Del Dicho al Hecho
La era de los líderes autoritarios
Por Jaime Rivera Velázquez / Excelsior
La emergencia y multiplicación de líderes autoritarios en el mundo, que ponen en jaque a sistemas democráticos o acentúan el carácter personal de regímenes de suyo autoritarios, sigue estimulando la producción de estudios académicos y de análisis políticos sobre este fenómeno.
Ya está circulando en México la traducción al español del libro más reciente de Gideon Rachman, La era de los líderes autoritarios: cómo el culto a la personalidad amenaza la democracia en el mundo. Rachman es un distinguidísimo analista geopolítico británico, el columnista en jefe de asuntos internacionales del Financial Times y ganador del premio George Orwell de periodismo en 2016. Traducida por editorial Crítica, la obra presenta la hipótesis de Rachman de que la nueva era de los hombres fuertes es un fenómeno que se inauguró con la llegada al poder de Vladimir Putin en Rusia a principios de este siglo. Putin ofrece un modelo replicable en los cinco continentes. La lista es larga: Narendra Modi en India, Xi Jinping en China, Erdogan en Turquía, pasando por Bolsonaro en Brasil, Duterte en Filipinas, Abiy Ahmed en Etiopía, Mohammed bin Salman en Arabia Saudita, Victor Orban en Hungría, Benjamin Netanyahu en Israel, Donald Trump Estados Unidos y, hasta cierto punto, Boris Johnson. La gran aportación del libro es que Rachman escribe no desde la distancia del cubículo académico, sino que ha tratado a todos estos personajes para escribir reportajes periodísticos cuando visitó sus respectivos países o incluso los ha entrevistado formalmente.
El gran atractivo de estos personajes es que apelan a quienes “se quedaron atrás” durante la globalización y se desencantaron con la democracia liberal. Lo mismo en áreas rurales que en pueblos pequeños, estos dirigentes encuentran eco en su electorado invocando la nostalgia de un supuesto pasado glorioso, el ultranacionalismo y reflejos religiosos tradicionalistas. Rachman clasifica tres grupos de dirigentes. Primero, los dictadores de peso completo, como Vladimir Putin y Xi Jinping, quienes ya concentran todo el poder. En segundo lugar, líderes democráticamente electos que han logrado demoler pesos y contrapesos, como las cortes independientes y los medios de comunicación críticos del poder, pero siguen sujetos a elecciones (sobre todo locales) en las que han sido derrotados. En este grupo estarían Recep Tayyip Erdogan o Viktor Orban. Finalmente, un tercer grupo de quienes han querido minar las instituciones democráticas, pero afortunadamente fracasaron, como Donald Trump, Boris Johnson o Bolsonaro.
No obstante sus diferencias, a decir de Rachman los tres grupos comparten la promoción del culto a la personalidad alrededor de ellos, el desprecio por la ley, la presunción de representar al pueblo verdadero contra las élites y una política de ultranacionalismo que ve enemigos en todo lo que venga de fuera de las fronteras propias. También desprecian a las instituciones internacionales, buscan centralizar el poder y tienden agresivamente al militarismo, ya sea para insinuar la posibilidad de guerras contra extranjeros o bien contra enemigos internos. Hay inclusive un uso político de la historia para exaltar un grupo étnico sobre otro y discursos de odio contra elites corruptas o cualquier otro “enemigo del pueblo”. Sobre todo, estos dirigentes procuran construir una identificación de ellos con la nación y de la nación con ellos. “Erdogan es Turquía y Turquía es Erdogan”, es decir, en su discurso son los únicos intérpretes de la nación porque ellos la encarnan.
Esos hombres fuertes también se ufanan de un origen que les permite una conexión popular que no tienen otros políticos. Algunos presumen de venir de la pobreza y vivir siempre en la austeridad, aun si construyen residencias palaciegas enormes, como hizo Erdogan. Cuando llegaron al poder, varios de ellos fueron vistos favorablemente por los medios de comunicación y cancillerías occidentales. Inicialmente se les creía reformistas bien intencionados, como Narendra Modi en India o el mismo Erdogan en Turquía. Una especie de políticos religiosos moderados, los equivalentes hindú y musulmán de la democracia cristiana. No tardaron en dar señales de su creciente autoritarismo e intolerancia a la crítica y a la oposición, y algunos de ellos cambiaron la Constitución para permanecer indefinidamente en el poder.
El libro de Rachman también exhibe las múltiples vulnerabilidades de estos supuestos “hombres fuertes”. Prácticamente ninguno es competente en la ejecución de políticas públicas, tuvieron gestiones estrepitosamente fallidas durante la pandemia y la supuesta capacidad de ayudar a los pobres choca con sus desastrosos resultados económicos. El libro concluye con una descripción de los esfuerzos estadunidenses en la presidencia de Biden por volver a encabezar las democracias occidentales en la disputa contra el autoritarismo global. Rachman reconoce que nada está escrito, por lo que sus conclusiones no son ni pesimistas ni optimistas, pues, como Popper, admite que “el porvenir está abierto” y la sobrevivencia de la democracia dependerá de las reacciones de los electores del mundo.
JMRS