmacéuticas, las conferencias diarias sobre el avance del virus y la angustia por los picos de la epidemia parecen haber quedado atrás.
En Ciudad de México, la región más afectada del país desde el inicio de la pandemia, la noción es que la covid es una prueba superada. El Gobierno ha señalado este viernes que la cifra de casos positivos, hospitalizaciones y defunciones está en su nivel más bajo en lo que va de año. En sus palabras, en “mínimos históricos”. La curva epidémica está en descenso. Se ha decretado semáforo verde para reanudar prácticamente todas las actividades públicas. Ha regresado el tráfico, la gente a las oficinas y el público en los estadios. Y las autoridades informan de un 100% de adultos con al menos una dosis y de un 94% que ya está completamente inmunizado. Con todo, desde el pasado sábado cerca de 60,000 personas han acudido a las tres sedes que tiene la capital para quienes aún buscan una vacuna contra la covid, ya sea la primera o segunda dosis. Son los “rezagados”: los últimos de los últimos en decidir protegerse del coronavirus.
¿Por qué animarse ahora? En el cóctel de razones se mezclan ingredientes que van desde el miedo y el escepticismo hasta quienes los obligaron a hacerlo en el trabajo o se despistaron en las fechas que se les habían asignado. Marina Moreno sale en silla de ruedas de la Biblioteca José Vasconcelos, en el centro de la capital, y reconoce que le teme más a las vacunas que al coronavirus, pese haberse enfermado dos veces ya de covid-19 en el último año. “No quería vacunarme porque ni se sabe qué es lo que nos inyectan”, se justifica. “Todavía sigo teniendo dudas, pero me pidieron que en mi negocio pusiera un certificado de que ya tenía la vacuna”, agrega. “Ni modo”, dice resignada la comerciante de 51 años.
El miedo es un motivo recurrente entre las personas que salen del centro de vacunación. Pero no son siempre los mismos miedos. “Lo que me preocupaba es que me diera alguna reacción”, explica Victoria Reyes. La joven de 29 años tiene un problema en los riñones y pese a haber perdido dos familiares cercanos durante la pandemia, no estaba segura. Al final, lo que la convenció fue ver cada vez menos cubrebocas en la calle. “La gente ya no se cuida como antes y creo que ahora voy a estar más protegida”, cuenta.
También influyen los miedos de los otros. “En mi familia no estaba bien visto que nos vacunáramos”, dice tímidamente Diana, una estudiante de 18 años. “Son antivacunas y tienen sus teorías, que si te están metiendo no sé qué, que si el chip”, comenta. Su decisión no provocó un conflicto familiar, pero ella dice que lo mejor era ir por caminos separados, con o sin dosis.
José Alberto Mateos, de 22 años, admite que se le olvidó y que lo fue dejando hasta el final. “Mi novia me tuvo que recordar que ya me tocaba”, cuenta entre risas. “Por desidia”, resume Noé Zaragoza, de 72 años. Otros, como Jesús Ramírez, dicen que el trabajo no les permitió vacunarse. “Estuve en Veracruz como tres meses y no pude venir a que me pusieran la segunda dosis”, dice el escolta de 36 años.
La geopolítica también se ha interpuesto en los planes de los “rezagados”. La decisión de Europa y Estados Unidos de no aceptar la llegada de viajeros mexicanos con algunas vacunas chinas y la Sputnik V, de Rusia, ha llevado a que algunas personas busquen un certificado con las marcas occidentales. En la Vasconcelos, el anuncio de que se aplicaría AstraZeneca hizo que Yomaya Bezares se animara a vacunarse otra vez. “Fue una misión fallida, en este momento solo tenían segundas dosis”, lamenta la profesora de 27 años.
Los docentes fueron de los primeros grupos en ser vacunados en México, pero recibieron la inyección unidosis de CanSino, un fármaco chino que no les sirve para viajar al extranjero y que también se aplica en esta sede para cubrir los rezagos. Bezares piensa que tendrá que posponer el viaje. Eréndira Ávila, maestra de 38 años, está en la misma situación. “Me pusieron justo la vacuna que no quería”, dice molesta y agradece que por lo menos la organización fuera buena y las filas no fueran tan largas como la semana pasada. En otros puntos del país, el turno de rezagados se ha traducido en aglomeraciones, colas interminables y cientos de personas que tuvieron que volver al día siguiente.
Isis López, de 27 años, está del otro lado del espejo. Vive en Barcelona y está casada con un ciudadano rumano, pero los documentos de su residencia aún están en trámite y no pudo vacunarse en la Unión Europea. “Me urge vacunarme porque no puedo entrar a ningún lado ni viajar ni hacer nada”, cuenta desesperada. Ha tenido que volar de regreso a México para buscar suerte en la última chance para recibir una dosis. Las autoridades han prometido que la campaña de vacunación se mantendrá al menos una semana más.
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