Nacional - Seguridad y Justicia
Andrés Roemer basó su poder en el silencio de víctimas como yo. No lo tendrá nunca más.
Fernanda Lascurain | The Washington Post
Andrés Roemer es un empresario mexicano, diplomático, abogado, economista, exembajador de Buena Voluntad de la UNESCO y un depredador sexual. Es un hombre cuyo dinero, fama y poder empresarial, mediático y político le han hecho creer que puede hacer lo que quiera, como pasar más de 30 años (hasta donde sabemos) acosando, abusando, violando y agrediendo sexualmente a mujeres de manera sistemática.
El poder de Roemer se alimentó del silencio: de silencios como el mío o el decenas de mujeres que atemorizadas y avergonzadas callamos por años sus agresiones, pero más aún del silencio cómplice de sus colaboradores, amistades y personas cercanas que, aún sabiendo sus recurrentes abusos sexuales, lo solaparon. El poder controla, intimida y destruye vidas, pero el silencio es lo que alimenta estas dinámicas.
Hace un año, un 15 de febrero, un periodista me envió el video de la bailarina Itzel Schnaas, la primera mujer en denunciar el abuso sexual del diplomático. Este periodista era una de las pocas personas en mi círculo cercano que sabía lo que me había pasado, lo que había vivido con este personaje y el mismo que me había recomendado no denunciarlo por las repercusiones que podía tener al evidenciar a un hombre como Andrés Roemer. Con mucho miedo y las manos temblorosas, subí el video a mis redes sociales personales con la leyenda: “Les comparto el relato de Itzel Schnaas porque a mí me pasó exactamente lo mismo con este depredador. Y ninguna mujer tiene que pasar por ahí”.
Unos días después tuve el valor de contar mi historia. Sin saberlo, esa acción estaría desencadenando un movimiento que no podíamos haber previsto.
Itzel y yo no estábamos solas, no éramos las únicas. Durante varias semanas, atendimos llamadas y mensajes de mujeres que nos buscaron para contarnos su historia de agresiones sexuales: necesitaban desahogarse, exigían justicia y respuestas. Desde ese momento, comenzó una catarsis colectiva entre un grupo de mujeres completamente diferentes. No nos conocíamos, pero formamos un vínculo instantáneo de sororidad. Cada una aportó sus medios para lograr una denuncia legal más difícil de evadir.
Así empezó un movimiento para intentar lo imposible: denunciar y llevar ante la justicia a un hombre que pasó más de tres décadas cubriendo con dinero y amenazas sus huellas de agresión sexual. Al día de hoy sumamos 66 mujeres quienes hemos encarado a Roemer. Él tiene ahora cinco solicitudes de extradición, cinco carpetas de investigación y otras más abiertas que, de acuerdo con la abogada Diana Murrieta de la organización Nosotras para Ellas, quien lleva el caso, pueden girar órdenes de aprehensión contra Roemer. Él aún sigue prófugo.
En un año hemos demostrado que dejar de guardar silencio y trasladar la rabia hacia acciones concretas puede producir un cambio social. Esas acciones individuales y valientes llevaron a una denuncia colectiva histórica en México, apuntamos todas hacia un mismo violentador y provocamos el derrumbe de un hombre que se sentía intocable: ha tenido que huir a Israel —país donde tenía una calle con su nombre—, ha perdido sus negocios en México y los abusivos y millonarios apoyos que tenía por parte del gobierno.
Vivimos en un país donde el presidente Andrés Manuel López Obrador no ha logrado sensibilizarse o empatizar con el movimiento feminista ni los derechos de igualdad de genero. Que insinúa que las marchas para pedir justicia son un movimiento de la oposición y los feminicidios antes de su sexenio no existían, según sus datos. Pero México cuenta con una de las tasas de feminicidios más altas en América Latina. Según datos oficiales, tan solo en 2021 se registraron 1,004 feminicidios con una elevada impunidad en la mayoría de los casos. Además de que 98.6% de los delitos de violencia sexual no se denuncian.
Los datos atestiguan un crecimiento en la violencia contra la mujer y, a su vez, un hartazgo de la sociedad donde cada día hay menos miedo a hablar. Este avance social contrasta con las acciones del presidente, quien defiende violentadores sexuales como Félix Salgado Macedonio, excandidato a gobernador de Guerrero, o se empeñó en poner como embajador en Panamá a Pedro Salmerón, quien ostenta denuncias de acoso sexual.
En el caso específico de Roemer, no hemos logrado la justicia que merecemos, pero tenemos la satisfacción de saber que no vive tranquilo y, que si no quiere enfrentar a las autoridades mexicanas, tendrá que vivir huyendo toda la vida.
Ha sido un año complejo en el cual traer mi historia a la luz y elegir ser vulnerable me ha llevado a un camino donde puedo apoyar y ayudar a más mujeres. Sentirse acompañada y contar con una red de apoyo abre posibilidades y marca una diferencia. Aún en nuestra denuncia, no todas las mujeres contábamos con esto, por lo que la ayuda de organizaciones como Nosotras para Ellas ha sido tan valiosa para nosotras y para más mujeres. Nuestro caso debe ayudar a visibilizar que los hombres de traje y los “intelectuales” sí pueden ser abusadores sexuales, pero que nunca más el silencio le ganará a la voz y valentía de víctimas de los Andrés Roemer que se cruzan por nuestras vidas.
En un caso similar, pero que ha logrado tener mejores resultados, la actriz Salma Hayek, víctima del productor Harvey Weinstein, escribió: “Los hombres acosan sexualmente porque pueden. Y las mujeres estamos hablando porque, en esta nueva era, por fin podemos hacerlo”. Durante mucho tiempo la imagen de Roemer me revolvió el estómago, hoy no puedo más que sentir lástima por él y agradecimiento por todas las mujeres que decidimos que nuestro silencio no alimentará nunca más su poder.
aranza