Comodín al Centro
La frágil estabilidad de Moldavia
Thomas de Waal | Política Exterior
La verdadera amenaza para Moldavia no es Rusia ni la guerra de Ucrania, pese a todo, sino las consecuencias económicas del conflicto. Si la UE quiere ayudar a Moldavia, una parte de esa ayuda debería destinarse también a Transnistria.
Moldavia está en el foco. Una riada de visitantes de alto nivel, el último de ellos el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, ha llegado a Chisinau en los últimos días. El país, sin duda, merece toda la atención internacional posible. Pequeña y pobre, Moldavia está precariamente situada al borde de la guerra rusa contra Ucrania. Desde el 24 de febrero, ha tenido que hacer frente a la llegada de 450,000 refugiados ucranianos, de los que 95,000 se han quedado en el país.
Nadie duda de la vulnerabilidad de Moldavia y de que su admirable gobierno proeuropeo –que solicitó de manera oficial el ingreso en la Unión Europea el pasado marzo– necesita apoyo, pero hay mucha menos claridad sobre qué es lo que más necesita. Después de hablar con varios moldavos durante la última semana, he llegado a la conclusión de que corremos el riesgo de exagerar la amenaza militar que representa Rusia para Moldavia, al tiempo que subestimamos la amenaza económica.
La amenaza militar rusa no debe descartarse del todo. El 22 de abril, un general ruso de alto rango, Rustam Minnekaev, habló casi de manera casual sobre la ocupación por parte de Rusia del sur de Ucrania y de forzar una “salida” para la región escindida de Transnistria, donde dijo, falsamente, que los rusoparlantes son perseguidos. Sin embargo, este es un caso en el que las ambiciones imperiales de los dirigentes rusos superan con creces sus capacidades, al menos en la actualidad. La embajada británica en Chisinau afirmó la semana pasada que “no tenemos razones para creer que Moldavia esté en peligro inminente de agresión militar”. Un movimiento contra Transnistria solo es posible si los rusos lograran capturar Odesa, algo difícil cuando apenas pueden avanzar en el este de Ucrania.
«De todas las disputas territoriales que estallaron con el fin de la Unión Soviética, solo Transnistria ha hecho honor al término ‘conflicto congelado’»
Un segundo peligro teórico es que se recrudezca el conflicto de Transnistria, la región separatista rusófona situada en la parte oriental del río Dniéster. De todas las disputas territoriales que estallaron con el fin de la Unión Soviética, solo Transnistria ha hecho honor al término “conflicto congelado”. Casi no ha habido violencia desde que la guerra terminó allí hace 30 años, pero en el último mes se ha producido un recrudecimiento de los incidentes violentos, con una serie de misteriosas explosiones y atentados contra infraestructuras, afortunadamente sin víctimas.
Tanto Chisinau como Tiráspol han utilizado los canales diplomáticos para rebajar la tensión. Irónicamente, los moldavos han tenido que calmar a algunos funcionarios impetuosos de Kiev, que utilizaron un lenguaje mucho más incendiario sobre Transnistria que los propios moldavos, que reiteraron que solo buscan una resolución pacífica del conflicto.
El presidente moldavo, Maia Sandu, contó a The Economist que “estamos intentando hacer todo lo posible para mantener al país fuera de la guerra”, y que Moldavia sigue siendo constitucionalmente neutral. El presidente de facto de Transnistria, Vadim Krasnoselski, también se ha mostrado pacífico. El 6 de mayo afirmó que sigue buscando el reconocimiento de la independencia de Transniestria, pero solo por medios pacíficos a través del diálogo, añadiendo que “nadie necesita la guerra”.
«Transnistria sigue estrechamente ligada a Rusia desde el punto de vista político y cultural, pero tanto en lo económico como en lo geográfico su destino está en Moldavia y Europa»
La amenaza militar que Transnistria representa para Moldavia es mucho menor de lo que parece. Casi todos los 1,500 soldados designados como “rusos” son en realidad militares locales con pasaporte ruso. Los más de 7,000 miembros de las “fuerzas armadas” del territorio superan en número al mucho más pequeño ejército moldavo sobre el papel, pero se trata principalmente de una fuerza de defensa a tiempo parcial.
El secreto (muy poco secreto) de Transnistria es que la mayor parte de su población, de unos 400,000 habitantes –incluidos los soldados–, tiene ahora pasaporte moldavo y hace uso de la exención de visado de Moldavia para viajar a la UE. Muchos tienen también pasaportes ucranianos. La región sigue estrechamente ligada a Rusia desde el punto de vista político y cultural, pero tanto en lo económico como en lo geográfico su destino está en Moldavia y Europa. La UE ha jugado bien sus cartas en este sentido, incorporando a Transnistria a la Zona de Libre Comercio Profunda y Completa con Moldavia. El año pasado, el 54% de las exportaciones de Transnistria fue a la UE y solo el 14% a Rusia.
Si las amenazas a la seguridad se están manejando bien, la política interna de Moldavia, sin embargo, sigue siendo volátil y la polarización política, fuerte. Es evidente que el antiguo partido gobernante, los socialistas, dirigidos por el expresidente Igor Dodon, trata de aprovechar la situación actual en su beneficio. Significativamente, Dodon lució la cinta de San Jorge –símbolo ruso del Día de la Victoria bendecido por Vladímir Putin, prohibido por el gobierno moldavo– en un desfile del 9 de mayo en Chisinau. De nuevo, por fortuna, se evitó la confrontación.
Sin duda, los mayores problemas que tiene que afrontar Moldavia son económicos. Limita con el sur de Ucrania y sufre el bloqueo ruso de la costa del mar Negro y del mayor puerto ucraniano, Odesa. Los pagos de remesas han disminuido, el país tiene problemas con los refugiados y el Fondo Monetario Internacional dice estar preocupado porque el gobierno está tan “sobrecargado” por la gestión de la crisis que se desviará de la meta más vital de su programa de reformas, la lucha para erradicar la corrupción sistémica.
La cuestión de Transnistria no puede separarse de este dolor de cabeza económico, ya que las dos partes de Moldavia, aunque desconectadas políticamente, son económicamente un todo único, aunque disfuncional. La mitad oriental de Moldavia obtiene actualmente la mayor parte de su electricidad de una central eléctrica de Transnistria que funciona con gas ruso. De hecho, el modelo de negocio de Transnistria se basa en el gas que obtiene gratis o casi gratis de Gazprom. No es una situación bonita, difícil de desenredar a corto plazo.
Así pues, si la ayuda económica a largo plazo a Moldavia es una de las principales prioridades de la UE, una parte de la ayuda debería destinarse también a Transnistria. Es decir, una ayuda que contribuya a profundizar en la integración de la región con el resto de Moldavia, facilite una transición gradual para dejar de depender del gas ruso y evite un mayor empobrecimiento del que ya es el país más pobre de Europa.
Por decirlo de otro modo, Moldavia –y, por supuesto, Ucrania también– podría sobrevivir a la guerra, pero perder la paz al hundirse lentamente bajo el peso de los problemas socioeconómicos que la guerra ha causado. Es un escenario contra el que hay que planificar ahora.
aranza