Vuelta al Mundo

Diez lecciones del retorno de la Historia

2022-12-26

Por último, debemos ser razonables sobre lo que podemos saber. Es una lección de...

Richard Haass | Política Exterior

Una cosa que hemos aprendido este año es que la guerra entre países, considerada obsoleta por muchos académicos, está a la orden del día. Y esa no es ni mucho menos la única expectativa sobre las relaciones internacionales que no ha sobrevivido a 2022.

Pocos echarán de menos 2022, un año definido por una pandemia persistente, el avance del cambio climático, una inflación galopante, la ralentización del crecimiento económico y, sobre todo, el estallido de una guerra en Europa y la preocupación de que pronto estallara un conflicto violento en Asia. Algo de esto se podía prever, pero mucho no, y ello pone de manifiesto el peligro de ignorar lecciones del pasado.

En primer lugar, la guerra entre países, considerada obsoleta por no pocos académicos, está a la orden del día. Lo que estamos viendo en Europa es una guerra imperial a la antigua usanza, en la que el presidente ruso Vladimir Putin intenta extinguir a Ucrania como entidad soberana e independiente. Su objetivo es asegurarse de que un país democrático y de mercado que busca estrechar lazos con Occidente no pueda prosperar en las fronteras de Rusia y dar un ejemplo que pueda resultar atractivo para los rusos.

Por supuesto, en lugar de lograr la victoria rápida y fácil que esperaba, Putin ha descubierto que su propio ejército no es tan poderoso y que sus oponentes son mucho más decididos de lo que él –y muchos en Occidente– habían previsto. Diez meses después, la guerra continúa sin final a la vista.

En segundo lugar, la idea de que la interdependencia económica constituye un baluarte contra la guerra, porque ninguna de las partes tendría interés en interrumpir los lazos comerciales y de inversión mutuamente beneficiosos, ya no es sostenible. Las consideraciones políticas son lo primero. De hecho, la fuerte dependencia de la Unión Europea de los suministros energéticos rusos probablemente influyó en la decisión de Putin de invadir, al llevarle a la conclusión de que Europa no le haría frente.

En tercer lugar, la integración, que ha potenciado décadas de política occidental hacia China, también ha fracasado. Esta estrategia también se basaba en la creencia de que los lazos económicos –junto con los intercambios culturales, académicos y de otro tipo– impulsarían la evolución política, y no a la inversa, lo que conduciría a la aparición de una China más abierta y orientada al mercado, pero también más moderada en su política exterior.

Nada de esto ocurrió, aunque puede y debe debatirse si el fallo reside en el concepto de integración o en la forma en que se ejecutó. Lo que está claro, sin embargo, es que el sistema político chino se está volviendo más represivo, su economía avanza en una dirección más estatista y su política exterior es cada vez más asertiva.

En cuarto lugar, las sanciones económicas, que en muchos casos son el instrumento elegido por Occidente y sus socios para responder a las violaciones de los derechos humanos o las agresiones en el extranjero por parte de un gobierno, rara vez producen cambios significativos en el comportamiento. Ni siquiera una agresión tan flagrante y brutal como la de Rusia contra Ucrania ha logrado persuadir a la mayoría de los gobiernos del mundo para que aíslen a Rusia diplomática o económicamente, y aunque las sanciones lideradas por Occidente pueden estar erosionando la base económica de Rusia, no han estado cerca de persuadir a Putin para que dé marcha atrás en su política.

En quinto lugar, hay que retirar la expresión “comunidad internacional”. No existe. El poder de veto de Rusia en el Consejo de Seguridad ha vuelto impotente a Naciones Unidas, mientras que la reciente reunión de líderes mundiales en Egipto para hacer frente al cambio climático fue un fracaso abyecto.

Por otra parte, tanto la respuesta mundial al Covid-19, como los preparativos para hacer frente a la próxima pandemia son escasos. El multilateralismo sigue siendo esencial, pero su eficacia dependerá de que se forjen acuerdos más estrechos entre gobiernos con ideas afines. El multilateralismo de “todo o nada” no conducirá a nada en la mayoría de los casos.

En sexto lugar, es evidente que las democracias afrontan sus propios retos, pero los problemas a los que se enfrentan los sistemas autoritarios pueden ser aún mayores. La ideología y la supervivencia del régimen suelen impulsar la toma de decisiones en estos sistemas, y los líderes autoritarios a menudo se resisten a abandonar las políticas fallidas o a admitir errores, no sea que esto se vea como un signo de debilidad y alimente las peticiones de cambio. Estos regímenes deben contar constantemente con la amenaza de las protestas masivas, como en Rusia, o de las protestas de facto, como hemos visto recientemente en China e Irán.

En séptimo lugar, el potencial de internet para que los individuos desafíen a los gobiernos es mucho mayor en las democracias que en los sistemas cerrados. Regímenes autoritarios como los de China, Rusia y Corea del Norte pueden cerrar el acceso, vigilar y censurar contenidos, o ambas cosas.

Ha llegado algo más parecido a una balcanización de internet (splinternet) –internet múltiple y separado–. Mientras tanto, las redes sociales en las democracias son susceptibles de difundir mentiras y desinformación que aumentan la polarización y hacen que gobernar sea mucho más difícil.

En octavo lugar, sigue existiendo Occidente (un término basado más en valores compartidos que en la geografía), y las alianzas siguen siendo un instrumento fundamental para promover el orden. Estados Unidos y sus socios transatlánticos de la OTAN han respondido eficazmente a la agresión rusa contra Ucrania. EU también ha forjado lazos más estrechos en el Indo-Pacífico para hacer frente a la creciente amenaza que supone China, principalmente a través de un Quad vigorizado (Australia, India, Japón y EU), AUKUS (Australia, Reino Unido y EU) y una mayor cooperación trilateral con Japón y Corea del Sur.

En noveno lugar, el liderazgo estadounidense sigue siendo esencial. EU no puede actuar unilateralmente en el mundo si quiere ser influyente, pero el mundo no se unirá para hacer frente a los retos compartidos en materia de seguridad o de otro tipo si EU se muestra pasivo o se mantiene al margen. A menudo se requiere la voluntad estadounidense de liderar desde el frente y no desde atrás.

Por último, debemos ser razonables sobre lo que podemos saber. Es una lección de humildad constatar que pocas de las lecciones precedentes eran previsibles hace un año. Lo que hemos aprendido no es solo que la historia ha vuelto, sino también que, para bien o para mal, conserva su capacidad de sorprendernos. Con esto en mente, ¡vamos a por 2023!
 



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