Del Dicho al Hecho
La ruta de Rishi Sunak hacia el crecimiento económico de Gran Bretaña
Sebastian Mallaby | The Washington Post
Tras un eficiente proceso de selección, el Reino Unido ha nombrado a su tercer primer ministro en dos meses: el excanciller de la Hacienda, Rishi Sunak. Está preparado para una época de tormentas económicas: con experiencia laboral en Goldman Sachs y un par de fondos de cobertura, Sunak tiene un control sobre la realidad financiera que es tan firme como fue inestable la de su predecesora. Pero al igual que otros líderes de países ricos, Sunak tendrá que convencer a la gente de verdades duras. La era de los estímulos ha terminado. La ruta hacia el crecimiento económico radica en una regulación más inteligente.
Desde las secuelas de la crisis financiera de 2008 hasta el año pasado, los debates sobre política económica estuvieron dominados por un hecho central: la inflación era baja, por lo que los gobiernos necesitaban incrementar el gasto. En todo el mundo adinerado, los bancos centrales imprimieron dinero oportunamente y los políticos lo gastaron. Pero hoy, con la inflación muy por encima del objetivo, la lógica macroeconómica se ha invertido. Los bancos centrales están subiendo las tasas y los políticos que se niegan a ajustar los presupuestos provocan la ira de los mercados.
En el Reino Unido, esta lógica ya ha requerido la anulación de los desastrosos recortes fiscales que terminaron derrocando a la predecesora de Sunak. Si es inteligente, Sunak dará un giro de 180 grados y anunciará aumentos de impuestos, incluidos impuestos extraordinarios sobre las empresas de energía que estén obteniendo superganancias. Los ingresos adicionales liberarían a Sunak para evitar recortes políticamente insostenibles en los servicios públicos: en la actualidad, las listas de espera para el Servicio Nacional de Salud tienen récords históricos. Los aumentos también ayudarían un poco a remediar la principal debilidad política de Sunak: el nuevo primer ministro es un plutócrata que se traslada en helicóptero y debe demostrar que comprende las necesidades de los votantes normales.
Pero los incrementos fiscales y la disciplina macroeconómica no serán suficientes. Para persuadir tanto a los inversores como a los votantes de que crean en el Reino Unido post-Brexit, Sunak necesita una agenda de crecimiento convincente. Dado que los recortes fiscales son inasequibles, esa agenda debería consistir en una reforma regulatoria. Sunak debe ser tan audaz con la estrategia microeconómica como lo es con la macro.
La buena noticia es que aquí, la regulación es un entorno rico en objetivos. Contrario al mito de que las economías anglosajonas son batallas campales no reguladas, el Reino Unido está plagado de reglas y restricciones, lo cual es una de las razones por las que el crecimiento de la productividad británica ha caído desde casi la cima de los países del Grupo de los Siete hasta casi el fondo. Los obstáculos burocráticos son innumerables: empresas emergentes que contratan empleados quedan en shock al descubrir que no irán a trabajar por varios meses. Así son las cláusulas de no competencia que imponen el llamado “gardening leave” (salvaguarda de salida, una especie de despido remunerado que evita que los empleados sean contratados de inmediato por otra empresa) entre citas. Pero de todas las preocupantes limitaciones contra el crecimiento, la más grave es la referente a la construcción.
Un país promedio de la Unión Europea tiene 500 viviendas por cada 1000 habitantes. Francia e Italia tienen casi 600. Gracias a una plétora de reglas exageradas, el Reino Unido tiene menos de 450. El Reino Unido no es solo un país “NIMBY” (sigla en inglés de “no en mi patio trasero”). Como bien lo lamentó The Economist recientemente, es un país “BANANA”: Build Absolutely Nothing Anywhere Near Anything (“No construyas absolutamente nada en ningún lugar cerca de cualquier cosa”).
El problema es más grave en las ciudades, precisamente los lugares que podrían generar un crecimiento económico adicional si tan solo más personas pudieran mudarse allí. Todas las ciudades importantes en el Reino Unido están rodeadas por un “cinturón verde”, una zona que no es necesariamente verde, pero en la que la construcción está muy limitada. El cinturón que rodea a Londres es tres veces del tamaño de la propia capital. En Inglaterra en su conjunto, cerca de una octava parte de todos los terrenos está fuera del alcance de los constructores.
La consecuencia es que el alto costo de las viviendas en las ciudades sea una obsesión de la clase media. A principios de la década de 1990, cuando tenía veintitantos años y me desempeñaba como reportero, mi viaje desde mi apartamento de dos habitaciones hasta la oficina de Londres duraba menos de 30 minutos. Hoy, mi sobrina profesionista y con una edad similar, no tiene esperanzas de comprar algo equivalente.
Incluso antes de que los riesgos a contraer el COVID-19 alentaran el trabajo remoto, los largos tiempos de traslado de Londres crearon espacios de trabajo desalentadoramente vacíos. Hace unos años, acepté feliz un puesto como profesor visitante en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres. Poco después renuncié a eso de ser “visitante” porque nadie más estaba presente.
Las restrictivas reglas de construcción del Reino Unido se extienden más allá de las viviendas. No se han construido embalses ni centrales nucleares desde la década de 1990. Los proyectos ferroviarios y de carreteras son mucho más raros que la vida silvestre en cuyo nombre están vetados. A Leeds, una ciudad de más de 700,000 personas, se le prometió un sistema de transporte público masivo en 1993. Todavía no tiene uno.
Abordar este caos no es para pusilánimes. Pero Sunak, a pesar de sus conocimientos económicos, fue partidario del Brexit, presumiblemente porque esperaba que abandonar la Unión Europea dejaría libre al Reino Unido para buscar una legislación más inteligente. Hoy depende de él demostrar que tenía razón en eso.
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