Reflexiones

Integración e Islam

2023-10-06

Pensé que efectivamente podía estar apenado, pero por este motivo. Y en los...

Por | Llucià Pou i Sabaté

El 11 de septiembre se ha cumplido un nuevo año del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, y durante esos años hemos visto más atentados en torno a las guerras que se han realizado en Irak y otros países islámicos. También en muchos otros países ha habido bombas (en iglesias de Indonesia y países de Oriente, en Nigeria y otros países africanos…). Los cristianos en países islámicos pasan por diversas penalidades. La incorporación de un fenómeno religioso como es el Islam crea problemas, también en los países islámicos pues los grupos fanáticos actúan allí todavía más. Por no citar la discriminación de la mujer en Afganistán, ablaciones, intolerancia religiosa salvaje en Argelia…

La historia nos enseña que la idea de persona es distinta en contextos culturales diversos. En el origen de la cultura occidental, en Grecia, la persona estaba al servicio de la comunidad. La virtud en Grecia fue comunitaria, corporativista, casi colectivista. Como ahora vemos que siguen siendo en países corporativistas como me parece que son Rusia, Ucrania, China…, son países donde el comunismo ha suplantado los antiguos poderes imperiales, dejando la estructura igual. Por ejemplo en China cuando pueblos venidos de Mongolia la conquistaron, no cambiaron su sistema de gobierno sino que se instalaron en la ciudad prohibida donde según cuentan 10,000 funcionarios con sus familias llevaban todo el país. Incluso se valieron de la religión, la de Confucio, para fomentar ese sentido de que la patria está por encima de la persona, y dejaron de lado el Tao, que fomenta la religiosidad más íntima y personal.

En el Islam hay también corporativismo, por motivos diversos. Se valieron de la mezcla de varias corrientes culturales, sobre todo de la península de Arabia, para formar esa cultura que nos parece a muchos algo medieval por la falta de progreso en su Corán, y sin la interpretación que requiere el paso de los siglos. Cuando el libro sigue sin interpretación (en los primeros siglos del segundo milenio se dejó de interpretar, en la mayoría de las corrientes) se impone como norma religiosa pero también social, para toda la sociedad civil, tenemos un problema. En definitiva, no tienen el concepto de “persona” que tenemos en países de tradición cristiana. Cuando Agustín puso en el centro de toda forma social la dignidad de la persona, imagen de Dios, se dio un cambio en nuestros países, que fundamenta los Derechos humanos. Por desgracia, en la modernidad, la persona se ha visto con perspectiva de individuo, y la ética se ha vuelto más individualista (egoísta, perdiendo la visión de bien común). 

El Islam no conoce la palabra “persona”, no hay dignidad basada en la persona sino que la fuente de los derechos es la comunidad islámica. Como dependemos del contexto cultural y social, es difícil la integración de los inmigrantes de los países islámicos, en algunos sitios. 

Nuestro pensamiento entiende mejor que el fundamentalismo es algo “medieval”, pensamos que habría de dejar paso a un pluralismo no fácil de resolver pues hay un choque cultural que está en diversos frentes. En el ámbito social, el Islam no tiene la idea de Estado laico, y, por tanto, el Corán no es sólo un código religioso, sino también político. En las mezquitas se recibe sólo una catequesis espiritual, puesto que el Islam es política, economía, cultura y sociedad. Y como las mezquitas son un lugar sagrado en sentido fuerte, no deja de serlo aunque se les deje por un tiempo, pues para ellos una mezquita lo será ya siempre jamás. En el ámbito religioso, se dejan llevar por un “manual de instrucciones” que es el libro sagrado. Una vez encontré un musulmán apenado, y pensé en animarle pensando que Dios es Padre, pero reaccionó con lo que luego supe que era enseñanza de su religión: que el hombre no puede llamar a Dios Padre, sino que ha sido creado para ser siervo. Pensé que efectivamente podía estar apenado, pero por este motivo. Y en los países islámicos, los cristianos son considerados a menudo ciudadanos de segunda categoría. 

Pero el diálogo es difícil. Se puede pedir que se adecúen a las normas de Occidente, pero nuestra óptica de Estado ha perdido autoridad ante los valores éticos, pues para nosotros la fuente de los derechos no está tampoco en una verdad sobre la persona, sino en unos derechos humanos consensuados. Es decir, debajo de las normas hechas por la voluntad de la mayoría, no tenemos en nuestro Derecho una idea de persona como sagrada, como la que originó Agustín y los primeros cristianos (como imagen de Dios, hijos de Dios, con valor sagrado). 

Pienso que nuestra apertura al inmigrante ha de ser total, pues “todos somos inmigrantes”, en las raíces históricas se ve que ha habido –y no es malo- movimientos de poblaciones, y pienso que están en su derecho, cosa que no aceptan nuestros gobiernos y con hipocresía se preocupan más de los que entran en “pateras” que de los que mueren por el camino. Pero no vivimos en un desierto, y por esto, debemos pedir a los que llegan de estos países una integración y un respeto a nuestras formas de vida. No deja de haber problemas como el peculiar derecho familiar islámico, su concepción de la mujer, la poligamia, la identificación de la religión con la política que son difíciles de compaginar con nuestras costumbres. Pero también es cierto que si hay por nuestra parte una apertura a las distintas formas culturales, ellos no tendrán necesidad de encerrarse ni proclamar un “afán de conquista” a través de los hijos hasta que voten sus alcaldes porque quizá pasarán a ser mayoría en determinadas poblaciones. La política de favorecer la integración, en mi opinión, ha de sustentarse en una reflexión y diálogo sobre el valor de la vida humana, de su dignidad, y mucho mejor si cuidáramos además la política de protección a la familia, especialmente las más necesitadas.  
 



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