Diagnóstico Político

Bolsonaro ha dañado a la democracia en Brasil, pero Lula no está libre de culpa

2022-01-03

Bolsonaro se presentó como un antídoto contra la corrupción para ser elegido,...

Por Sylvia Colombo, The Washington Post

La duda que se escucha en las calles brasileñas y que permanecerá al menos hasta el 2 de octubre, cuando se realice la primera vuelta de las elecciones presidenciales, es muy clara: ¿Es Luiz Inácio Lula da Silva mejor que Jair Bolsonaro?

En una comparación sencilla es fácil concluir que el actual presidente, Bolsonaro, es un gobernante nefasto y que su gestión es fallida, mientras que los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) —incluidos los dos periodos de Lula— llevaron a Brasil a tener 13 años de un proceso de inclusión social y reducción de pobreza jamás visto en el país.

Pero también es necesario reconocer que Lula tiene tintes antidemocráticos a los cuales las y los brasileños deberían estar atentos, y que no se le puede dar todo el poder presidencial sin una crítica de por medio.

Sin duda, Bolsonaro es un riesgo para la democracia. Su negacionismo y su pésimo manejo de la pandemia de COVID-19 hicieron que muchas de las más de 600,000 muertes que han ocurrido pudieran ser evitadas, según la conclusión de una comisión parlamentaria que pidió al poder Judicial que se castigue al presidente.

Durante su administración ha habido ataques a la prensa independiente y amenazas contra la Corte Suprema, potencializados por campañas de odio en redes sociales y en las calles que buscan desacreditar instituciones esenciales para la democracia.

Bolsonaro acudió a actos que piden una intervención militar en Brasil, los cuales buscaban intimidar al Congreso y la Corte Suprema. También ha hecho todos los esfuerzos posibles para terminar con las acciones anticorrupción, como la Operación Lava Jato. Sus frases racistas, xenófobas y homofóbicas van en contra las leyes y son un freno en los esfuerzos de buscar un país más igualitario. Incluso intentó realizar un listado de opositores a su gobierno, pero la Corte Suprema suspendió su realización.

Bolsonaro se presentó como un antídoto contra la corrupción para ser elegido, pero esto es hoy un ingrediente esencial de su gobierno. Sus cuatro hijos están bajo investigación judicial y él mismo es investigado por corrupción pasiva privilegiada y obstrucción de la justicia, por sus intentos de interferir en la Policía Federal para proteger a aliados suyos de ser investigados.

Consciente de su desventaja amplia en las encuestas ante Da Silva, Bolsonaro ha estado apostando por una estrategia similar a la del expresidente estadounidense Donald Trump, quien en las elecciones de 2020 atacó el voto por correo y denunció un fraude inexistente cuando fue derrotado.

Hoy Bolsonaro construye una narrativa contra el voto electrónico, el sistema vigente en Brasil desde 1996, y busca el retorno al voto impreso. Sugiere que si pierde las elecciones con el sistema actual, será resultado de un fraude y podría no aceptar la derrota.

Estas acciones le han costado el rechazo y el desdén de otros jefes de Estado. Por ejemplo, en la reunión del G-20 de Roma, Bolsonaro se quedó tan solo que debió conversar con los camareros que servían café. Por el contrario, Lula realizó una gira por Europa para reunirse con líderes respetados como el francés Emmanuel Macron y el español Pedro Sánchez.

Lula es mucho más elogiado y respetado en el exterior —incluso por los medios— que en muchas partes de Brasil. Pero habría que preguntarse también si con Lula la democracia brasileña estaría mucho mejor.

En una entrevista reciente con el diario El País, ante una pregunta sobre la reciente reelección de Daniel Ortega en Nicaragua, Lula dijo: “¿Por qué Angela Merkel puede estar 16 años en el poder y Ortega no? ¿Por qué Margaret Thatcher puede estar 12 años en el poder y Chávez no? ¿Por qué Felipe González puede quedarse 14 años en el poder?”.

Sobre la represión gubernamental a las protestas ciudadanas en Cuba, dijo que “estas cosas no pasan solamente en Cuba”. Y agregó: “Es curioso porque nos quejamos de que una decisión evitó las protestas en Cuba, pero no nos quejamos de que los cubanos tenían la vacuna y no tenían jeringas, y los estadounidenses no permitían la entrada de jeringas”.

¿Cómo es posible que el hombre que propone restaurar la democracia en Brasil, y que es visto como tal por la comunidad internacional, preste su apoyo a dos regímenes dictatoriales que reciben cada vez más acusaciones de abusos a los derechos humanos?

Está también su eterna pelea con los medios de comunicación independientes. Lula dice que las acusaciones de corrupción que tuvo tras su mandato fueron construcciones de los medios y que él fue víctima de una guerra jurídica. Siempre que tiene oportunidad los ataca públicamente y dificulta el trabajo de periodistas.

Ante las críticas, Lula insiste en señalar que hay una amenaza más peligrosa: el avance del fascismo y de la ultraderecha en el continente. Pero es un discurso daniño para la democracia insistir en que a la izquierda no se le puede criticar porque los demás serían peores. Es pedir un cheque en blanco a quienes lo apoyan.

Ante esta polarización, será importante para Brasil que a la segunda vuelta lleguen Lula y un candidato de tercera vía, pues con eso ambos tendrían que buscar la moderación y no la radicalización.

Los otros candidatos son el gobernador de São Paulo, João Doria, exaliado de Bolsonaro; el exjuez Sergio Moro, quien condenó a Lula por corrupción y después fue ministro de Bolsonaro, pero salió del gobierno tras exponer la intención presidencial de intervenir en la Policia Federal —hoy es considerado un traidor por ambos electorados—; y el exministro de Lula y exgobernador Ciro Gomes.

Ante esas opciones, Lula y el PT deberán hacer una autocrítica antes de los comicios. Por ejemplo, de sus alianzas políticas equivocadas y nombramientos como el de Michel Temer como vicepresidente de Dilma Rousseff —sucesora de Lula en la presidencia—, quien trajo inestabilidad política y polarización al país, con logros apenas parciales en la economia.

Si el PT quiere gobernar a Brasil una vez más —y parece muy posible que lo logre— no puede pedir un cheque en blanco a los electores. Tiene que aprender de sus errores y abandonar la vieja política clientelista que sigue desgastando nuestra democracia.



Jamileth
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