Pan y Circo

La revocación de mandato en México es un sello de sumisión

2022-04-08

Estos llamados para votar en la revocación de mandato, son impulsados por el propio...

Denise Dresser, The Washington Post

En las calles de México los espectaculares lo anuncian, en las conferencias los funcionarios lo proclaman y en las redes sociales los voceros del oficialismo insisten en ello: AMLO se queda, AMLO no está solo, AMLO debe gobernar hasta 2024.

Estos llamados para votar en la revocación de mandato, que se realizará el 10 de abril, son impulsados por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) para demostrar que es popular, querido, admirado y debe permanecer en el puesto.

El gobierno argumenta que los mexicanos debemos acudir a las urnas porque es un ejercicio de democracia participativa y moviliza a sus fieles para evidenciar a los “infieles” que no participarán. Es una narrativa ideada en Palacio Nacional, desde donde ejerce el poder un hombre que confunde gobernar con movilizar, trastoca la participación democrática con la idolatría personal y usa un buen ejercicio con malos propósitos. Porque participar en la revocación del mandato, tal y como ha sido planteada por el oficialismo, no es señal de ciudadanía: es un sello de sumisión.

Un signo de sumisión ante el soberano, de genuflexión ante el tlatoani, de ratificación de la popularidad que goza y necesita reivindicar. Y que para ello ha torcido un instrumento que fue creado para quitar a los malos gobernantes, no para apuntalar a los legítimos. Ha manipulado una iniciativa loable hasta convertirla en un ejercicio deleznable.

La democracia sin duda se nutre por medio de los instrumentos de la participación directa. Se fortalece con ciudadanos activos, libres, que pueden recurrir a las consultas populares, a las iniciativas ciudadanas, a recursos como la revocación del mandato para manifestar sus preferencias más allá de los procesos electorales. De ahí nació el impulso durante la última década para que los mexicanos pudieran abrir esas puertas e ingresar a la fortaleza que los partidos políticos habían construido en torno a sí. Se trataba de arrancarle a la partidocracia el monopolio de la movilización y de la representación. Para eso peleamos, para eso nos organizamos y con esa energía cívica logramos cambiar las reglas creadas por élites partidistas.

Desde la sociedad trabajamos y celebramos la incorporación de las nuevas figuras de democracia directa a la legislación electoral. Participamos también, en 2016, en la recolección de firmas para la iniciativa ciudadana conocida como “Ley tres de tres” para combatir la corrupción. Creíamos que finalmente contaríamos con un correctivo y con un acicate para obligar a los partidos a tomar en cuenta las causas ciudadanas.

Nunca imaginamos que un gobierno que se dice de izquierda distorsionaría instrumentos ideados para empoderar a la ciudadanía y los utilizaría para consolidar el control de un presidente. Primero, con la falsificación de consultas populares que no cumplían con los requisitos constitucionales. Segundo, transformando un ejercicio de remoción en un ejercicio de ratificación.

AMLO ha retorcido la revocación de mandato y la ha vaciado de su intención original. Tanto él como integrantes de su partido, Morena, han realizado para promoverla, actos que violan la ley votada y aprobada por ellos mismos. Esto contraviene el espíritu que anima a la democracia participativa y convierte al ejercicio en un montaje fársico. La revocación que impulsa este gobierno no contribuirá a fortalecer a la democracia mexicana; la debilitará aún más.

Es cierto que nuestra democracia es disfuncional y requiere intervenciones y mejoras, pero no de este estilo. El secretario de Gobernación, Adán Augusto López, utilizó recursos públicos —un avión militar— para participar en actos de proselitismo. Las Fuerzas Armadas han sido convocadas a actos políticos y partidistas, lo cual contraviene su misión y daña su imagen. La propaganda por la participación ciudadana en la revocación, a lo largo del país, constituye una clara violación a la legislación electoral. Y en medio de una situación económica crítica mundial, el gobierno despilfarra recursos que dice no tener para los más necesitados.

El objetivo jamás fue proveerle a la ciudadanía la capacidad de quitar a AMLO de la presidencia. Más bien le ha dado al mandatario la capacidad de llevar a cabo objetivos simultáneos, muy alejados de la participación que tanto presume: demostrar la aprobación hacia su persona, para que no se hable de la desaprobación a su gobierno; golpear al Instituto Nacional Electoral en una embestida inmisericorde que incluye una propuesta de reforma electoral que acabaría con su autonomía y profesionalización, y presentar a la oposición como un grupo minoritario, elitista, opuesto a la participación de los “buenos” mexicanos.

Incluso ha creado un nuevo momento para decirle a la población que la suya es una democracia “verdadera”, en contraste con la simulación de los gobiernos que le precedieron. AMLO amenaza, incita, regaña, convoca y señala a los supuestos enemigos de la democracia, y quienes caen en la treta no han percibido que él es ese enemigo.

Entonces, bienvenida la democracia participativa, pero no truqueada para fortalecer al poder en lugar de obligarlo a rendir cuentas. Bienvenida la participación ciudadana, pero no comandada desde arriba para manipular a los de abajo. Bienvenida la manifestación de los agravios populares, pero para que el gobierno escuche y corrija en lugar de vanagloriarse frente al espejo.

Tal y como ha sido concebida la revocación del mandato, votar en ella no constituye un acto de independencia crítica, sino un sello de sumisión. Equivale a encender veladoras, quemar incienso y persignarse frente al Ser Supremo que no reconoce errores, no admite mentiras ni gobierna para el pueblo. Más bien exige que, el 10 de abril, el pueblo se arrodille ante él.



Jamileth