Internacional - Política
El escándalo de una nueva fiesta celebrada en Downing Street en plena pandemia acorrala a Boris Johnson
Rafa de Miguel | El País
Londres - Los errores, verdades a medias y excusas de Boris Johnson han ido regresando en las últimas semanas, para desplegar una estrategia de acoso y derribo contra el político conservador. El escándalo de las fiestas prohibidas en Downing Street, cuando el resto del país sufría un severo confinamiento por la pandemia, acumula pruebas contundentes cada día que pasa y está agotando la paciencia de muchos diputados conservadores con su primer ministro . La última de esas fiestas, celebrada el 20 de mayo âcuando en toda Inglaterra estaba prohibido que más de dos personas de núcleos de convivencia distintos se juntaran en el exteriorâ viene con carga añadida, porque son numerosos los testigos que afirman que estuvieron en ella Johnson y su pareja, Carrie. Y el político ha sido incapaz de negarlo.
La cadena de televisión ITV ha tenido acceso al correo electrónico del secretario privado del primer ministro, Martin Reynolds, en el que invitaba a cerca de 100 personas a una fiesta privada en los jardines de Downing Street: “Hola a todos, después de lo que ha supuesto un periodo de mucho trabajo, he pensado que estaría bien sacar partido de este tiempo tan maravilloso y tomar unas copas, con la distancia social debida, en el jardín del Número 10 [de Downing Street] esta tarde. Sumaos a partir de las seis de la tarde, y ¡traed vuestro propio alcohol!”, escribía el alto funcionario. Una invitación que lo sitúa en el punto de mira de la investigación de todo el escándalo de las fiestas que lleva a cabo Sue Gray, segunda secretaria permanente de la Oficina del Gabinete del Primer Ministro. Su jefe, y responsable máximo de la Administración Pública británica, Simon Case, tuvo que abandonar las pesquisas cuando se reveló que también en su oficina se había celebrado uno de los polémicos eventos.
La Policía Metropolitana, conocida como New Scotland Yard, ha pedido información a la oficina de Gray como primer paso antes de decidir si abre formalmente una investigación sobre el asunto. “El Servicio de la Policía Metropolitana ya es consciente de las informaciones ampliamente difundidas, en referencia a presuntas violaciones de las regulaciones protectoras de la salud pública, ocurridas el 20 de mayo de 2020 en Downing Street, y está en contacto con la Oficina del Gabinete”, ha asegurado un portavoz policial.
Al menos cuarenta de los destinatarios del correo electrónico acudieron a la fiesta, de las que en la jerga británica se denominan BYOB (siglas de Bring Your Own Bottle: trae tu propia botella). Entre ellos estaban, según han afirmado diversos testigos, tanto Johnson como la que entonces aún era su novia, Carrie Symonds. Cuando los medios intentaron el lunes que el primer ministro confirmara o desmintiera su presencia en la fiesta, el político conservador se limitó a echar balones fuera y a apuntar a las investigaciones en curso: “Hay un proceso independiente en marcha analizando todo esto, a cuyo frente está Sue Gray. No puedo hacer más comentarios al respecto”, se escudaba Johnson.
Las descripciones de la fiesta que han ido recabando los diferentes medios británicos hablan de largas mesas de pícnic distribuidas por el jardín de Downing Street, con bebidas, patatas fritas y otro tipo de aperitivos propios de un refrigerio al aire libre. Pero sobre todo, abundante alcohol. Ese mismo día, una hora más tarde, en la rueda de prensa casi diaria en la que los ministros se turnaban para informar de las novedades y datos de la pandemia, el entonces titular de Cultura, Oliver Dowden, recordaba una vez más las reglas a la ciudadanía: “Solo pueden reunirse con una persona de fuera de su domicilio en exteriores, en un lugar público, y manteniendo los dos metros de distancia”, recalcaba el político, ignorante de la fiesta que tenía lugar en el jardín de la principal sede del Gobierno británico.
La figura de Gray, una alta funcionaria -miembro del Civil Service, que tanto prestigio y controversia, y tanto poder acumula en la administración británica- con bastante recorrido, no deja indiferente a nadie. Tiene fama de dura y rigurosa. Su mote entre algunos politicos es Deputy God (algo así como la vice de Dios), por su control de todo. Pero fuentes conocedoras del funcionamiento interno del Gobierno señalan que Gray sabe el peligro que desata poner en marcha un mecanismo que acabara con la destitución de un primer ministro. Su investigación, que de algún modo deja al Gabinete de Johnson en el limbo mientras no se resuelva, debería concluir, al menos, con el señalamiento de varios pesos pesados como responsables del escándalo. El propio Reynolds, el secretario permanente Case o el jefe de comunicación de Johnsnon, Jack Doyle. Y sus cabezas deberían rodar para dar algo de tregua a un primer ministro muy acorralado.
La venganza de Cummings
Gran parte de las actuales desdichas de Johnson, fruto indudable de sus propias acciones, provienen de una peligrosa, casi mortal, venganza: la de quien fuera su asesor estrella y principal ideólogo del Brexit, Dominic Cummings, obligado a salir por la puerta de atrás de Downing Street en noviembre de 2020, tras un prolongado enfrentamiento con la esposa de Johnson (también exasesora de comunicación del Partido Conservador).
Cummings conserva información sensible y privada de los primeros meses de la pandemia que filtra ahora a su propia conveniencia. “El miércoles 20 de mayo, una semana después de la primera foto [en la que Johnson y él parecían celebrar una reunión de trabajo en una mesa de la terraza exterior de Downing Street], un alto funcionario del Número 10 [en referencia a Reynolds] invitó al personal a beber en el jardín, con la distancia social debida. Yo, y al menos otro asesor, afirmamos que todo esto iba contra las normas y no debería celebrarse”, aseguraba Cummings este fin de semana en su blog. El exasesor, que siempre relata los desastres de Downing Street desde una perspectiva moralista en la que él siempre estaba en el lado correcto, tiene aún capacidad para hacer daño a Johnson. Su afán de venganza se da por descontado, pero hasta ahora nunca ha mentido sobre los hechos revelados.
La oposición laborista ha cargado duramente contra Johnson. “Sus evasiones y distracciones resultan ya absurdas”, ha dicho el líder de la formación, Keir Starmer, dirigiéndose directamente a Johnson. “No solo sabía de las fiestas en Downing Street, encima asistió a ella. Deje de mentir a la ciudadanía británica. Ha llegado la hora de decir la verdad”, reclamaba el político.
Los diputados conservadores, que antes de fin de año comenzaron a organizarse para mostrar su rechazo ante los escándalos del Gobierno de Johnson, han vuelto a rebelarse con inquietud al saber que la policía se plantea abrir una investigación sobre la fiesta. “Voy a decir esto de un modo amable. No está nada claro por qué el primer ministro necesita esperar a la publicación del informe de Sue Gray para averiguar si él mismo estuvo en una fiesta en su propio jardín”, ha escrito en Twitter Gavin Barwell, quien fuera jefe de Gabinete de la predecesora de Johnson en el cargo, Theresa May. Algo más dura ha sido, al expresar la misma exigencia, la ex líder de los conservadores escoceses, Ruth Davidson, que atesora aún mucho prestigio en las filas del partido. “La gente está furiosa. Se hicieron muchos sacrificios. No pudieron visitar a familiares enfermos o asistir a funerales. ¿En qué cojones [davidson utiliza las iniciales WTF, what the fuck] estaba pensando esta gente?”, ha escrito desde su actual escaño en la Cámara de los Lores.
Al menos un tercio de los diputados conservadores son de nueva hornada. Entraron en la Cámara de los Comunes casi sin esperárselo, gracias a la arrolladora victoria de Johnson en diciembre de 2019. “La influencia actual sobre todos ellos de las redes sociales supone que la mayoría tiene un límite de paciencia notablemente más corto que el de sus predecesores”, explica a EL PAÍS Paul Goodman, director de la página web ConservativeHome, indispensable para entender las corrientes internas de la formación. “Pero la cuestión no está únicamente en deshacerse de A. ¿Existe consenso a la hora de elegir un B que le reemplace?”, se pregunta Goodman.
Se necesita al menos que un 15% de los diputados llamados backbenchers (literalmente, los de los escaños traseros. Es decir, los que no ocupan cargo alguno en el Gobierno) envíe una carta de denegación de confianza al Comité 1922, el histórico organismo que controla el grupo parlamentario, para activar una moción de censura interna contra el primer ministro. Actualmente, eso supone 54 cartas. Se sabe que han llegado ya muchas, pero la cifra exacta se mantiene en secreto hasta que se alcanza el límite que activa el mecanismo. La clave de la decisión, al final, será que Johnson matenga su carisma y capacidad para ganar elecciones. Y el momento para comprobar eso será, con toda probabilidad, en los comicios locales del próximo 6 de mayo.
Jamileth
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