Internacional - Política
Rodolfo Hernández, estrella de TikTok y camaleón político, quiere ser el próximo presidente de Colombia
Por Julie Turkewitz | The New York Times
BUCARAMANGA, Colombia — Como alcalde se llamó a sí mismo “el rey”, golpeó a un concejal que lo ofendió y le dijo a una empleada municipal que se limpiaría el trasero con la ley.
Rodolfo Hernández, un empresario de 77 años y exalcalde, se ha posicionado como el candidato presidencial más disruptivo de Colombia en décadas al cautivar a los votantes con un mensaje de “drenar el pantano” amplificado por un equipo de magos de las redes sociales que lo han convertido en una estrella de TikTok, lo que le ha permitido eludir los boatos de las campañas convencionales.
Es uno de los dos candidatos que van a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales del domingo, cuando el ganador dirigirá al tercer país más poblado de América Latina en un momento crucial de su historia.
“El pueblo colombiano lo que quiere es realmente rescatar de las garras de los políticos toda la administración pública”, le dijo a The New York Times. “Yo encarno eso.”
La figura estilo Trump restó importancia a su tendencia a ofender, que incluye decir que las mujeres venezolanas son “una fábrica para hacer chinitos pobres” y declararse seguidor de “un gran pensador” alemán, Adolf Hitler.
“Yo digo lo que siento”, comentó Hernández. “No me interesa el efecto posterior”.
Sin embargo, aclaró que quiso decir Albert Einstein.
Como candidato, Hernández se ha vendido como parangón de la democracia, un empresario exitoso que cumple sus promesas y se preocupa por los pobres. Pero un viaje a Bucaramanga, una ciudad flanqueada por montañas donde construyó su imperio y fue alcalde, revela una imagen distinta.
Hernández es un candidato anticorrupción que ha sido acusado de corrupción, un candidato de austeridad cuyas políticas de rompe y rasga condujeron a una huelga de hambre de los empleados del ayuntamiento, un magnate de la construcción que alguna vez prometió 20,000 hogares para los pobres que nunca se materializaron.
En mayo, logró un sorpresivo segundo lugar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, imponiéndose por delante de Federico Gutiérrez, un exalcalde de una gran ciudad respaldado por la élite conservadora.
El domingo, Hernández se enfrentará a Petro, un exrebelde y senador veterano que espera convertirse en el primer presidente izquierdista de Colombia.
Sus triunfos son reflejo del fervor anti-establishment que se ha instalado por toda América Latina, impulsados por una pobreza y una desigualdad prolongadas que se han intensificado durante la pandemia.
Ambos están empatados en las encuestas y cualquiera que resulte triunfador posiblemente ponga al país en un rumbo marcadamente nuevo. Petro ha prometido renovar el sistema económico a través de una gran expansión de los programas sociales e impuestos a los más adinerados. Hernández ha propuesto “austeridad total” y dice que va a declarar un estado de emergencia para atender la corrupción, lo que ha suscitado temores de que pueda cerrar el Congreso o suspender a los funcionarios locales.
“Todo va a tener control constitucional. Vamos a hacer todo por la razón y el derecho. Nada por la fuerza”, prometió Hernández.
‘Lo que le espera a este país es una dictadura’
Bucaramanga, la ciudad que preside una de las principales zonas metropolitanas del país, se ubica a 400 kilómetros al norte de Bogotá, la capital. Es un lugar donde los habitantes dicen que ser directo y “desabrochado” es parte de la cultura.
Al parecer, nadie en Bucaramanga tiene sentimientos encontrados por Hernández y por lo general basta mencionarlo para suscitar aclamaciones hiperbólicas o insultos impublicables.
Los seguidores de Hernández lo describen como un salvador que eliminó el déficit del ayuntamiento, renegoció contratos para beneficiar a los contribuyentes y rompió con un ciclo de favores políticos que habían hecho de Bucaramanga una capital de la corrupción.
Sus críticos dicen que es un peligro para la democracia, evangelista de un capitalismo salvaje que arruinará al país, un hombre con pocas ideas políticas firmes que hará lo que sea para salirse con la suya.
“Lo que le espera a este país es una dictadura”, dijo César Fontecha, un exasesor jurídico de la empresa municipal de recolección de basura que dijo que Hernández lo llamó en un ataque de ira para exigirle que ayudara a aprobar un contrato plagado de problemas legales.
Hoy Hernández enfrenta cargos de corrupción en dicho caso y ha sido acusado de presionar a sus subordinados para que una empresa en particular ganara el contrato con el ayuntamiento. Según la oficina de la procuraduría, dicho contrato podría haberle representado ganancias significativas a su hijo.
El juicio de Hernández empieza el 21 de julio. Él ha dicho que es inocente.
“Lo único que sé es que no me robé nada”, dijo. “Por eso estoy tranquilo, con la conciencia tranquila”.
‘Obsesivo con el logro de metas’
En su infancia en Piedecuesta, una ciudad colonial en las afueras de Bucaramanga, Hernández creció como el mayor de cuatro varones y sus padres eran dueños de una fábrica de puros, una sastrería y un rancho de caña de azúcar, lo que los ubicaba entre las familias más prósperas de la comunidad.
Mario Carvajal ha sido amigo del candidato de toda la vida y recordó que la madre de Hernández era “supremamente exigente” e “impulsiva”. Si el joven Rodolfo no hacía su trabajo, dijo, “ella le daba con lo que encontrara”.
Hernández estudió ingeniería y fundó una empresa constructora de viviendas de bajo costo; luego se inclinó por las finanzas, actuando como vendedor y prestamista y ofreciendo tasas de interés muy inferiores a las de los bancos locales.
“Si no hubiera sido por él no tendríamos la casa”, dijo Flor Bayona, de 57 años.
Con el tiempo, la familia llamó la atención de los grupos rebeldes que secuestraban para pedir rescate. Primero se llevaron a su padre, obligando a la familia a pagar para recuperarlo. Luego, según Hernández, se llevaron a su única hija, Juliana.
Esta vez, Hernández se negó a pagar, alegando que solo alentaría más secuestros. Juliana nunca volvió.
Cuando se le preguntó en una estación local de radio si lamentaba la decisión, dijo: “Por un lado, sí, y con mucho dolor. Y por el otro lado, no, porque si hubiéramos pagado, cogen a Socorro, a mi esposa”.
Félix Jaimes, asesor y amigo de mucho tiempo, dijo que Hernández tenía una gran preocupación por los menos afortunados y era “obsesivo con el logro de metas”.
Hernández se postuló a la alcaldía de Bucaramanga en 2015 y llegó al poder con una plataforma anticorrupción y de austeridad que lo llevó incluso a quitar las sillas de la cafetería de la municipalidad.
Recortó los contratos de trabajo, así como los salarios, entre ellos el de José del Carmen, líder sindical de 59 años.
En respuesta, los empleados acamparon en protesta durante meses y luego lanzaron una huelga de hambre que duró seis días.
“Fue un verdugo de los trabajadores”, dijo Del Carmen.
Hernández enfrenta ahora acusaciones de violar los derechos sindicales durante su mandato como alcalde. La próxima etapa de su juicio empieza el 26 de julio. Él niega los cargos.
¿Quién apoya a Rodolfo Hernández?
La campaña de Hernández en Bucaramanga la llevan a cabo un ejército de voluntarios que se llaman a sí mismos rodolfistas. Trabajan en una oficina con mesas blancas y arte minimalista con imágenes de pobreza en blanco y negro
El eslogan de campaña de Hernández, “no robar, no mentir, no traicionar”, está pintado en una de las paredes y en la puerta hay una figura recortada del candidato.
Arriba, su equipo de redes sociales produce los memes y videos que han puesto a Hernández en el mapa: el candidato burlándose de sus rivales, el candidato como Forrest Gump, el candidato ridiculizando a los analistas que decían que no llegaba a la segunda vuelta.
Durante la campaña, Hernández ha eludido la mayoría de los debates y ha organizado pocos actos públicos y prefiere más bien entrevistas con medios amigables y emisiones en vivo organizadas por sus aliados.
Aun así, ha entusiasmado a amplios sectores del electorado y sus asesores aseguran que ha comprendido el momento.
Para una generación, el país ha sido liderado por un movimiento de derecha dura fundado por el expresidente Álvaro Uribe. Sus aliados políticos, llamados uribistas y otrora idolatrados, han perdido popularidad entre acusaciones de abuso a los derechos humanos, escándalos de corrupción y una pobreza que va en aumento.
Para los colombianos hartos del uribismo, pero disgustados por las propuestas de izquierda de Petro, Hernández resulta un candidato perfecto: parece independiente y se autofinancia; un hombre con visión de futuro y las mismas ambiciones para Colombia que para su imperio personal.
“Yo sé que él nos va a cumplir”, dijo Héctor Bonilla, de 58 años. “Yo le veo su cara, su sinceridad cuando él habla”.
Alfonso Morales, de 64 años, es un guardián que vive en una pequeña casa cerca de lo alto de un cerro empinado en Bucaramanga y tiene otra perspectiva.
Cuando era candidato a alcalde, Hernández repartió cartas dirigidas a los vecinos más pobres de la ciudad en las que anunciaba un programa llamado “20,000 hogares felices”, que prometía hacer realidad de ser elegido.
Las casas nunca fueron construidas. “Él nos engañó”, dijo Morales. “Yo le pido a todo el pueblo colombiano que no voten por este señor”.
Hernández ha seguido haciendo promesas. En el parque principal de Piedecuesta ha construido una casa muestra reluciente llamada “casa Mi Fortuna”, a manera de anuncio de campaña y ha contratado a una corredora de bienes raíces para promoverla.
Dentro de la casa, un día hace poco, la agente le dijo a los visitantes que tendrían a su disposición una vivienda así a bajo costo y bajas tasas de interés… siempre y cuando Hernández gane.
Jamileth
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