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Djokovic no podrá jugar el Abierto de Australia y el único culpable es él
Max Boot | The Washinton Post
Novak Djokovic, el tenista masculino número uno del mundo, ha ganado 20 torneos de Grand Slam, un récord que comparte junto a sus legendarios colegas Roger Federer y Rafael Nadal. Este mes tuvo la oportunidad perfecta para distanciarse de sus rivales: pudo haber ganado su Grand Slam número 21 en el Abierto de Australia, donde ya ha sido campeón nueve veces. Pero eso ya no sucederá. Djokovic ha sido deportado de Australia, y, por mucho que reclame y patalee, él es el único culpable de esa situación.
A diferencia de 97% de sus compañeros en el circuito de tenis masculino, Djokovic se niega a vacunarse porque está hipnotizado por disparatadas ideas new age sobre la salud. Pero, de todos modos, intentó burlar al sistema para poder jugar el Abierto de Australia. Afirmó que había calificado para una exención del requisito de vacunación para ingresar a Australia porque había dado positivo por COVID-19 el 16 de diciembre. Qué conveniente. ¿Planeaba acaso renunciar al Abierto de Australia si no contraía una enfermedad potencialmente mortal el mes anterior?
Periodistas de Der Spiegel descubrieron que su certificado de resultados de la prueba generaba muchas sospechas. Cuando accedieron al código QR el lunes por la tarde, el resultado salió negativo. Una hora después, el mismo código QR arrojó un resultado positivo. Djokovic presentó un segundo resultado de prueba negativo para demostrar que ya no era contagioso, pero Der Spiegel encontró evidencias que sugieren que la segunda prueba se realizó, de hecho, antes que la prueba positiva. Estos certificados se generaron en Serbia, donde Djokovic es un héroe nacional. No sería nada difícil encontrar médicos dispuestos a proporcionar cualquier certificado que quisiera.
Es por eso que hay una buena razón para dudar que el resultado positivo de la prueba de Djokovic es auténtico. Si lo fue, eso genera aún más problemas, porque el tenista fue fotografiado cerca de otras personas, sin cubrebocas, en los días posteriores a su supuesto resultado positivo. El 18 de diciembre realizó una sesión de fotos con una revista deportiva francesa, y nunca le informó a los periodistas que acababa de dar positivo.
Entonces, o Djokovic inventó una prueba falsa de coronavirus o en realidad tuvo COVID-19 y puso en peligro a otros de manera irresponsable. Ninguna opción le genera una imagen positiva.
Sin embargo, Djokovic recibió una exención del estado de Victoria que le permitió viajar a Australia, pero las autoridades federales le revocaron la visa el 6 de enero. Tuvo que pasar varios días en un hotel que alberga refugiados antes de que un juez dictaminara el 10 de enero que, debido a irregularidades procesales, Djokovic debía ser puesto en libertad.
Pero el viernes 14 de enero, el ministro de Inmigración, Alex Hawke, canceló su visa de nuevo alegando “interés público”. Djokovic apeló la decisión pero un panel de tres jueces confirmó de manera unánime la decisión del gobierno. El domingo 16 de enero —la víspera del torneo— tuvo que abandonar el país.
Djokovic perjudicó aún más su caso cuando admitió haber cometido un error en el formulario de inmigración. Afirmó que no había viajado a ninguna parte en los 14 días previos a su llegada a Melbourne, cuando en realidad había visitado Serbia y España. Djokovic culpó del error a su equipo, pero al final eso es su responsabilidad.
Ahora que el gobierno conservador de Australia ha deportado a “NoVax” Djokovic, lo único que puedo decir es: “Good on ya” (“Bien hecho, Australia”). Durante la peor pandemia en un siglo, no se le debe otorgar ninguna exención de las leyes de salud pública a alguien solo porque es increíblemente hábil golpeando una pelotita peluda amarilla sobre una red.
Ahora la lucha se trasladará a otros países que albergan importantes torneos, en particular los de los tres Grand Slams restantes. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha prometido “hacerles la vida un infierno” a las personas no vacunadas.
Luego está el torneo de Wimbledon. Se juega en el Reino Unido cuyo primer ministro, Boris Johnson, está perdiendo popularidad rápidamente porque violó las reglas de confinamiento: organizó una fiesta en su residencia oficial, el número 10 de Downing Street, en mayo de 2020. Su imagen se verían aún más perjudicada si le ofreciera la entrada a Djokovic al Reino Unido, al menos no sin la cuarentena de 10 días exigida a los no vacunados.
Finalmente está Estados Unidos, país anfitrión no solo del Abierto de Estados Unidos en agosto sino también de otros torneos importantes en marzo en Indian Wells, California y Miami. La mayoría de los viajeros que ingresan a Estados Unidos necesitan presentar un comprobante de vacunación. Solo se permiten contadas excepciones, como la de personas “cuyo ingreso sea de interés nacional”. Espero que el gobierno del presidente Joe Biden demuestre la misma determinación que el gobierno de Scott Morrison en Australia en negarse a aplicar un doble rasero por una estrella del tenis con una doble falta en su comportamiento.
Si Djokovic quiere seguir jugando tenis, debe vacunarse y dejar de intentar eludir los requisitos pandémicos que se aplican a todos los demás. Debe decidir si va a ser el tenista masculino número uno del mundo o el antivacunas número uno. No puede ser ambas cosas. Djokovic podrá ser el jugador más talentoso de la historia del tenis, pero su conducta ante el COVID-19 demuestra que la verdadera grandeza aún se le escapa.
aranza
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