Reflexiones
«Recibid el Espíritu Santo»
Llucià Pou Sabaté
«Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído»
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Nos encontramos al final del día de Pascua, cuando han pasado muchas cosas. Primero Pedro y Juan fueron solos al sepulcro, avisados por las santas mujeres que no encontraron el cuerpo del Señor; María Magdalena volvió allí sola, y se le apareció Jesús Resucitado, fue a la primera a quien se apareció, se dirigió por encargo suyo a los discípulos para decirles que el Señor había resucitado.
A su Madre debió presentarse dándola a conocer su estado glorioso y que ya no viviría como antes en la tierra; quizá le volvió a recordar que ya en la Cruz le había entregado a Juan como su hijo.... parece razonable pensar que María mantuvo contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también Ella de la plenitud de la alegría pascual. Los primeros testigos de la Resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres.
Luego se apareció a aquellos dos que iban a Emaús. La tercera aparición fue a los apóstoles en el Cenáculo a puertas cerradas; y luego a los ocho días, que son las que leemos en el Evangelio de hoy; leeremos también dos apariciones más: la segunda pesca milagrosa y la sexta y última sería a los quinientos discípulos de Galilea en la montaña, a su Ascensión... Quizás habría más apariciones, pero no las relata el Evangelio.
Paz a vosotros”… Jesús trae la paz, en su aparición la misma tarde del «primer día de la semana», cuando muestra a los Apóstoles las heridas de las manos y del costado. Tu paz, Jesús, es la paz del corazón, la paz interior que has conseguido con tu muerte, y que me ofreces si me abro a tu amor.
Jesús nos entrega el Espíritu Santo con el que se derrama sobre nosotros la divina misericordia del Padre
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». La confesión sacramental es así un regalo pascual: “Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre.
Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico” (Catecismo, 1442). Jesús, nos hablas del perdón de los pecados en conexión con la paz que nos ofreces. ¡Qué medio más impresionante es la Confesión para recuperar la paz! Gracias, Jesús, por habérmelo dado.
Jesús «sopla» sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo». Jesús «recibe» el Espíritu Santo en la Cruz, y Él, junto con el Padre, se lo entrega a los Apóstoles, a la Iglesia. Jesús lo «envía» hoy, el día de Pascua (y según Lucas también a los 50 días). "Les dijo: Recibid el Espíritu Santo". San Pablo nos dirá que Cristo, que era ya el Hijo de Dios en el momento de su concepción -en el seno de María- por obra del Espíritu Santo, en la Resurrección es «constituido» fuente de vida y de santidad -«lleno de poder de santificación»- por obra del mismo Espíritu Santo. La nueva vida en Cristo es vida en el Espíritu.
“Sopló sobre ellos”… Así como Adán fue hecho «alma viviente», gracias al «aliento de vida» que Dios «insufló en sus narices», Jesucristo, nuevo Adán, y Dios verdadero al mismo tiempo, envía el Espíritu con un soplo, es «espíritu que da vida», la fuente de la nueva vida de los cuerpos resucitados, como dirá san Pablo: «se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual». Nuestra espiritualización a semejanza de Cristo, hará que nuestro cuerpo regido por la mente se transforme en dejarnos llevar por el Espíritu.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Jesús irá a curar su incredulidad: Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». Es hoy el domingo in Albis (blanco), de los que “no han visto y han creído”, pues los que fueron bautizados el domingo de Pascua iban con su vestido blanco a participar ya como cristianos en la Misa. Santo Tomás, que antes no quería creer, expresa su fe con las palabras más bonitas que nadie dedicó a Jesús: “Señor mío y Dios mío”. Y Jesús responde para los que creerán a lo largo del tiempo: “Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron”. Y decía Juan Pablo II: “¡Y la bendición que el Resucitado pronunció en el coloquio con Tomás, dichosos los que han creído, permanezca con todos nosotros!”
Sobre todo ante el escepticismo actual, esa conversión de Tomás –junto a las dudas, incredulidad y terquedad con que hemos visto que reaccionan los apóstoles ante la noticia de la resurrección- nos ayuda a creer -llevar la inteligencia más allá de sus límites basándonos en la confianza- que es un modo de amar, como afirmaba Newman: “creemos porque amamos”. En la vida partimos de la fe –confianza en lo que nos han dicho- que conforma en nosotros unas creencias que en muchos casos podemos verificar. Por ejemplo, si vamos a Francia, ya conocemos por verificación la verdad de ese país, que conocíamos por creencia de lo que nos dijeron los libros y personas… Lo mismo nos pasa con las cosas de Dios: tenemos creencias hasta que conocemos la verdad, aquí o más allá, en el cielo. Por eso, es importante que cuando se participa mejor de la Verdad (por ejemplo, la libertad religiosa, o la salvación ofrecida a todos si siguen la voz de su conciencia…) no nos quedemos con nuestras creencias (por ejemplo la idea del limbo o de hacer Cruzadas) sino que hemos de dejar lo caduco y abrirnos a la Verdad.
Jesús es la Verdad, y podemos ya dejar de lado aquellas creencias que eran muletas para llegar a la Verdad mientras no había esa evidencia. También, en nuestro corazón, podemos hablar de una cierta verificación de la fe, que es la paz que tenemos, y una cierta experiencia de Dios. Por tanto, la fe es en cierto modo también –a veces- experiencial, como dice el salmo: “gustad y ved qué bueno es el Señor”. Y esto, además, es el mejor apostolado para acercar a los que no creen aún en Jesús: Bienaventurados los que tengan oportunidad de ver los signos en los creyentes, porque ellos también lo serán.
JMRS
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