Vuelta al Mundo
Rusia, China, Kazajistán y el ‘gran juego’ en Asia Central
Paolo Pizzolo | Política Exterior
La posición de Rusia como pieza clave de la seguridad en Asia Central se ve amenazada por el creciente poder de China en la región. Una nueva competición estratégica asoma en el horizonte euroasiático.
La importancia de Rusia como principal proveedor de seguridad en el Asia Central postsoviética ha quedado manifiestamente clara en las últimas semanas, con el despacho de un contingente de tropas dirigido por Moscú tras la petición de ayuda del presidente kazajo, Kasim-Yomart Tokáyev, y la posterior intervención militar para poner fin a los disturbios en Kazajistán. Las tropas actuaron bajo el manto de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una alianza militar dirigida por Rusia que incluye a seis antiguos países soviéticos. El grueso de los 2,500 soldados desplegados pertenecía a la 45ª brigada del ejército ruso, integrada por fuerzas especiales que ya habían sido utilizadas en diversos escenarios bélicos como Chechenia, Osetia del Sur y Siria. La intervención dirigida por el Kremlin confirma el papel clave de Rusia como proveedor de seguridad en la región.
Sin embargo, a pesar de su inigualable papel como proveedor clave de seguridad, si el Kremlin quiere mantener su influencia en Asia Central tendrá que contrarrestar la influencia china a largo plazo. De hecho, en los últimos tiempos Asia Central ha sido testigo de la aparición de una creciente rivalidad entre Rusia y China que podría desbordar de manera gradual el llamado “eje de conveniencia” entre Pekín y Moscú de principios de la década de 2000. En la actualidad, Pekín parece dispuesto a extender su influencia en la región tanto a nivel institucional –con iniciativas como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS)– como con proyectos económicos y de infraestructuras, como la Franja y la Ruta. Para evitar una marginación en su “extranjero cercano”, las estrategias del Kremlin para mantener la hegemonía regional incluyen la creación de sólidos vínculos con los regímenes locales prorrusos, el mantenimiento de una presencia militar en los países de Asia Central, el apoyo a las minorías étnicas rusas y la marginación de la influencia tanto occidental como china.
«La creciente rivalidad entre Rusia y China podría desbordar de manera gradual el llamado ‘eje de conveniencia’ entre ambos, que data de principios de siglo»
Aunque el Kremlin sigue siendo el principal intermediario entre Asia Central y Europa en lo que respecta a las redes de tránsito de energía, el aumento de la influencia china en la región centroasiática es actualmente el mayor desafío a la hegemonía rusa. Los vínculos históricos y los intereses divergentes podrían llevar pronto a Moscú y Pekín hacia un “nuevo gran juego” en Asia Central. El proyecto de China en Kazajistán, anunciado en 2013, para crear una Nueva Ruta de la Seda representó un acontecimiento de época para el equilibrio de poder de Asia Central, mostrando el creciente interés chino hacia la región. Desde 2014, China se ha convertido en uno de los principales socios comerciales de Asia Central y en uno de los principales inversores en el sector de la producción de energía. Además, en 2015, China y Kazajistán expresaron su voluntad de vincular la Franja y la Ruta con la estrategia kazaja del Camino Brillante (Nurly Zhol) como preludio de una colaboración económica, logística y de infraestructuras a largo plazo. Al mismo tiempo, Uzbekistán también anunció su compromiso de conectar su Nueva Estrategia de Desarrollo con la Nueva Ruta de la Seda. Aunque participa directamente en la iniciativa, el Kremlin interpretó la Franja y la Ruta como un intento de atraer a los países de Asia Central a la órbita geoeconómica de China, a costa de la Unión Económica Euroasiática liderada por Rusia, de la que forman parte Kazajstán y Kirguistán. El acceso chino a los recursos energéticos regionales representa un problema para el objetivo de Rusia de mantener el monopolio del control del sector energético de la región.
En el plano institucional, China parece desempeñar un papel destacado en iniciativas como la OCS. Creada en 2001 para la cooperación política, económica y de seguridad, la OCS cuenta hoy con ocho Estados miembros de pleno derecho –China, Kazajistán, Kirguistán, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán, India y Pakistán– e Irán como miembro adherente. La inclusión de India en 2017 fue alentada con fuerza por Rusia para contrarrestar la influencia de China en la organización, que a su vez apoyó la adhesión de Pakistán como una fuente adicional de equilibrio. Así, precisamente a través de la OCS, China se está proyectando como una alternativa concreta a Rusia como proveedor de seguridad en la región eurasiática.
«A través de la OCS, China se está proyectando como una alternativa concreta a Rusia como proveedor de seguridad en la región eurasiática»
Ciertamente, los países de Asia Central siguen manteniendo importantes vínculos culturales y militares con Rusia. De hecho, la minoría étnica rusa –bastante visible, por ejemplo, en Kazajistán– representa una herramienta relevante para el mantenimiento de los intereses de Moscú. Además, desde el punto de vista militar, como demuestra la intervención en Kazajstán, la OTSC sigue desempeñando un papel primordial en la región. Rusia aún controla las bases militares de Baikonur, Sary-Shagan y Balkhash en Kazajstán, la base aérea de Kant en Kirguistán, y la base militar de Dushanbe en Tayikistán. Además, en el ámbito de la seguridad, la presencia occidental en la región es insignificante. Incluso Estados Unidos, tras la expulsión de la base aérea uzbeka de Karshi-Khanabad en 2005 y de la base aérea kirguisa de Manas en 2014, ya no está presente militarmente en la zona.
Con este telón de fondo, Moscú cree que las posibilidades futuras de Asia Central son tres: permanecer en la órbita rusa; caer en una condición de inestabilidad crónica, o pasar bajo el dominio chino. Aun así, una posible rivalidad futura entre China y Rusia en Asia Central no tiene por qué materializarse en una confrontación abierta, sino más bien en una competición geoestratégica y geoeconómica o, como podríamos llamarla, en el “nuevo gran juego” del siglo XXI.
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