Mensajería
Vayan por todo el mundo, la misión
Por | Pbro. Julio Parra Hernández
Donde hay un cristiano hay esperanza, hay luz.
Los evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, cada uno con sus propios matices, ya que son catequesis para comunidades bien concretas, nos refieren que nuestro Señor Jesucristo antes de ascender a los cielos les encargó a sus discípulos y apóstoles una misión: La misión de ir por todo el mundo y anunciar la Buena Noticia, de proclamar el Evangelio (Mt 28, 19; Mc 16,15-16; Lc 24,47).
Lo primero que nos llama la atención cuando leemos estas hermosas páginas de la Sagrada Escritura, es que el Señor Jesús, al enviar a esta misión, usa un verbo imperativo, es decir es un mandato: ¡Vayan y anuncien, y haced discípulos! Esto nos hace comprender, de entrada, que la Iglesia, la comunidad de discípulos del Señor, es esencialmente misionera. En el ser mismo de la Iglesia está la misión. Todos los que hemos renacido por el Bautismo a esta nueva vida, en la Iglesia, tenemos esta hermosa y apremiante responsabilidad: ¡somos misioneros!
En consecuencia, los cristianos conscientes de este encargo recibido el día de nuestro nacimiento a la vida de la gracia podríamos decir como san Pablo ‘vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí’ (Ga 2, 20) y por lo mismo: ‘Ay de mi si no anuncio el Evangelio’ (1Co 9,16) La misión de anunciar que en Cristo se nos ha manifestado la salvación para todos los pueblos (1Tim 2,4), y se nos ha liberado de nuestros pecados para poder entrar y vivir en la libertad de los hijos de Dios.
En la primera carta de san Pedro capítulo 3 verso 15b leemos: ‘Estar siempre dispuestos a dar respuesta a quien les pida razón de su esperanza”. Muy a menudo, aparecen personas que nos preguntan por aquello que creemos y el por qué lo creemos. Y nosotros los cristianos bautizados, por lo general, nos preguntamos en nuestro interior… ¿qué le digo? ¿Qué respondo? Muy probablemente la respuesta a estas preguntas la encontremos en la primera carta de san Juan que dice: ‘Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de Vida os lo anunciamos… a fin de que estéis en comunión con nosotros, con el Padre y su Hijo Jesucristo y su gozo sea pleno.’ (1Jn 1,1-4)
Entonces, estamos llamados a anunciar a Jesucristo al que hemos encontrado y hemos visto. A Jesucristo que hemos tocado y nos ha salvado. A Jesucristo que nos ha liberado de nuestros pecados. Y estamos llamados a compartirlo a los demás desde nuestra vida. Tenemos la misión de ser otros “Cristos vivientes” y así dar esperanza, consuelo, gozo y paz a los demás. Si nos detenemos a mirar nuestro caminar, nuestra historia, por medio de la meditación y la oración, nos daremos cuenta de que Dios ha obrado innumerables maravillas en nosotros. Nos ha sanado de muchas enfermedades, nos ha librado de grandes males, nos ha acompañado en los momentos más difíciles, cuando ya no encontramos salida; Él ha aparecido como una luz, como un consuelo, como la paz que necesita nuestro corazón.
El Señor Jesús les dijo claramente a sus discípulos y apóstoles; “Ustedes son la luz del mundo… ustedes son la sal de la tierra… brille vuestra luz ante los hombres para que todos den gloria al Padre celestial.” (Mt 5, 14) Nuestra alegría, nuestra fuerza y nuestra esperanza están puestas en Jesucristo el Señor que como dice san Pablo nos amó y se entregó por nosotros (Ga 2,20) para darnos la libertad y agraciarnos con el Amor de Dios que nos hace capaces para la misión y para dar testimonio de una vida nueva, del Reino de Dios ya presente en este mundo, Reino que espera su plena realización.
Por último, Jesús nos dice en san Juan; Así como el Padre me ha enviado así los envío yo, permanezcan en mi amor (Jn 20,21) Estas palabras nos deben de llenar de alegría de fuerza y de esperanza en nuestro empeño misionero como Iglesia. Es como si Jesús nos dijera, con la misma fuerza, el mismo amor y la misma gracia con que el Padre Dios me envió para salvar y liberar a los hombres, con esa misa fuerza los envío yo. No estamos solos en nuestra misión como cristianos. Jesús está siempre acompañándonos (Mt 28,20), sobre todo cuando damos testimonio de su amor y misericordia en lo cotidiano de nuestra vida.
Donde hay un cristiano hay esperanza, hay luz, hay presencia de Dios y de su amor. Que nuestra vida provoque en los que nos rodean el júbilo y la alegría que nos expresa el profeta Isaías: ¡Qué hermosos don sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión: ‘Ya reina tu Dios’! (Is 52,7)
aranza