Valores Morales
Colores de las virtudes teologales
Por | Juan del Carmelo
En la simbología bíblica el número tres, es símbolo de plenitud. Tres son las personas de la Santísima Trinidad, y tres son las virtudes más importantes, las tres virtudes teologales, en las cuales se apoyan el resto de virtudes cristianas, empezando por las cuatro cardinales. San Juan de la Cruz, decía que: "Si se crees, esperas, y amas ya tienes la experiencia de Dios". Es decir en una sola frase englobaba las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Estas tres virtudes fundamentales, que son columna donde se asienta nuestra relación con el Señor, son inseparables no se pueden separar; ninguna de ellas es capaz de existir sin las otras.
Dicho esto, es imprescindible, comprender aquí abajo, en este mundo en que vivimos, que el amor no puede existir sin sus siervas, que son la fe y la esperanza: la caridad que es el amor entendido en su referencia al Señor. Aquí abajo donde provisionalmente moramos, la caridad tiene una total necesidad de la fe y de la esperanza, para crecer y desarrollarse. Pero allá arriba en la eternidad que no espera, la fe desaparecerá convertida en la evidencia de ver a Dios, y la esperanza también se habrá consumido, pues lo que se esperaba ya se habrá conseguido. De la misma forma, nosotros al carecer ya del dogal del tiempo, todo nos será presente y entonces, también de la misma forma que la fe y la esperanza desaparecerán, también de nuestras potencias desaparecerá la memoria, porque al estar en la eternidad todo en nosotros será presente, no existirá ni el pasado ni el futuro. También como potencia del alma, la voluntad desaparecerá, pues al habernos entregado plena y perfectamente al amor divino, nuestra voluntad estará totalmente identificada con la divina. En resumen solo nos perdurarán el amor y el entendimiento, el cual se verá enriquecido por la omnipotente sabiduría del Señor, que posiblemente la captaremos en la contemplación del Rostro de Dios, del que emana esa Luz maravillosa, cargada de amor y una serie de cualidades y potencialidades que algunas también posiblemente no teníamos idea de que existiesen.
Ahora en esta vida, cuando nos abandonamos a la divina voluntad; cuando las tres virtudes teologales crecen en nuestro corazón; cuando seguimos fiel y dócilmente las mociones del Espíritu Santo, solo entonces comenzaremos a navegar en plena felicidad ya en este mundo, y antes de llegar al cielo, pero que no es exactamente la felicidad que arriba nos espera. Pero la realidad, es que esto son pocos los que lo consiguen en este mundo esta plena felicidad terrenal, aunque no es imposible conseguirlo. Porque la madurez del cristiano es su capacidad para vivir de fe, de esperanza y de caridad. Ser cristiano no es frecuentar tal o cual práctica, ni seguir una lista de mandamientos y deberes; ser cristiano es, ante todo, creer en Dios, esperarlo todo de Él, y querer amarle a Él y al prójimo de todo corazón. San Serafín Sarov afirmaba, que el fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo. A lo podríamos añadir, que el fin de la obra del Espíritu Santo en nuestra vida consiste en suscitar y hacer crecer las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, en nuestra alma.
En el dinamismo propio de la vida teologal: la fe engendra esperanza, y la esperanza posibilita y favorece el despliegue del amor. Este dinamismo es fruto de la gracia y obra del Espíritu Santo, pero sin ninguna duda, precisa de la cooperación de nuestra voluntad; y a este aspecto positivo se opone frontalmente al dinamismo negativo del pecado, en el cual la fe es sustituida por la duda, la esperanza por la desconfianza, y el amor por el pecado. Santo Tomás define la vida cristiana de esta manera: es la gracia que se desarrolla en el amor, en la fe, y en la esperanza. Es decir en las tres virtudes teologales. El cristiano es el que vive de fe de esperanza y de amor sabiendo que todo esto proviene de la gracia. Porque sin la gracia, nada somos ni nada podemos, tal como todo el mundo sabe, pues el Señor bien claro nos dejó dicho: "Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada". (Jn 15,5-6).
La carmelita descalza Santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como Edith Stein, escribe en su libro "La ciencia de la Cruz", que: "Las virtudes teologales tienen simbológicamente un color cada una y estos tres colores son: blanco, verde y rojo, símbolo de las tres virtudes teologales. Con ellos se gana el alma la complacencia de su amado y camina completamente segura de sus tres enemigos. La fe es una túnica interior de una blancura tan levantada que disgrega la vista de todo entendimiento. Y así yendo el alma vestida de la fe, no ve ni atina el demonio a empecerla. No puede darse mejor vestido que el blanco deslumbrante de la fe, fundamento para las demás virtudes, si se ha de ganar la benevolencia del amado y alcanzar la unión. Este deslumbrante vestido blanco de la fe lo lleva el alma al evadirse mientras camina en medio de las tinieblas y aprietos interiores de la noche oscura, no le tranquiliza ningún conocimiento natural, ni le anima ninguna iluminación sobrenatural, porque el cielo le parece cerrado pero ella, sufrió con constancia y perseveró, pasando por aquellos sin desfallecer y faltar al amado.
Sobre esta túnica blanca de la fe, lleva el alma el verde corpiño de la esperanza. Por la fuerza de esta virtud, el alma se libra y ampara del segundo enemigo que es el mundo. Porque esta verdura de esperanza viva en Dios, da al alma una tal viveza y animosidad y levantamiento de las cosas de la vida eterna, que en comparación de lo que allí espera, todo el mundo le parece (como es la verdad), seco, lacio, muerto y de ningún valor.
Sobre el blanco y el verde para remate y perfección de esta librea, lleva el alma aquí el tercer color, que es una excelente toga colorada, símbolo del amor. Por medio de ella, no solo se ampara y encubre el tercer enemigo que es la carne, sino que se hacen válidas las demás virtudes, dándoles vigor y fuerza, para amparar al alma y gracia y donaire para agradar al amado con ellas: porque sin caridad ninguna virtud es graciosa delante de Dios".
Juan Pablo II, antes de ser el cardenal Karol Wojtyla, escribió un libro titulado: "La fe según San Juan de la Cruz", que fue su tesis doctoral, en el que expone un esquema de correspondencia, entre las virtudes teologales y la potencias del alma, ellas se ajustan así: A la fe le corresponde el entendimiento; a la esperanza le corresponde la memoria; y a la caridad la voluntad. En cada virtud teologal debe de actuar la unión con Dios en la potencia correspondiente. Las tres virtudes teologales, han de ser las que han de poner en perfección las tres potencias del almaÂ
aranza