Valores Morales

Los que brillan para Dios

2023-01-31

Comienza, de esta forma, una de las más hermosas enseñanzas del Señor, que...

Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong 

Solo cuando sabemos caminar alegres en el sufrimiento, logramos entender el sentido de este camino que Cristo nos propone.

Los pobres, los sencillos, los que sufren, los que no brillan de acuerdo a los criterios de este mundo, brillan, sin embargo, ante los ojos de Dios, son los primeros destinatarios de su mensaje y están siempre en el corazón de Cristo. Por eso, Dios siempre busca a los pobres para enriquecerlos con su amor y los escoge para transformarlos con su gracia.

De ahí que San Pablo, en su primera carta a los Corintios, lo exponga de manera fascinante cuando escribe: “…Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios”.

La forma como Dios transforma a la gente sencilla y enaltece a los humildes -como también lo afirma solemnemente la Virgen María-, confirma la predilección de Dios por los pobres y nos anima a esperar todo del Señor, especialmente cuando las injusticias y la maldad del mundo perjudican la vida y afectan las ilusiones de la gente sencilla.

El profeta Sofonías, consciente del sufrimiento y la desesperanza que provocan las injusticias, invita a los pobres a no dejar de buscar al Señor, a confiar incondicionalmente en Él. Se esfuerza en mantener la esperanza, la justicia y la bondad de este resto fiel que, por la promesa del Señor, no cometerá maldades ni será alcanzado por la mentira.

Ese resto fiel, que a lo largo de los siglos mantuvo la llama de la esperanza, es el que sigue al Señor Jesús porque ha intuido que en Él mora el Espíritu y en su persona se cumplen las promesas de la Escritura. A su vez Jesús, como el nuevo Moisés, sube al monte y se dirige a esa muchedumbre hambrienta no sólo de pan, por su condición social, sino de esa palabra en la que ha creído y en la que se quiere sostener, a pesar del cansancio y el sufrimiento que experimenta en la vida.

Comienza, de esta forma, una de las más hermosas enseñanzas del Señor, que constituye la apertura solemne del Sermón de la montaña: el evangelio de las bienaventuranzas. Como a esas personas desamparadas que lo seguían, tampoco a nosotros nos faltan sinsabores y dificultades, por lo que hace falta reposar estas enseñanzas, guardarlas en el corazón y esperar el consuelo que traen para que nos confirmen en el camino que hemos escogido y nunca nos apartemos del Señor.

Jesús pronuncia ocho bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, los afligidos, los humildes, los que tienen hambre y sed de justicia, los que luchan por la paz, los que se preocupan por los pobres, los puros de corazón, los perseguidos a causa de la justicia”.

Meditando con calma este evangelio uno puede hasta intuir el tono amoroso y paternal de Jesús para hablar a estas personas; la ternura y la solicitud con las que se dirigió a ellos, al constatar su fe, así como sus lágrimas y su sufrimiento. Y también puede uno intuir la paz que les dio, el consuelo que provocaron sus palabras y la atmósfera divina que se creó en este encuentro.

La actuación de Jesucristo confirma la bondad y trascendencia de las bienaventuranzas, pues a lo largo de su vida no dejó de defender a los más pequeños, de socorrer a los desamparados, de curar a los enfermos, de acercarse a los pecadores y de preocuparse de todos aquellos que necesitaban experimentar la misericordia del Señor.

Porque vive como los humildes, abandonándose a Dios y esperando todo de Él, por eso tiene la capacidad para consolarlos y para mantener en ellos la esperanza. A través de las bienaventuranzas hizo posible que las personas colocaran su corazón allí donde debe descansar, en Dios.

Solo cuando sabemos caminar alegres en el sufrimiento, logramos entender el sentido de este camino que Cristo nos propone. Un camino que nos parece inalcanzable, pero que, únicamente es posible por la gracia de Dios. En todas las bienaventuranzas, la felicidad está unida a una gracia que Dios concede, porque solos no podemos.

Por eso, dirá Jesús, de manera consecutiva, de las ocho bienaventuranzas: “…de ellos es el reino de los cielos… serán consolados… heredarán la tierra… serán saciados… obtendrán misericordia… verán a Dios… se les llamará hijos de Dios… porque de ellos es el reino de los cielos”.
 



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