Imposiciones y dedazos

Vladimir Putin, 22 años imponiendo su línea política en Rusia 

2022-03-09

Para el final de su mandato, en 2004, la mayoría de los desafíos internos estaban...

Álvaro Cordero | France 24

El presidente ruso, Vladimir Putin lleva más de dos décadas dibujando una línea política que ha marcado el trascurrir reciente de la historia rusa. De cara al exterior Putin ha intentado devolver la importancia geoestratégica histórica a Rusia. En el interior, en cambio, Putin se ha mostrado como un mandatario implacable que no ha dudado en eliminar cualquier tipo de oposición y las amenazas internas que presentaba Rusia a finales de la década de 1990.

La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha sido el movimiento político más condenado en los 22 años que Vladimir Putin lleva al frente de Rusia. Un movimiento arriesgado por parte del Kremlin que solo se puede entender si se profundiza en su figura y en la línea política que el mandatario ha impuesto en Rusia en este tiempo.

Los inicios en política de Vladimir Putin están en la Rusia postsoviética de los 90. En aquella época el país estaba comandado por Boris Yeltsin y sufría una profunda crisis. La caída de la URSS había traído dificultades económicas, enfrentamientos internos y una pérdida de protagonismo. Es aquí cuando, tras un meteórico ascenso en Moscú, un desconocido antiguo agente del KGB en Alemania Oriental, Vladimir Putin, se convirtió en primer ministro el 9 de agosto de 1999 y poco después remplazó a Yeltsin como presidente.

La guerra en Chechenia como carta de presentación

Su popularidad creció exponencialmente con el inicio de la Segunda Guerra Chechena. Recién llegado, Putin inició una ofensiva militar contra los separatistas chechenos contra los que Moscú había perdido una primera guerra en 1995-96. La nueva ofensiva causó decenas de miles de muertos civiles y, finalmente, Grozni, su capital, quedó bajo control prorruso a principios del año 2000.

A finales de 1999, Yeltsin renunció y Putin arrasó en los comicios presidenciales de ese año. El objetivo político de su primer mandato fue consolidar su poder interno, a través de tres líneas: controlar a los oligarcas rusos e impedir su interferencia política, marginar cualquier tipo de oposición real y seguir combatiendo a los separatistas chechenos.

Putin quiso evitar que Rusia se convirtiera en una nueva Yugoslavia y, aunque apoyó a Occidente en momentos clave, comenzó a dibujar una línea en política exterior diferente a la de Yeltsin.

El cambio de rumbo en política exterior

Para el final de su mandato, en 2004, la mayoría de los desafíos internos estaban controlados y Putin fue reelegido presidente. Entonces, su visión exterior empezó a manifestarse.

Su objetivo de consolidar el poder del Kremlin en los países del espacio postsoviético se vio amenazado por movimientos prooccidentales, como la Revolución de las Rosas de Georgia o la Revolución Naranja en Ucrania. Acontecimientos a los que Putin acusó de estar promovidos por Occidente y que catalogó de “injerencia extranjera”. A partir de 2005, su discurso hacia la OTAN también se endureció, acusando a Estados Unidos de incumplir promesas de no expandirse al este de Europa.

Tras un duro discurso contra Estados Unidos y la OTAN en la Conferencia de Seguridad de Múnich de2007, sus intenciones de proteger los intereses de Rusia en el exterior se hicieron más evidentes.

En 2008, inició una guerra con Georgia con el argumento de proteger a los gobiernos separatistas prorrusos de las regiones de Abjasia y Osetia del Sur. Para este momento Putin había dejado ya de ser presidente por el límite de mandatos y volvió a ser primer ministro. Aunque su poder en la sombra continuó afianzándose hasta su vuelta a la presidencia en 2012.

A su regreso a la jefatura del Estado tenía asegurados dos mandatos más de seis años cada uno. Entretanto, los países Bálticos y varios países del Este habían ingresado a la OTAN.

2014 como punto de quiebre

2014 marcó un quiebre en la actuación de Putin en el exterior. En febrero, un presidente prorruso en Ucrania fue derrocado por masivas protestas conocidas como el Euromaidán –que Rusia alegaba eran financiadas por potencias occidentales– y reemplazado por un Gobierno nacionalista y pro-Europeo.

Putin rechazó las aspiraciones de Ucrania de acercarse a Occidente. Y reaccionó anexionando Crimea, una región ucraniana de mayoría rusa, tras un referendo, y dando apoyo militar y económico a los separatistas del Donbass ucraniano, también poblado mayoritariamente por rusos. Las sanciones que impusieron Estados Unidos y sus aliados no hicieron retroceder a Putin.

Sin embargo, sus intervencionesno solamente se centraron en el espacio postsoviético. Llegaron hasta Siria. En 2015, Putin entró en la guerra civil de esta nación en favor de su presidente Bashar al-Assad, un histórico aliado.

Rusia había perdido influencia durante las últimas décadas en Medio Oriente y había visto como aliados tradicionales, como Saddam Hussein o Muamar al Gadafi, habían caído por los intereses de Occidente. Por lo que se involucró de lleno en el papel de defensa del Gobierno sirio. Un apoyo fundamental que permitió que, tras años de guerra, Al-Assad sobreviviera en el poder.

El caso de Alexéi Navalny

Esta expansión internacional ha ido de la mano junto con un control interno prácticamente absoluto. En la última década, su mayor desafío fue el político Alexéi Navalny, a quien acusó de ser un agente occidental y persiguió sistemáticamente. En 2020, el opositor presentó síntomas de envenenamiento con Novichok, un agente nervioso que los rusos han usado en otras ocasiones. Tras su detención en 2021, su voz ha sido prácticamente silenciada.

Ahora, en su proyecto de construir lo que llama “la nueva Rusia”, Putin ha negado la existencia de Ucrania como Estado y, alegando que la dirigen “nazis y drogadictos” y que es parte del “espacio histórico ruso”, tomó la decisión de invadirla. Al interior de Rusia, esto se presenta como una “operación militar especial” y los pocos medios independientes que quedaban en el país y varios medios extranjeros han sido silenciados por una legislación muy restrictiva.

Un último paso –por ahora– que ha puesto a Europa ante el conflicto y la crisis de refugiados más grandes en su territorio desde la posguerra.



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