Como Anillo al Dedo
La inevitable intervención de López Obrador en la sucesión presidencial
Por | Enrique Pérez Quintana
Desde que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue jefe de Gobierno del Distrito Federal, hasta que llegó a la presidencia de la república pasaron 20 años. Tardó en llegar al supremo poder. Ahora da la impresión de no querer irse. Para permanecer y lograr lo que llama la continuidad de la Cuarta Transformación, adelantó la sucesión presidencial y diseñó un modelo en el que, casi en solitario, disputarían el poder sus designados, como garantía de que su proyecto de país seguirá.
Cuando López Obrador fue presidente en funciones confirmó la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México. Su argumento fue que era para combatir la corrupción. El mensaje real fue demostrar a los grupos de presión que el poder estaba en sus manos. Simultáneamente puso en marcha su estilo de gobernar mediante las mañaneras.
El triunfo electoral de López Obrador, por mayoría de votos, significó para los partidos políticos de oposición retroceso en su influencia política y en los puestos de elección popular, destacadamente en el Poder Legislativo. Con el dominio de Morena en las cámaras de Diputados y Senadores se aprobaron leyes que iniciaron lo que denominó la Cuarta Transformación.
Los argumentos de López Obrador para la instrumentación de sus determinaciones, en la mayoría de los casos, afirmaron que eran medidas para ahorrar en beneficio del pueblo y para combatir la corrupción. Los puso en práctica en el proceso de cooptación mediante el cual entregó al Ejército y la Marina, funciones que la Constitución reserva para los civiles.
Desde que recibió el poder, en 2018, López Obrador centralizó el poder. No lo comparte con sus colaboradores, les demanda lealtad y que sean incondicionales. Algunos lo hacen mejor que otros y los que no estuvieron de acuerdo renunciaron. El resultado es la vigencia del presidencialismo sin límites. El poder en las manos de un solo hombre que quisiera permanecer influyendo más allá de su tiempo.
A mitad del sexenio, las malas noticias impactaron al gobierno de López Obrador. El 3 de mayo de 2021 se derrumbó parte de la línea 12 del Metro, con saldo de 26 muertos y más de cien heridos. Dos de sus cercanos colaboradores, fueron responsabilizados, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard. Un mes después, el 3 de junio de 2021, López Obrador, recibió el aviso de que los partidos de oposición podrían regresar a la escena política.
En las elecciones federales intermedias su partido Morena perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, avanzó en la conquista de gubernaturas y perdió en más de la mitad de las alcaldías de la CDMX. Para el presidente fue un retroceso en su afán de control del poder y tener que enfrentar los límites que le pusieron los partidos de oposición.
La creatividad propagandística de López Obrador funcionó en medio de las noticias negativas. No hay tema más atractivo que el de la sucesión presidencial. El presidente designó a quienes podrían sucederlo en el poder. Fue el 20 de junio de 2021, hace dos años en la mañanera.
El autor del diseño de la sucesión presidencial adelantada es López Obrador. Como se anticipó a los tiempos legales, tuvo la ocurrencia de nombrar a los precandidatos de Morena “Corcholatas” y ponerlos a disputar la Coordinación Nacional de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación, que llevará al ganador a la candidatura por la presidencia de la república. Una forma de violar la ley “sin que se note”. Cambiar las palabras para llegar al mismo significado.
El presidente López Obrador dirige “su” sucesión presidencial y lo hace simulando un procedimiento “democrático” al imponer la realización de una encuesta para llegar al nombre de su relevo. Todo bien, hasta que lo imprevisto sucedió.
Entró a la disputa por el poder el Frente Amplio por México con una propuesta que mejora al “modelo AMLO” con participación ciudadana, encuestas y debates para designar a su coordinador nacional. Se inscribieron 33 aspirantes. Sólo 13 cubrieron los requisitos. Declinaron siete.
Destaca la senadora Xóchitl Gálvez que por su perfil impactó en la percepción ciudadana y sorprendió al presidente López Obrador, que en sus mañaneras la cuestiona a pesar del mandato del INE para que se abstenga de hacer pronunciamientos sobre el proceso electoral y en particular sobre ella. Dijo que lo acatará “Bajo Protesta”, cuando en realidad es un mandato constitucional que está obligado a cumplir. Mañas no faltan, mandó de vacaciones a la Oficialía de Partes para no recibir la notificación del INE.
En tres ocasiones disputó la presidencia, ahora López Obrador actúa como si fuera su cuarta candidatura. Él debate con Xóchitl Gálvez. Sus corcholatas en silencio. Ante la orden del INE de que no se meta, ahora creó en la mañanera la sección “No lo Digo Yo”, en la que exhibirá expresiones de políticos, adversarios del pasado, a los que criticará y ridiculizará para sustentar “su combate a la corrupción”. Se llama burlar la ley.
Las críticas y descalificaciones que López Obrador ha hecho sobre Xóchitl Gálvez no logran el efecto destructivo que tiene la intención del presidente. Lo contrario. Le ha dado presencia nacional. Su perfil personal y profesional es bien aceptado por los ciudadanos. La polémica beneficia a la precandidata del Frente.
En esta etapa de la disputa por el poder da la impresión de que el candidato fuera López Obrador. No lo puede evitar. Es su modelo de sucesión presidencial. No es de ahora, lo viene preparando desde el día en que supo que el poder supremo es de él. Solo de él. Del pueblo bueno otro día hablamos.
aranza