Miscelánea Humana
¿Es demasiado pedir que se pongan zapatos para viajar?
Guy Trebay, The Nw York Times
Los viajeros quieren estar cómodos y ser prácticos, pero vestirse de forma excesivamente informal en el aeropuerto puede no ser la solución.
Hace poco, en un vuelo de regreso a casa desde París, tuve la espeluznante sensación repentina de que algo se cernía sobre mi hombro. Cuando miré hacia el pasillo no vi nada. Al girar la cabeza hacia la izquierda, vi lo que era. La mujer de la fila de atrás había metido los dedos de los pies en el espacio del asiento junto a mi oreja.
La mirada tiene que viajar, como rezaba el famoso epigrama de Diana Vreeland, y por supuesto donde va el ojo, va el cuerpo. La pregunta que uno les haría a sus compañeros de viaje es la siguiente: ¿sería demasiado pedir que se pongan zapatos?
Constantemente se nos recuerda que los viajeros están volviendo a los cielos en masa, liberados por fin de esos años pandémicos que pasamos mirando a través de la prisión de Zoom y soñando con destinos lejanos… o con cualquier lugar que no fuera un dormitorio que se hace pasar por un cubículo de oficina.
Pero ¿será posible que todo el tiempo que pasamos atrapados en ropa interior haya acelerado lo que ya era una preocupante ruptura de las distinciones entre lo que constituye el espacio público y el privado? Claro, ya tiene tiempo desde que las pantuflas de peluche se normalizaron como ropa de calle y los pantalones de pijama se convirtieron en una prenda genial para el centro comercial.
Pero, de alguna manera, la idea tradicional de que embarcarse en un viaje es tanto un privilegio como un suceso potencialmente especial se perdió en el camino. En la actualidad, las salas de llegadas y salidas de los aeropuertos principales no son muy distintas de un vestidor.
“Los viajes en avión solían ser glamorosos”, dijo Valerie Steele, directora del museo del Instituto Tecnológico de la Moda, refiriéndose a una época supuestamente más civilizada que la nuestra, en la que las mujeres llevaban sombrero y guantes para viajar y los hombres se engalanaban con abrigo y corbata. Por supuesto, ahora los viajes en avión se han convertido en una lucha campal por el espacio adicional para las piernas, el compartimento superior, los privilegios de abordaje anticipado o un paquete de aperitivos salados.
Incluso antes de que expertos como Peter Kern, director general del Grupo Expedia, predijeran en la Cumbre Tecnológica de Bloomberg en San Francisco que este verano sería “la temporada de viajes más concurrida de la historia”, muchos se habían resignado a que los viajes en avión perderían su antiguo fulgor, a que las aerolíneas vieran a los pasajeros como poco más que bultos de equipaje con forma de persona. (No importa que la inflación y los precios elevados del combustible hayan provocado que las tarifas de un vuelo a través de Estados Unidos sean tan caras como un crucero de seis meses).
No obstante, aunque la experiencia de viajar pueda parecer denigrante (filas de horas para facturar, para los controles de seguridad y el equipaje en instalaciones como la Terminal 4 de Delta en el Aeropuerto Internacional Kennedy, una caverna básica donde el único lugar para sentarse es el suelo), ¿acaso es razón suficiente para responder un insulto con otro insulto y vestir en ese tenor? Como alguien que una vez estuvo condenado a pasar una noche en el aeropuerto de Mineápolis, puedo dar fe de que la ropa de mezclilla es una opción más práctica que la pijama cuando te tienes que dormir detrás de un tablero de información de vuelos.
Sin embargo, la practicidad tiene sus límites. Por ejemplo, la joven que fue vista en fechas recientes paseando una maleta morada por la Terminal 3 del aeropuerto de Los Ángeles. Aunque las etiquetas de su maleta indicaban que había llegado hace poco de otro lugar, su vestuario sugería lo contrario.
Sí, su pulcritud era inmaculada, hasta la manicura francesa en tonos nacarados con puntas cuadradas, pero, lo que desconcertó al menos a un observador fue su decisión de surcar los cielos con una bata de baño de terciopelo con cinturón y un par de chanclas de caucho para la ducha.
“Hay una necesidad de estar cómodo en todo tipo de entornos”, señaló Josh Peskowitz, diseñador de ropa masculina y experto en el tema. “No digo que debamos volver a la ‘chaqueta obligatoria’, pero todavía no estoy preparado para que la gente con pantalones de pijama al estilo Mark Zuckerberg se suba a un avión”.
La culpa es de la tendencia athleisure y de quienes la impusieron a un público no preparado, dijo Heather Shimokawa, consultora de marcas y exvicepresidenta de dirección de moda en Bloomingdale’s. Fueron los editores de moda y los estilistas los primeros en promover este híbrido, ahora omnipresente, de ropa deportiva y ropa íntima, pero luego dejaron que los consumidores inconscientes interpretaran los resultados por sí mismos.
“Hay mucho espacio para una visión editorial de lo que significa realmente vestirse con comodidad”, dijo Shimokawa. “Casual no significa desaliñado. Tu comodidad no debe equivaler a mi asco”.
El problema, que no se limita en absoluto a los viajes, surge en parte cuando los desconocidos llevan cosas que nos obligan a tener una relación visual con partes de su cuerpo en las que preferiríamos no pensar. “Si dices algo, te encuentras rápidamente con una forma muy agresiva de positivismo corporal”, dijo Steele. “Se convierte en una cuestión de derechos. Es mi derecho absoluto vestir lo que yo quiera y tú no tienes ningún derecho a decirme lo que es apropiado”.
¿Y por qué no? Tal vez, afirmó Bonnie Morrison, consultora de marcas de moda en Nueva York, sea porque el contrato social “se ha hecho añicos”.
En parte se trata de un rechazo a los modales y la etiqueta “utilizados como herramientas de opresión, añadió Morrison. “Sin embargo, puesto que soy hija de un hombre nacido bajo el régimen de Jim Crow, que consideraba los modales como una expresión de autoestima, también veo la corrección y la etiqueta como una manera de mostrar el respeto por los demás que esperas que te tengan”.
¿Es intrínsecamente irrespetuoso subirse a una cámara de aluminio abarrotada en la que vas a estar confinado durante horas vistiendo unos cómodos pantalones cortos, leggings o sudaderas? Es evidente que muchos piensan que no. ¿Y qué hay, entonces, de los zapatos abiertos, las sandalias o los Crocs?
“Yo pongo el límite en los pies descalzos”, dijo Pelayo Díaz, un estratega digital español de moda con un millón de seguidores en Instagram. “Vístete bien, si no lo haces por ti, hazlo por los demás”, escribió Díaz en un mensaje directo. “Por lo menos ponte calcetines. Al fin y al cabo, somos nosotros quienes tenemos que mirarte”.
Lo que supone poco más que una molestia transitoria para la mayoría puede significar un riesgo laboral para los profesionales del aire. Aunque la mayoría de las aerolíneas tienen directrices sobre la vestimenta, estas varían entre las compañías y casi son inaplicables durante los periodos de mayor afluencia de pasajeros.
“Yo me encargo de la puerta de embarque y hay gente que sube descalza”, dijo una auxiliar de vuelo de Delta en el aeropuerto JFK la semana pasada. “Seguro que llevaban sus zapatos en alguna parte”. (La auxiliar de vuelo se negó a dar su nombre, por la política corporativa que les exige a los trabajadores pedir permiso para hablar con periodistas).
Como para demostrar su declaración, la terminal estaba llena de viajeros mal calzados cuya vestimenta general sugería que se dirigían a un día de playa o al campamento base del Everest. Es cierto que a lo largo de la tarde se vieron algunos viajeros con pantalones largos, camisas abotonadas e incluso sacos. Algunos llevaban trajes formales y sombreros. Los que llevaban camisa abotonada eran italianos; los que llevaban traje, hombres judíos ortodoxos.
“Los africanos se arreglan para viajar, y los europeos”, dijo la auxiliar de vuelo, que en ocasiones saluda a los pasajeros en francés. “Siempre me preguntan: ‘¿Cómo supo?’, y yo les respondo: ‘Porque va bien vestido’”.
Renunciar a una chaqueta deportiva o a una muda veraniega sencilla en favor de la pijama es un error, dijo en fechas recientes el diseñador Billy Reid, desde su casa en Florence, Alabama. ¿Por qué tratar los viajes como una tarea cotidiana cuando se puede usar la vestimenta para celebrar una experiencia que solo una pequeña fracción de la población en general tiene el privilegio de disfrutar?
Hay otra cosa que hay que tener en cuenta a la hora de decidir si nos arreglamos para salir de viaje, dijo Reid.
“Siempre les recuerdo a mis hijos, que están en edad universitaria, que el desconocido que te encuentras en un vuelo puede ser tu futuro jefe”.
aranza