Reflexiones
Qué importancia tiene morir
José Manuel Rodriguez Solar / Llucià Pou Sabaté
El enigma más grande de la vida es la muerte, y desde los antiguos veían como el momento crucial de la biografía de una persona cómo moría, cómo se comportaba entonces. El hecho de que nos sepamos lo que nos espera, más que por la esperanza, por nuestras creencias, hacen que ese interrogante sea clave para todos.
1.- El sentido de la muerte
Unas citas pueden hacernos reflexionar al respecto. La primera de un obispo catalán, Torras y Bages: “La muerte a unos les da miedo, a otros envidia, a algunos les tiene indiferentes, y a los elegidos les excita la esperanza”. Refuerza el sentido de la creencia de que más allá empieza una Vida que de verdad merece la pena ser vivir; lo de aquí es preparación.
La segunda es del doctor Jorge Fuentes Aguirre, cirujano y humanista: “No sólo no hablamos de la muerte, sino que preferimos no verla de cerca. Hay un recurso para evitarnos el esfuerzo de argumentar la afirmación o la negación de algo: no pensar en ello. Eso es exactamente lo que hace el hombre moderno con la cuestión de la muerte: eludir todo pensar y toda referencia al asunto. La muerte, y no el sexo, es el tema tabú de nuestro tiempo. El hombre quiere pasarla muy a sus anchas en esta vida, con la muerte bien apartada de su panorama".
Qué bien dice el Eclesiástico: «¡Oh muerte, que amargo es tu recuerdo para el hombre que vive en paz entre sus bienes, para el varón a quien en todo le va bien!»”. Es un reclamo a volver a la interioridad, pues la modernidad se ha volcado hacia el “tener” y el sentir, en lugar del “ser”.
Y la tercera, del filósofo y teólogo Teilhard de Chardin, una confesión personal esperanzada que es también plegaria en la espera de su muerte: “Cuando sobre mi cuerpo comience a marcarse el desgaste de mi edad, cuando se abata sobre mí, desde afuera, o nazca en mí desde dentro el mal que aminora y arrastra, en el minuto doloroso en que, de repente, tome conciencia de que estoy enfermo o que me hago viejo, en ese momento último, sobre todo, en que sienta que me escapo de mí mismo, absolutamente pasivo en manos de las grandes fuerzas desconocidas que me han formado, en todas esas horas, concédeme Dios mío, comprender que eres tú quien aparta dolorosamente las fibras de mi carne para penetrar hasta la médula de mi sustancia, para llevarme hasta ti”.
Se ha dicho con razón que el que sabe por qué morir, es el que sabe de verdad vivir. Bien subrayó Freud y otros muchos que eros y thanatos son las palabras más importantes: la vida y la muerte, el amor y el traspaso. Sin explicación a esas palabras, se llena el ser humano de miedos. Si hay miedos, se esconden esas palabras: la vida se ataca desde la concepción, y la muerte se esconde y no es tema de conversación; además, no se acepta que un día vamos a morir, se vive como si eso no llegara nunca. En cambio, si hay un por qué, se puede hablar de estos temas tan relevantes, de la propia muerte, de la de los demás. El gran tabú desaparece como trauma, y se acepta como pascua, como un paso a algo mejor.
Ver la muerte como una tragedia, como algo horroroso, como algo que se acaba cuando llega ese instante, es algo deprimente, por no comprender la vida eterna, la justicia que ponga las cosas en su sitio.
2.- “Sin Dios, todo me está permitido”
Dostoyevski es quien dijo “sin Dios, todo me está permitido”, en el sentido de que para el que no cree, lo mismo le da portarse bien que portarse mal. Creer en Dios no significa dejar de hacer lo que nos divierte, sino lo que nos pervierte: la codicia y toda malicia, en pocas palabras, ser buenas personas.
El ateísmo entiende que las cosas están prohibidas y por eso se consideran malas, cuando es justo al revés: las cosas que nos hacen daño están prohibidas.
La religión resulta anticuada y retrograda, cuando esto no se entiende. Se ve la religión como una imposición que no nos deja libres.
“El hombre del mundo moderno manifiesta un rechazo colectivo a la soledad, al dolor, al sufrimiento, y a la idea de que ha de morir. Se nos esconde todo lo que hay en derredor del morir. Incluso cuando el ser querido muere, lo disfrazamos de vivo para que no aparezca «tan muerto» en el féretro. Es preciso disimular por medio de artilugios funerarios que el ser querido ha muerto. Hay que confeccionar su rostro maquillándolo agradablemente, arreglar bien su vestimenta. ¡Que el muerto tenga aspecto de vivo durmiendo! No importa que nos engañemos: ¡es tan consolador! Pareciera que hoy día ya no hubiera muerte, solo sepelios. Y lo más rápido que sean las exequias, mejor para todos” (Jorge Fuentes ).
3.- Moriremos: es un hecho
No somos un cuerpo que está teniendo una experiencia viva, espiritual. Somos un espíritu encarnado. El espíritu es el que nos hace vivir. Tenemos un cuerpo que morirá, mientras que el espíritu es inmortal, ese cuerpo en el que vivimos ahora es perecedero, no tiene ni retorno ni reversa, la muerte siempre llega, a veces inesperadamente.
Y como si de un curso escolar se tratara, del tiempo vivido tendremos que rendir cuentas, de lo que hicimos con él, de la productividad o desperdicio (la parábola de los talentos es una manera en que Jesús lo ejemplifica). Las obras son las que cuentan, los valores, los bienes pues eso será lo que llevemos en nuestras manos, y no las riquezas. Hechos son amores, no buenas razones.
No somos un montón de células que desaparecerá, sino un ser humano que ha salido de las manos de Dios, y a Él volverá; Él ha pensado en nosotros desde siempre, antes de haber nacido, y nos mantiene viviendo hasta que cumplamos nuestra misión, y ¡qué importa ganar posesiones en esta vida, si descuidamos el alma, que es nuestra esencia para la vida eterna! Todo en esta vida humana se acaba, nada es duradero, todo lo nuevo se vuelve viejo, todo lo que no se ha hecho por amor es desechable y se convierte en basura. Somos espíritus encarnados. La carne se pudre, el espíritu con el alma son eternos.
4.- Somos seres espirituales llamados a vivir para siempre
“La espiritualidad es otro tema tabú de nuestro mundo. Hablamos de espíritu deportivo, patriótico, cívico, pero pocas veces nos referimos al espíritu considerándolo como esa parte de la entrada que el hombre tiene más cercana al alma” (Fuentes Aguirre ). Hablar de espiritualidad puede ser incluso más arriesgado que mencionar a Dios en nuestra sociedad. El tema de Dios puede causar evasión, pero hablar de espiritualidad a menudo genera burlas. Abordar el espíritu es un camino seguro para ser criticado, etiquetado como iluso. La espiritualidad, entendida como la vida interior y la conexión íntima con Dios, a menudo queda en segundo plano incluso entre quienes asisten regularmente a asambleas cristianas".
El espíritu es lo que nos impulsa a amar, inspira la oración y nos motiva a plasmar en obras las inspiraciones del Espíritu Santo. Los frutos de la espiritualidad son lo único que perdura cuando abandonamos este mundo.
La espiritualidad es fecunda y fecundante, surgiendo del encuentro entre la persona que busca a Dios a través de la fe y Dios que se acerca a la persona a través de su amor. Aquí, la espiritualidad alcanza su punto culminante.
Entre nosotros hay mucha religiosidad, pero muy poca espiritualidad. La religiosidad a menudo se queda en la superficie: rituales, asistencia a servicios religiosos y cumplimiento rutinario de preceptos eclesiales. La espiritualidad, en cambio, es mucho más profunda: es una verdadera relación interpersonal con Dios.
La religiosidad auténtica es espiritual, no está en la periferia con los ritos. Es sentir lo divino en nosotros, no son preceptos. Es tener oración, dialogar con Dios, no recitar oraciones solamente. No es ir a misa por obligación sino vivir la Eucaristía y los demás sacramentos con deseo de unión con Jesús. No es la monotonía de unos ritos, sino unos retos diarios de volar más alto.
5.- ¿De qué Dios hablamos?
¿Quién es Dios? Es inaccesible, inmenso e inescrutable. Parece que no podemos llegar a él, porque es desconocido: hay más cosas que no sabemos de él, que no las que sabemos. Pero conocemos su Palabra que se nos ha sido dada en Jesús, y "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4). Esta palabra de Dios la encontramos en la Biblia, donde Él nos habla. La encontramos sobre todo en Jesús, donde la Palabra se ha hecho carne.
Hace apenas un siglo, Edison sorprendió al mundo con la invención de la bombilla. ¡Ahora, en pleno tercer milenio, somos dueños y señores de la era electrónica! Recordemos el vuelo histórico de los hermanos Wright con aquel primitivo avión que apenas recorrió unos pocos metros. Hoy, hemos llegado a la Luna y realizamos vuelos interplanetarios. La cámara de Lumière, antes avanzada, ahora queda eclipsada por el video y la fotografía digital. En el pasado, las enfermedades como la bronquitis y la tifoidea cobraban vidas. Ahora, realizamos trasplantes de órganos y manipulación genética. Con todos estos logros, el mundo se pregunta: ¿realmente necesitamos a Dios?
La respuesta es “sí”, porque después de unos siglos de ciencia materialista, donde parecía que Dios no hacía falta, vemos que la ciencia no nos habla más allá de cómo funcionan las cosas, de algún conocimiento que tenemos de lo creado, pero este progreso que parecía explicarlo todo nos permite ciertas comodidades pero no nos da un sentido de la vida. Y porque muchos no encuentran ese sentido, la verdadera enfermedad del mundo moderno no es la diabetes ni el cáncer, sino la depresión. En nuestro país, se consumen un millón de tabletas antidepresivas cada día, y las tasas de suicidio van en aumento. Muchas personas pasan sus días sin una motivación que les haga vivir plenamente, y esto se debe al profundo vacío causado por la ausencia de Dios en sus vidas. Alejados de su interioridad, les falta la presencia de Dios, y sin Él, todo lo demás en el mundo carece de significado.
El problema es que a menudo nos acordamos de Dios solo en momentos de calamidad o enfermedad. Conozco ateos en diversas situaciones, pero no en hospitales, prisiones o en lechos de muerte. Ante la posibilidad de morir, incluso en medio del sufrimiento, el ser humano recuerda a Dios.
Dios existe, y es crucial tenerlo presente como un ser vivo, como un confidente cercano más allá de las expresiones coloquiales de "gracias a Dios" y "si Dios quiere". Cuando dejemos de considerar a Dios como una simple idea y lo tomemos en serio como Alguien, entonces lo tendremos presente en nuestra vida diaria y en nuestras conversaciones.
Hablar de Dios vale la pena. Después de todo, fue Él quien, con una sonrisa, pronunció nuestro nombre en medio de un coro de estrellas, y gracias a eso, nacimos a la vida. Así lo expresan y nos invitan a reflexionar diversos autores: teólogos, filósofos, psicólogos, humanistas e intelectuales que creen que Dios es todo en todo. Y así podremos vislumbrarlo, experimentarlo, en cierto modo sentirlo, si sabemos mirar con ojos nuevos, desde el alma.
JMRS