Muy Oportuno

La sal se vuelve insípida

2023-05-22

Está intoxicado con tanta falsa sabiduría, materialismo y antivalores. Sólo el...

P. Daniel Barrera

Es muy cómodo «arreglar» los problemas del mundo platicando y tomando una taza de café. También es relativamente fácil encontrar las razones por las cuales se va perdiendo la fe y los valores en un mundo dominado por el materialismo y las falsas ideologías.

Los cristianos no hemos sabido proyectar la vida de fe en los problemas actuales; hemos perdido el celo y la militancia; hemos dejado de ser el fermento en la masa. No somos capaces de iluminar el mundo. Nos hemos vuelto flojos...

En el «Sermón del monte», Cristo nuestro Señor nos exhortó a ser la «sal de la tierra» (cf. Mt 5, 13). ¿Por qué, entonces, los cristianos dejamos de ser la sal? ¿Por qué ya no tenemos capacidad de dar sabor a la vida de la gente? ¿Por qué nos hemos vuelto desabridos?

El simbolismo de la sal 

La sal tiene, desde la antigüedad, capital importancia. Los alimentos insípidos o poco sabrosos, con un poco de sal ofrecen un mejor sabor. En el libro de Job se menciona que una de las tantas pruebas que el hombre debía saber sufrir era la de comer sin sal (cf. Job 6, 6).

La sal también ha sido utilizada como un conservador de alimentos. Los habitantes del desierto consideraban la sal como una cosa preciosa, porque gracias a ella podían contar con alimento para sus largas travesías. Llegó a ser para algunas tribus un verdadero «oro blanco», una moneda con la cual se podía comerciar.

Para los judíos del Antiguo Testamento la sal era también un símbolo de la alianza entre Dios y los hombres (cf. Lv 2, 13). Cuando el judío cubría con sal a la víctima ofrecida en sacrificio, era consciente de que nada ni nadie podía romper el vínculo que acababa de establecer; éste tenía carácter total y absoluto. Era un ofrecimiento sin medida y para la eternidad.

Siempre se le atribuyó a la sal un poder curativo y purificador. El profeta Eliseo saneó con sal las aguas malas de una fuente para que así sirvieran de bebida: la sal impedía la descomposición y putrefacción (cf. 2 R 2, 20-22).

Si la sal pierde su sabor...

En el Nuevo Testamento, Jesús habló de la sal como si fuera una verdadera categoría: «Ustedes son la sal» (Mt 5, 13), «Tengan sal en ustedes ...» (Mc 9, 50).

El auténtico discípulo del Señor, el que vive con generosidad las Bienaventuranzas, se convierte en sal, es decir, tiene la capacidad de comunicar sabor a la vida.

Aunque teóricamente la sal no puede perder su sabor, porque simplemente dejaría de ser sal, la comparación expresa que lo que los discípulos pueden perder es su capacidad de manifestar el Evangelio con palabras y obras. Entonces, dejarían de ser verdaderos discípulos y eso sería un verdadero fracaso.

La expresión: «No sirve para nada sino para tirarla afuera y que la pise la gente» (Mt 5, 13b), es por demás elocuente. Un cristiano que no vive y anuncia el Evangelio es absolutamente inútil, como sal que no sala; y aún más, pierde su verdadera dignidad y se hace objeto de burlas y menosprecio.

La sal significa radicalidad y entrega absoluta

La fuerza de la sal no es efectiva cuando está guardada en el salero, lejos de los alimentos. La sal está hecha para salar, para ser esparcida por el mundo y sazonar todo lo que toca, para disolverse en los alimentos y comunicarles su verdadero sabor.

Imposible desempeñar nuestra tarea profética al margen de las problemáticas actuales. Justamente el cristiano debe vivir el espíritu de las bienaventuranzas con radicalidad en medio de las dificultades propias de la vida.

Nuestro mundo está cansado, aburrido, insípido. Está intoxicado con tanta falsa sabiduría, materialismo y antivalores. Sólo el Evangelio vivido con generosidad y alegría podrá comunicar el sabor de la sabiduría divina.

¿Qué necesitamos para ser sal?

Si a nuestra experiencia cristiana añadimos la sal, es decir, la exigencia y la radicalidad, podremos gustar el sabor del Evangelio. No vivirlo con radicalidad evitará que los demás se enamoren de él, y dará lugar a que sea objeto de la burla de los hombres, que lo tomarán por anuncio ridículo.

El cristiano que da sabor es creativo, y aporta todas las riquezas de su ser a la obra de la Evangelización. Es una persona viva y chispeante, constantemente preocupada de que no se pierda la conciencia de la fe en los trabajos y en las conversaciones.

Todo cristiano debe mantener ese «grito profético», alimentándose de la Palabra y predicándola a los demás con entusiasmo y vigor. Debe liberarse de miedos y complejos, y no dejarse intimidar por los criterios del mundo que pretenderán llevarlo a la tibieza y a la indefinición.

Santa Catalina de Siena decía: «Si los cristianos fueran lo que tienen que ser, simplemente prenderían con su fuego toda la tierra». Sólo un Evangelio vivido con radicalidad puede liberar a los hombres del hastío, la frustración y comunicarles el gusto por la vida.
 



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