Espectáculos

Pablo Milanés deja a Cuba un legado que trasciende la música

2022-11-25

Sus canciones trascienden su tiempo y lugar y han sido asumidas por multitudes de varias...

Rosa Marquetti Torres | The Washington Post

Su apariencia apacible y sonriente lo ocultaba, pero Pablo Milanés era un hombre en lucha desde hacía décadas: contra el cáncer y por su vida; contra la imposibilidad siempre latente de no poder cantar; por hacer valer sus convicciones, porque su voz y su palabra fueran más allá de una canción y retrataran la firmeza de sus ideas.

En un año en extremo desgarrador, Pablo Milanés debió sumar a su dolencia prolongada la muerte repentina de su hija Suylén. Los años anteriores también fueron duros, pero siempre mantuvo la necesidad de cantar y establecer una confrontación afectiva con su público, más que como una rutina profesional como un paliativo eficaz, como una necesidad visceral e impostergable. La música que salía de su garganta obraba el milagro de la sanación momentánea y sobre el escenario Pablo era otro, el de siempre, vital y rotundo, dueño de todos los resortes que desatan la emoción y el arte auténtico.

Ahora Pablo se ha ido y siento que Cuba y los cubanos quedamos desvalidos. Escépticos ante tanto paradigma falso, Pablo emergió como uno de los pocos referentes aglutinadores que nos quedaban. Podías coincidir o no con sus ideas, pero no se podía cuestionar su verticalidad y entereza para decir su verdad sobre cualquier tópico, esencialmente sobre los destinos de nuestro país.

Sus canciones trascienden su tiempo y lugar y han sido asumidas por multitudes de varias generaciones por sus valores musicales y también declarativos. Su repertorio es una bitácora de intimidad personal y de pensamiento propio, que deja pistas claras sobre su camino de vida, atravesado por una obsesión permanente: “el tiempo, el implacable, el que pasó”, y lo inexorable de su huella en nosotros, en el entorno social, en su cuerpo, en él.

En la polisemia de sus canciones y en la expresión identitaria en ellas se explica la enorme contribución de Pablo a la espiritualidad de Cuba y su aceptación por millones de personas. Pablo era un mago que repartía claves para liberar sentimientos disímiles, capaz de lograr el milagro de ponernos de acuerdo a la mayoría de los cubanos con solo cantar “Yolanda”, “Ámame como soy” o “No ha sido fácil”, y de anclarse como uno de los cantantes más notables y amados de Hispanoamérica y el Caribe. Tenía una voz privilegiada y un don creativo para entregar canciones que cada uno convertía, según el caso, en un himno propio. Con su carisma elocuente, poeta de lo cotidiano, mostraba que era fortaleza y ternura a la vez.

Como ningún otro cantante, asumió con acierto y naturalidad extraordinarios los géneros esenciales de la música popular cubana, desde el son y la trova tradicional hasta el bolero en su expresión más depurada: el feeling.

Si la Nueva Trova puede verse como una continuidad de la tradición trovadoresca, sonera y bolerística iniciada en las primeras décadas del siglo XX cubano, es gracias a una canción fundacional de Pablo Milanés: “Mis 22 años”. Fue un puente estilístico y generacional que abrió las puertas a los nuevos trovadores cubanos en la convulsa y decisiva década de 1970 —la de los Beatles, los Rolling Stones, la explosión del R&B y el auge de la canción comprometida—, cuando ocurrieron cambios trascendentales en el pop, el rock y en la música cubana, cuando se cantó no solo al amor y al desamor, sino a las nuevas realidades sociales y políticas.

Anclado en sus raíces, y 16 años antes del Buena Vista Social Club, Pablo fue al rescate de viejos amigos, trovadores y soneros en el olvido, y con ellos produjo uno de los discos más trascendentes de su carrera: Años, convertido después en el título de una serie que recogió sones y canciones legendarias. Su dúo con Compay Segundo en la mítica “Chan Chan” es una de las mejores versiones. Como sonero, con esa acometida especial y una notable capacidad improvisatoria, Pablo Milanés está entre las mejores voces de todos los tiempos.

Al bolero le dedicó cinco álbumes, que lo consagran como uno de los mejores boleristas de todos los tiempos, llevando la impronta de este género a la canción de compromiso social. En Standards, uno de sus últimos discos, se adentró en el jazz con versiones personales de grandes clásicos, acompañado de un trío de jóvenes músicos. Su álbum póstumo e inédito recorre sus grandes clásicos en clave rítmica bailable, a dúo con prominentes cantantes como Ismael Rivera o Alejandro Sanz.

Con la muerte de Pablo perdemos al hacedor de este enorme legado que, sin dudas, en algún momento impactará en la salud de la música de Cuba y América Latina, tan necesitada de brillantez, solidez y renovación. Quedamos huérfanos de la valentía de una voz tan necesaria en la Cuba actual y sus destinos. Y cada uno de nosotros perdemos a algunos de los múltiples Pablos: el intelectual sagaz, el gestor cultural, el callado mecenas, el patriota, el humanista, el cubano esencial, el padre, el amigo.
 



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