Muy Oportuno
Consejos para el Miércoles de Ceniza y la Cuaresma
Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP.
El Miércoles de Ceniza inicia a los cuarenta días previos a la Semana Santa. Las lecturas realizadas durante la Santa Misa nos hablan de la necesidad del ayuno y la penitencia como medio para combatir mejor los vicios, mortificando el cuerpo y permitiendo la elevación de la mente a Dios.
Un tipo de penitencia que agrada especialmente a Dios y es imprescindible para nuestra vida espiritual: evitar las exageraciones del amor propio. Es decir, procurando no atraer la atención de los demás hacia uno mismo, para que el alma, limpia y adornada con la virtud de la humildad, ofrezca al Señor un sacrificio con agradable perfume.
El Miércoles de Ceniza también nos recuerda nuestra condición de mortales: “Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás”, dice, categóricamente, una de las dos fórmulas utilizadas por la Iglesia para la imposición de las cenizas.
La consideración del arduo paso de esta vida a la eternidad nos inquieta a menudo. Sin embargo, tal pensamiento es muy beneficioso para recordarnos la necesidad de evitar el pecado que, sin arrepentimiento y el inmerecido perdón, podría cerrar las puertas del Cielo para siempre: “Acuérdate de tu fin, y nunca pecarás” (Ecl 7, 40).
En nuestra vida de piedad debemos tratar de ser discretos
La esencia de la oración, enseña el Catecismo, es la “elevación de la mente a Dios”. Así, cualquiera puede permanecer en oración incluso durante los actos comunes de la vida, realizándolos con un espíritu que mira al Cielo.
Por tanto, para orar no es necesario adoptar la actitud ostentosa de los fariseos. Por el contrario, debemos ser discretos en las manifestaciones externas de nuestra piedad privada, evitando gestos o palabras que resalten nuestra propia persona.
Pero si, a pesar de ello, nuestra devoción es notada por los demás, no debemos perturbarnos, tranquilicémonos con esta enseñanza de San Agustín: “No hay pecado en ser visto por los hombres, sino en actuar con el objetivo de ser visto por ellos.”
Cuando hagas algo difícil, incluso como penitencia, nunca intentes atraer la atención de los demás mendigando algún elogio. Así se comportaron muchos santos que, practicando severos ayunos, mortificaciones y espantosas austeridades, se presentaban, mediante santo disimulo, con una apariencia exterior alegre y jovial.
El espíritu con el que se debe vivir la Cuaresma
Por tanto, no hagas buenas obras con miras a obtener la aprobación de los demás, no te dejes llevar por el orgullo o la vanidad, sino busca en todo agradar sólo a Dios.
Al ayunar, orar o hacer cualquier buena obra, no se puede fijar como fin último el beneficio que pueda llegar a nosotros, sino la gloria de Aquel que nos creó.
Porque todo lo que es nuestro, excepto las imperfecciones, las miserias y los pecados, pertenece a Dios. Y también nuestros méritos, pues es el mismo Jesús quien dice: “¡Sin Mí, nada podéis hacer”! (Juan 15:5).
Por lo tanto, si tenemos la gracia de realizar un buen acto, debemos reportarlo inmediatamente al Creador, restituyéndole sus méritos, ya que estos le pertenecen a Él y no a nosotros. “El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (1 Cor 1,31), nos advierte el Apóstol.
Tengamos cuidado de no apropiarnos de nada, porque todo lo que poseemos de virtud, bondad o belleza, tanto las facultades del alma como las cualidades corporales y el desarrollo de nuestro ser físico, intelectual y moral, todo esto proviene de Dios.
Reconozcamos los beneficios que Dios nos brinda y por ellos démosle gracias, no colocándonos nunca como objeto de esta alabanza, creyendo que somos fuente de cualquier virtud o cualidad.
La Cuaresma nos invita a crecer en humildad
Al inicio de la Cuaresma busquemos, más aún que la mortificación corporal, combatir con todas nuestras fuerzas el amor propio. “Busca el mérito, busca la causa, busca la justicia; y ved si encontráis algo más que la gracia de Dios”.
De hecho, sólo aquellos que hayan vencido el orgullo y el egocentrismo estarán a la diestra de Nuestro Señor Jesucristo, en el día del Juicio, reconociendo que “todo don precioso y todo don perfecto desciende de lo alto” (Santiago 1, 17).
Porque el hombre sólo tiene ante sí dos caminos: o amar a Dios sobre todas las cosas, hasta olvidarse de sí mismo; o amarse a uno mismo sobre todas las cosas, hasta olvidarse de Dios. No hay un tercer amor.
Sepamos, pues, aprovechar este tiempo de Cuaresma para crecer en humildad y tomar clara conciencia de nuestras limitaciones, ya que “el hombre no puede recibir nada si no le es dado del cielo” (Juan 3,27).
aranza