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‘Aprendimos que tenemos poder’: la manifestación de los camioneros impulsa el debate político en Canadá

2022-02-22

Los manifestantes exigían un alto a todas las medidas gubernamentales contra la pandemia....

Por Natalie Kitroeff y Ian Austen | The New York Times

OTTAWA — Una procesión estruendosa de camiones grandes llegó a la capital canadiense, bloqueó las calles principales, atrajo a miles de partidarios, enfureció a los residentes y durante tres semanas captó la atención de una nación conmocionada. Aunque ya se fueron, han dejado a los canadienses con preguntas trascendentales sobre el futuro político de su país.

¿La ocupación fue un caso aislado o el comienzo de un cambio más fundamental en el panorama político del país? ¿El bloqueo caótico molestó tanto al público que el movimiento no tiene posibilidad de continuar en el futuro o formó la base para una organización política duradera?

“Existe la preocupación, y se ha expresado de muchas maneras, de que este movimiento de protesta se convierta en algo mucho más significativo y más prolongado”, dijo Wesley Wark, investigador de alto rango del Center for International Governance Innovation, un grupo canadiense de políticas públicas. “Recibió bastante apoyo para propagar su mensaje”.

El momento tiene un vínculo excepcional con la pandemia: los manifestantes exigían un alto a todas las medidas gubernamentales contra la pandemia. Pero también forma parte de una tendencia más generalizada.

De alguna manera, las redes sociales han sido una fuerza impulsora detrás de las protestas callejeras de la última década, pues han facilitado la convocatoria de multitudes en ocupaciones que van desde el Parque Zuccotti en Nueva York hasta el Parque Taksim Gezi en Estambul. Sin embargo, las investigaciones han demostrado que este tipo de movimientos suelen tener dificultades para transformar su energía en un cambio real.

La tarde del domingo 20 de febrero, las calles de Ottawa, antes obstruidas por camiones, comedores improvisados y manifestantes ruidosos, estaban casi vacías excepto por las patrullas de policía. Una zona del centro de la ciudad se había cercado. Se desalojó a un conjunto de manifestantes que ocupaba el estacionamiento de un estadio de béisbol, aunque alrededor de dos decenas de camiones pesados y otros vehículos se reunieron de nuevo a menos de 100 kilómetros de la ciudad.

Durante la ocupación de tres semanas, muchos aspectos de las protestas molestaron a los canadienses. En un bloqueo fronterizo en Alberta, la policía incautó una provisión grande de armas y acusó a cuatro manifestantes de conspirar para asesinar a oficiales de policía.

No obstante, los manifestantes también consideraron gran parte del disturbio que causaron como una victoria táctica.

En Ottawa, desde el comienzo tomaron desprevenidos a los agentes de seguridad. Algunos camioneros declararon en entrevistas que les sorprendió que se les permitiera quedarse en primera instancia, y el jefe de policía de la ciudad renunció en respuesta a la indignación pública por la lentitud con que las autoridades se movilizaron para desalojarlos.

Un contingente en Windsor, Ontario, bloqueó un puente clave entre Canadá y Estados Unidos durante una semana, lo que obligó a las fábricas automotrices a reducir su producción y causó una alteración en el flujo comercial que se calcula en unos 300 millones de dólares al día.

La disolución de la protesta sucedió después de que el primer ministro Justin Trudeau, quien se ha autoproclamado defensor de los derechos humanos, invocó una medida de emergencia que facultó a la policía para incautar los vehículos de los manifestantes y les permitió a los bancos congelar sus cuentas. La decisión de Trudeau propició que la Asociación Canadiense de Libertades Civiles tomara acciones legales para anular la orden, pues la tildaba de “inconstitucional”.

El líder del Partido Conservador, Erin O’Toole, se había inclinado cada vez más al centro, pero fue forzado a dimitir y fue remplazado temporalmente por un partidario acérrimo de las manifestaciones. Además, Doug Ford, el primer ministro de Ontario, suspendió el requisito de comprobante de vacunación y los límites de aforo para los negocios un poco antes de lo previsto.

Ninguna de estas medidas se vinculó de manera directa a las protestas —Ford dijo de manera explícita que no estaba respondiendo a las demandas de los manifestantes, sino a las tendencias de salud pública—, pero ambas fueron celebradas como victorias por las personas que estaban protestando.

Quizá lo más transcendental fue que, bajo la mirada de cámaras de televisión omnipresentes y de celulares que transmitían en directo los sucesos, las protestas dominaron los ciclos de noticias durante varias semanas y generaron conversaciones sobre las restricciones contra el coronavirus.

“La lección más importante de todo esto es que todos aprendimos que tenemos poder”, comentó B. J. Dichter, portavoz oficial del convoy, en un debate en línea entre partidarios la semana pasada. Mucho de esto ha “sucedido como resultado de la unión de todas estas personas”, afirmó.

Sin embargo, los expertos afirmaron que los manifestantes no han canalizado la energía acumulada durante estas semanas en una fuerza política clara.

Maxime Bernier, el líder del Partido Popular de Canadá, un grupo de derecha que no tiene escaños en el Parlamento, hizo acto de presencia en las manifestaciones, pero no atrajo más atención que los demás oradores.

Y aunque algunas personas se solidarizaron con la frustración de los manifestantes ante los reglamentos pandémicos, la gran mayoría de los canadienses mostró molestia frente a sus tácticas y quería que se fueran a casa, según muestran las encuestas. En Ottawa, los residentes estaban enojados por el largo tiempo que tardaron en actuar las autoridades.

“Todo esto fue un movimiento marginal que, en mi opinión, tuvo suerte debido a los errores de la policía”, mencionó Wark. “Creo que este fue un momento extraordinario, muy breve”.

Hubo elementos de la extrema derecha que se vincularon a las protestas en todo el país, donde han empezado a aparecer banderas confederadas, de QAnon y de Trump. También podían encontrarse teóricos de la conspiración rondando por los pasillos del Parlamento: personas que creen que las grandes farmacéuticas crearon el coronavirus para generar dinero con las vacunas o que los códigos QR le permiten al gobierno vigilar nuestros pensamientos.

No obstante, algunos fines de semana, las manifestaciones atrajeron a miles de personas, muchas de ellas solo eran canadienses frustrados que no querían que los obligaran a vacunarse o simplemente estaban cansados de la pandemia y sus restricciones. La mayoría de los más de 8 millones de dólares donados a los camioneros a través de GiveSendGo provinieron de Canadá, según mostró una filtración de datos.

Varios camioneros declararon que esta era la primera vez que se manifestaban. Michael Johnson, de 53 años, estacionó su camión rojo de bomberos frente al Parlamento después de que su hijo le sugirió que se unieran a la caravana. Se quedó ahí hasta el final.

“Cuando enfilamos nuestros camiones hacia Ottawa, creo que ninguno de nosotros sabía con qué nos íbamos a encontrar”, relató Johnson. “No comprendía lo mal que estaba la situación hasta que llegué aquí”.

Johnson nunca se vacunó y no tuvo que hacerlo: transportar desechos metálicos por el norte de Ontario no requiere cruzar la frontera. Además, contó que hace poco se volvió seguidor del Partido Popular de Canadá, una formación de derecha. Pero cree que el coronavirus es real y cuando las personas tocaban la puerta de su camión para hablar de teorías de conspiración, él se rehusaba a interactuar con ellas.

“No vine para eso”, explicó. “Es una distracción”.

Cada 10 minutos más o menos, pasaba alguien a darle dinero, un abrazo o las gracias.

Johnson ha escuchado historias de personas que perdieron su trabajo por no querer vacunarse. La cabina de su camión está llena de cartas de aprecio de personas que le han dicho que el movimiento las hizo sentir, por primera vez, que no estaban locas o solas.

“Decirle a la gente que tiene que hacer algo para poder conservar su trabajo o ir a ciertos lugares… eso es segregación”, afirmó Johnson.

Carmen Celestini, becaria posdoctoral en el Proyecto de Desinformación de la Universidad Simon Fraser en Burnaby, Columbia Británica, dijo que durante la ocupación se ignoró a ese tipo de manifestantes, “las personas sinceras que están en contra de las vacunas”.

“En gran medida, sus voces han sido ignoradas”, dijo Celestini, y agregó que, “como seguimos obviando eso, y no interactuamos, las cosas pueden empeorar”.

La camioneta de Johnson es lo más valioso que posee y es su sustento. El riesgo de perderlo lo pone nervioso. Cuando la policía comenzó a acercarse, su tío y su tía le rogaron que se fuera a casa.

“Dar cuenta de lo que podría perder con todo esto”, dijo, “da miedo”. Una parte de él quería que la protesta terminara. Pero se negó a retirarse antes.

“Estoy demasiado involucrado”, dijo, “si mostramos miedo, todos los demás perderán impulso”.

El sábado 19 de febrero, la policía por fin llegó a su puerta. Un hombre se acercó a estrechar su mano a través de la ventana una última vez. Johnson salió, con las manos al aire, entregándose junto con su camión a las autoridades. Una multitud de partidarios vitoreaba. “Te queremos”, gritaron varias personas.

Johnson fue obligado a abandonar la protesta junto con todas las personas que estaban reunidas frente al Parlamento, pero prometió seguir luchando.

“Ahora, ya me despertaron”, declaró.



Jamileth
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