Efemérides
Hugo de Génova, Santo
Por: Isabel Orellana Vilches
Religioso
Martirologio Romano:
En Génova, de la provincia de Liguria, Italia, san Hugo, religioso, que, después de haber luchado largo tiempo en Tierra Santa, fue designado para regir la Encomienda de la Orden de San Juan de Jerusalén en esta ciudad, y se distinguió por su bondad y su caridad hacia los pobres (c. 1233).
Etimología: Hugo = aquel de inteligencia clara, viene del germano
Breve Biografía
Hugo Canefri es uno de los más destacados miembros de la Orden de Malta, a la que pertenecía, y particularmente venerado en Génova. Vino al mundo en Castellazzo Bormida, Alessandría, Italia. No existe unanimidad en la fecha; algunos la sitúan en 1148 y otros en 1168. Ésta última quizá sea la más verosímil toda vez que existe constancia de que ese año su ilustre familia participó en la fundación de Alessandría iniciada entonces. Su padre era Arnoldo Canefri. Su madre Valentina Fieschi era hija del conde Hugo di Lavagna, y hermana de Sinibaldo di Fieschi (pontífice Inocencio IV). El peso de su apellido era de gran envergadura. Su abuelo paterno había donado importantes sumas a la iglesia de S. Andrea di Gamondio. Además, tenía entre los suyos personas destacadas en los estamentos sociales, muy reputadas por su valía y alta responsabilidad tanto a nivel eclesiástico como civil, nada menos que condes, reyes, fundadores y santos... Aparte de ello, no se proporciona información sobre su infancia y adolescencia.
Los datos que se poseen se deben al arzobispo de Génova, Ottone Ghilini, paisano y contemporáneo suyo, que había pasado por las sedes de Alessandría y de Bobbio. Fue el papa Gregorio IX quien lo trasladó a Génova y al instruir el proceso canónico de Hugo, sintetizó por escrito su virtuosa vida, dando cuenta de sus milagros. Lo que se puede decir de él con más certeza arranca de la época en la que fue elegido caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), aunque en esa época sus miembros eran conocidos como hospitalarios y sanjuanistas. Todo parece indicar que Hugo no debió ser ordenado sacerdote, pero sí vistió el conocido hábito que en su tiempo se distinguía por su color negro con una cruz blanca de ocho puntas en alusión a las ocho bienaventuranzas; el hábito cambió de color algunos años después de su fallecimiento.
Las cruzadas contra los infieles se hallaban entonces en su apogeo. Eran muchos los que se integraban en los ejércitos que partían para liberar Tierra Santa del dominio de los enemigos de la fe cristiana. Después de la conquista de Jerusalén por Godofredo de Bouillón en 1099, el hospicio (hubo varios y de distintas nacionalidades) construido junto al Santo Sepulcro para la atención de los peregrinos, que había sido dedicado a san Juan, fue donado por el califa de Egipto, Husyafer, al beato Gerardo de Tenque, fundador de la Orden de Malta. Tras esta primera Cruzada se convirtió no solo en el lugar donde iban a sanar sus heridas los caballeros cruzados que lucharon en combate, sino que fue el origen del nacimiento de la Orden puesta bajo el amparo del pontífice Pascual II, a petición de fray Gerardo. Cuando Hugo nació, el papa Calixto II ya le había concedido nuevos privilegios, y el Gran Maestre Gilbert d'Assailly, el quinto, gozaba de gran prestigio. Esta Orden de caballería estaba integrada por seculares y también por los caballeros que habían emitido votos y tenían como objetivo la tuitio fidei et obsequium pauperum (la defensa de la fe y la ayuda a los pobres, a los que sufren), dedicándose a las tareas de enfermería. Además, los capellanes, que eran «una tercera clase», se ocupaban del servicio divino.
Pues bien, Hugo fue uno de los ilustres combatientes en Tierra Santa. Participó en la tercera Cruzada junto a Conrado di Monferrato y al cónsul de Vercelli, Guala Bicchieri. Y al regresar de estas campañas, fue designado capellán de la Encomienda del hospital de san Giovanni di Pré, en Génova. Desde ese momento, la vida del santo, alejado de las armas, se centró en la oración y en el ejercicio de la caridad con los enfermos y marginados que acudían al hospital, además de los peregrinos que iban y venían de Tierra Santa. A los enfermos los asistió procurándoles consuelo humano, espiritual y económico. Cuando fallecían, les daba sepultura con sus propias manos. Pero uno de los rasgos representativos y más loados de su espiritualidad, junto a su amabilidad, modestia y piedad, fue su fe. Con ella era capaz, como dice el evangelio, de trasladar montañas.
JMRS