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El 'Chicharito' que salió de Chivas, el chico bueno que ya solo podemos recordar
Chicharito y los tiempos mejores. Todo era perfecto. Nadie le reclamaba actitudes extracancha o que le dedicara tiempo excesivo a algún videojuego. Era goleador en las Chivas y una luz de esperanza para la Selección Mexicana. Hacía goles de todo tipo, algunos un tanto rústicos, pero pocos dudaban de su estela: estaba bendecido. Hernández debutó en 2006 y su talento explotó tres años más tarde. En ese intervalo, su nombre pasó tan desapercibido que incluso pensó en un retiro prematuro.
En 2009, cuando empezó a marcar gol tras gol, hasta confirmar que su racha no era fortuita, algunos aficionados recordaron que habían visto a ese jugador antes: sí, ese chico era el mismo que había anotado el día de su debut, contra Necaxa en el Apertura 2006. La temporada del último título rojiblanco. Recorte a un defensa en el área y un tiro suave para vencer al portero. Oswaldo Sánchez, capitán del Rebaño, tan elocuente como siempre, volteó a ver la cámara y sentenció: "¡Ese cabrón tiene 16 años". Erró: Javier tenía 18 años. Un diferencia sin importancia.
Pero el tiempo pasó y el debutante anotador se estancó. Marcó en algunos partidos amistosos y poco más. Era hijo de un exfutbolista. Ah, otro recomendado, dijeron. Y algo pasó. Chicharito frotó la lámpara. 11 goles en su primer torneo como titular indiscutible, el Apertura 2009. Chivas vivía un mal momento, pero habían descubierto un tesoro que ya tenían. Lo desempolvaron y la bola de nieve fue imparable: Hernández fue convocado al Tri, tuvo una racha goleadora de 11 goles en 13 partidos del Bicentenario 2010, y lo súbito: Chicharito al Manchester United. No era broma. Nadie lo supo hasta que se anunció. Nada de rumores, bombas, exclusivas ni fuentes cercanas.
Un día un delantero mexicano posó en Old Trafford con la camiseta de los Red Devils. Javier Hernández era el niño bueno del futbol mexicano. Estaba por todos lados y nadie se quejaba, porque era un referente sin reproches: nada de escándalos, un tipo que se llevó a sus abuelos a vivir con él a Inglaterra. ¿Había algo que ese muchacho hiciera mal? Si volteamos la mirada a esa época, sorprende ver cuánto pueden cambiar las cosas. Normal. Son doce años de distancia.
Esa fue una antesala muy sugerente de lo que vendría: en un año, Hernández se ganó el corazón de los aficionados del United, ese equipo para que el hoy dice que jugaría gratis. Desde ese momento, todo adquiere una velocidad lumínica. Van Persie lo sentó en el Manchester United. Fue revelo de lujo. Jugó en el Real Madrid. Recuperó brilló en Alemania, se desgastó en Londres y jubiló sus andanzas europeas en Sevilla.
No volvió a su casa. Lo añoraban, porque desde su partida, Chivas ha intentado llenar ese vacío sin éxito. Hernández extendió su ruta en el mapa a Los Ángeles. Casi tres años han pasado entre un comienzo decepcionante y, después, el rendimiento esperado. Ya no es el niño bueno y nuevo querido por todos. Lo han exiliado de la Selección Mexicana. A él, al máximo goleador, a la figura que jugó en dos de los mejores equipos del mundo. Marcó goles en tres Mundiales diferentes, pero hay un sentido de insuficiencia difícil de explicar. Con Javier Hernández siempre existe la sensación de que puede dar algo más.
Quizá cuando se retire su carrera será puesta en la vitrina que merece. Hoy todavía hay reproches. El principal, no volver a Chivas. Lo ha dicho él mismo: fue una historia bella, pero el regreso no se puede garantizar. Y si no vuelve, solo quedarán los recuerdos. Con eso alimentarán la nostalgia jugador y club. Un día todo fue mejor. Éramos jóvenes y lúcidos. Chicharito ha envejecido mientras Chivas entierra su prestigio. Se necesitaron durante algún tiempo.
aranza
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