Mensajería
Salvará a su pueblo de sus pecados
Por | Pbro. Joaquín Dauzón Montero
Dios nos conceda ser una valiosa piedrecilla escondida en el grandioso edificio de su Iglesia.
1 . Los dos domingos anteriores de este Adviento hemos conocido la figura recia de Juan el Bautista, cuya misión consistió en prepararle el camino al Mesías prometido. Este cuarto domingo, quien aparece como protagonista es José, el padre adoptivo del Señor. El evangelista san Mateo lo presenta como un hombre justo. Y a este propósito y desde el punto de vista cristiano, se dice que la justicia es una exigencia de la caridad que reconoce el derecho de las personas y fundamenta la comprensión de éstas como tales y sobre todo como prójimos y hermanos. José es justo humanamente, porque no acepta una paternidad que no es suya y antepone la caridad para no denunciar ante la ley el hecho del embarazo de su esposa y, porque acepta la voluntad de Dios que le encarga un servicio cualificado: nada menos que ser custodio de la elegida de Dios, para ser madre del Hijo engendrado en su vientre, obra del Espíritu Santo.
2. Pero hay algo más en el texto: Mateo acude a la profecía de Isaías, para delinear, desde este momento, la misión del salvador cuando dice, refiriéndose a la madre-esposa: “Dará a luz un hijo y le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todos sabemos que el perdón formará parte importante de la predicación de este Hijo encarnado, ya que el perdón hace posible la liberación redentora que llevará a cabo, especialmente al final de su vida, desde la cruz. ¡Jesús salva liberando! Ese es el sentido de los signos que realiza cuando levanta a los paralíticos, cuando devuelve la vista a los ciegos, cuando revive a los muertos, cuando hace hablar a los mudos, cuando arroja los demonios, cuando los pobres son evangelizados.
3. Así que en este domingo podemos aprender de José a vivir como hombres y mujeres justos y luchar por la justicia y, del Salvador, a quien esperamos con alegría, a liberarnos de todo aquello que nos esclaviza, secundando la gracia liberadora que ha venido a ofrecernos. Dios nos conceda ser una valiosa piedrecilla escondida en el grandioso edificio de su Iglesia.
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